Mentime que me gusta

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Enciendo la radio del auto mientras voy al trabajo. Se escucha AM Continental. No sé quién es el periodista que hace una nota y mucho menos sé quién es el entrevistado. Supongo que es alguien del PRO ya que las preguntas giran en torno a la disyuntiva sobre incorporar o no un tal Miley a ese espacio político.

El entrevistado se olvida que está saliendo por una radio y cree que está dando su clase de Ciencias Políticas en la UADE, se despacha con una frase lapidaria (cito de memoria): “…la comunicación política no busca tener razón, busca tener impacto político, ampliar el volumen político…“ (Esto último sería sencillamente convencer a más votantes).

El entrevistador deja pasar la declaración, o tal vez no la entienda, o quizás le parezca normal o natural que se diga semejante barbaridad o, lo que sería aún peor, es más cínico que el entrevistado. Sigue con el reportaje con toda naturalidad, tratando de averiguar ahora si Patricia Bullrich está o no de acuerdo con la inclusión del tal Milei o Milley.

Me detengo en la frase que acabo de escuchar. Una declaración política no persigue la verdad, no busca tener razón, por el contrario se saltea ese paso esencial de la retórica para decididamente mentir, embaucar al oyente, atraerlo a su espacio político como atraían a los originarios de América con espejitos de colores. Vamos… todos sabíamos de estos ardides (tampoco somos tan idiotas), lo que resulta repulsivo es que ahora se los declare sin ambigüedades, se los reconozca abiertamente y que un supuesto periodista haga la vista gorda ante una declaración que convierte al oyente, o al votante, en un ser infeliz e ignorante al que se puede y debe manipular sin argumentos ni (mucho menos) verdades. Es como si el mago nos explicara su truco al finalizar el acto. Como si dejara ver el conejo que tenía escondido dentro de la manga y pretendiera que el público igualmente lo aplauda y no reclame la devolución del dinero que pagó para verlo.

Viví tres años en Chile y escuché en ese tiempo a varios políticos citar a Sarmiento para sostener un argumento. (Sarmiento, en tiempos de Rosas, se exilió en Santiago de Chile y ejerció el periodismo, evidentemente dejó una huella.) No pretendo entrar en la disyuntiva respecto a si Sarmiento es o no es un referente que represente mis ideas políticas, lo destacable es que los políticos chilenos lo citen (del mismo modo que citaban a otros intelectuales), porque para citarlo, antes hay que haberlo leído y comprendido, y además, es claro que había un intento por justificar una afirmación, por argumentar apoyándose en la autoridad de, en este caso, uno de los más brillantes pensadores de Latinoamérica durante el siglo XIX. Es decir, exactamente lo contrario a lo que sostiene este señor que habló por Radio Continental.

Imaginemos por un momento a un político argentino citando a Sarmiento, ¿no? No. No alcanza la imaginación a pesar de ponerle mucho empeño. Definitivamente es una posibilidad que hoy por hoy no cabe en la imaginación de nadie. Insisto, no se trata de a quién se cita, lo mismo podría ser Alberdi o Mariano Moreno, el tema es la indiferencia por sostener una idea, el desdén con el que se esgrime cualquier afirmación.

Borges decía algo así como que resulta descortés intentar convencer a alguien de algo, “prefiero que los otros tengan razón”. Es obvio que en política no podemos llegar a ese extremo. Es lógico que un político quiera convencer, obviamente es parte de los mecanismos de todo régimen democrático. Lo único que le pedimos es un mínimo de cortesía y respeto por ese sujeto a quien debe convencer, al menos que nos considere a su mismo nivel intelectual, con una formación semejante.

No voy a ser tan ingenuo de pensar que existe una verdad absoluta ni un razonamiento perfecto, sólo aspiro al esfuerzo, convenceme con argumentos, con datos, con citas, con un marco teórico determinado y preciso, razonable, consistente. Porque en ese ejercicio está la virtud principal de la democracia.
Dejemos la mentira y el cinismo para otros sistemas.

Salvo que haya argentinos a los que les gusta que le mientan.

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