Exigimos un Nobel para Aira (si es el de literatura, mejor)

Escribe: Carlos Verucchi


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Muchos lectores y críticos se preguntan a menudo, ¿qué hacemos con Aira? ¿Cómo clasificar o dónde incluir al escritor nacido en Coronel Pringles en 1949? Escritor raro desde todo punto de vista, escribió más de cien novelas y ni él ni nadie sabe cuántas fueron exactamente, desdeña los finales y a veces remata textos maravillosos en dos párrafos sólo porque confiesa que la historia lo aburrió o ya estaba pensando en la novela que escribiría a continuación, casi no corrige, si un personaje murió en el capítulo dos y lo necesita en el ocho, no hay problema, lo hace resucitar y listo.

El asunto es que no es un escritor más, de esos que pululan en la actualidad y creen que por haber cursado alguna carrera en la facultad de letras de la UBA ya son novelistas avezados: Aira es candidato a premio Nobel, todos los años. Consagración que no sería nada raro que recibiera. Ya sabemos que los omniscientes jurados del Nobel de Literatura le dan cada diez años, más o menos, su famoso premio a algún latinoamericano, como para repartir la torta de manera más o menos equitativamente. Sí, es así, y discúlpeme el lector al que acabo de empujar de su cáscara de ingenuidad, si tiene dudas vea el listado. Pero decía, teniendo en cuenta que en el 2010 le dieron el premio a Vargas Llosa, clavado que de los tres premios Nobel que vienen, uno cae por acá nomás, cerquita, y Aira tiene todos los números: autor de culto en Estados Unidos, políticamente amorfo, si a Borges no se lo dieron por no haber escrito ni una sola novela, él por las dudas escribió ciento veinte. El tipo está bien armado.

A ver… (tal como se dice ahora, antes de iniciar una frase, para anunciar que lo que viene es un razonamiento profundo y muy elaborado), el premio Nobel de Literatura es una farsa, eso queda claro ¿no? Cualquiera sabe que para ponderar con mediana exactitud la obra de un autor hay que leerlo en su propia lengua, y lo ideal es que esa lengua coincida con la lengua materna de quien lee, ergo, salvo que los jurados del premio lean como si fuera su propia lengua a todos los escritores del mundo, su juicio es como mínimo arbitrario, y debo confesar que me sentí tentado de poner caprichoso donde dice arbitrario. Pero bueno, farsa o no, ganarlo es como sacar a un autor del ámbito pequeño donde es leído para ponerlo a la vista de todos, es como desnudarlo y mostrar todo lo que escondía, además de engrosar la cuenta bancaria en algo más de un millón de dólares (comparado con el premio Clarín de novela, que paga algo de cinco mil dólares, digamos que es un numerito ¿no?).

Hecha esta digresión (no sé bien qué significa pero para estar a tono con este tiempo hay que usar palabras como esta, o como oxímoron, deconstrucción, lacaniano, en fin…) vuelvo a Aira. Para que vaya entrando en calor, o para que pueda ir delineando el discurso que hipotéticamente tendría que dar al recibir un Nobel, hace unos días le dieron el premio Formentor. Un premio aparentemente muy prestigioso si se observan los ganadores argentinos anteriores, Borges en el 1961, Piglia en 2015, Manguel en 2017 (bueno, toda regla tiene una excepción, otro día les cuento quién es Manguel para quienes no lo saben y si puedo trato de conjeturar por qué motivo lo confundieron con un escritor).

Un irreverente este Aira, se tiró contra todos, menos contra Borges, claro (una cosa es ser provocador y otra es comer vidrio). Se ríe de Sábato y de la dupla Piglia-Saer, pero sobre todo, se tira contra el boom. Toda la literatura de Aira pareciera estar concebida como un modo de denostar al boom. Aira escribe y construye su literatura con el firme propósito de romper con el boom, de no parecerse en nada a los escritores del boom, y en esa disputa levanta una literatura original, renovadora.

Dicen algunos críticos que es un autor muy influyente. Yo sinceramente no veo esa influencia, no hay muchos escritores jóvenes que hayan tomado su propuesta como un desafío, en ese sentido veo muchos más escritores que intenten copiar a los denostados Piglia y Saer.

Para colmo el tipo da muy pocas entrevistas (a propósito, hay una muy buena que le hizo Alan Pauls hace un par de semanas). Y en las pocas que da desestima su propia literatura, llama novelitas a sus textos, dice que en realidad escribe para ganar unos pesos que le permitan pasar cierto tiempo haciendo lo que realmente le gusta: leer.

El lector de esta nota que no conoce a Aira estará seguramente esperando que le diga si, desde mi punto de vista, es recomendable o no su literatura. Debo confesar que no leí toda su obra, en realidad, como dije antes, nadie lo debe haber hecho porque ni siquiera se sabe cuál es toda su obra. Pongamos que de los más o menos ciento veinte libros que publicó debo haber leído quince o veinte. Para muestra basta un botón decía mi abuela. A veces resulta arduo leer a Aira. Se va por las ramas, mezcla realismo con segmentos fantasiosos, y cuando no sabe cómo rematar una idea hace entrar a un personaje volando por la ventana y listo. El lector se queda con la boca abierta y con ganas de saber qué pasó. En la última que leí, por ejemplo, aparecía Juan Manuel de Rosas ―el Restaurador de las leyes― haciendo abdominales al lado de la catrera.

Pero bueno, les voy a decir la verdad, no es recomendable leer a Aira, es imprescindible. Ya que desestimé antes la terminología culta y adecuada a esta época voy a usar la terminología de la cancha de fútbol para decirlo: Aira escribe como los dioses. ¿Se puede escribir como los dioses escribiendo a veces historias que parecen boludeces? Sí, Aira lo demuestra. ¿Cómo? No sé, que lo expliquen los que estudiaron en la facultad de letras de la UBA, que para eso estudiaron y no para hacerse los novelistas.

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