Esa entelequia que llaman universo

Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Muchos lectores nos hemos sorprendido con el juego de espejos que Cervantes ensaya en el Quijote: los personajes, en la segunda parte de la novela, han leído la primera, y de ese modo conocen la manera en que sus historias fueron narradas y pueden conjeturar sobre su propia realidad vista desde “afuera” del plano ficticio de la literatura. ¿Hasta dónde se puede jugar con esa idea? Algo similar encontramos en Shakespeare.


Borges responde a su modo en “Magias parciales del Quijote”, (Otras inquisiciones, 1952): “¿Por qué nos inquieta que don Quijote sea lector del Quijote, y Hamlet, espectador de Hamlet? Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios”.


Podríamos ser ficticios al ser meros personajes de la imaginación de un dios o bien podría pensarse en que somos manipulados por un poder real o fáctico, sobre el cual no podemos incidir, y que dispone a su antojo de nuestro albedrío.


En el poema “Ajedrez” (El hacedor, 1960), Borges vuelve sobre esta idea: “Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonía?” El jugador como una pieza manipulada, por lo tanto como personaje de una trama concebida en un orden superior.
En este otro poema queda más claro que Borges está pensando en el idealismo, en esa idea de Berkeley que siempre le resultó tan seductora y sobre la cual vuelve permanentemente: “Curioso de la sombra / y acobardado por la amenaza del alba / reviví la tremenda conjetura / de Schopenhauer y de Berkeley / que declara que el mundo / es una actividad de la mente, / un sueño de las almas, / sin base ni propósito ni volumen”, (Amanecer, Fervor de Buenos Aires, 1923).


Si Dios es perfecto, por qué no habría de diseñar un universo que prescindiera de la materia. ¿Qué necesidad de ensuciarse las manos con barro? Un universo sin propósito ni volumen, y por lo tanto sin peso, sin materia.


No espere el lector que intentemos cerrar o redondear estas ideas dispersas o estas elucubraciones de trasnochado. No es ese nuestro estilo y sería por otra parte, tal intento, un reprochable sacrilegio. Dejemos que la inquietud para nos acompañe durante unas horas o unos días, y para que nos dispare otras, tan enigmáticas y misteriosas como ésta.

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