Nuestra Señora de la Merced


Colaboración de las Misioneras de la Inmaculada, Padre Kolbe

La devoción a Nuestra Señora de la Merced se remonta al siglo XIII, cuando la Santísima Virgen se apareció al rey Jaime I de Aragón, a San Raimundo de Peñafort y a San Pedro Nolasco y les pidió que instituyesen una orden con el fin de liberar a los cristianos cautivos de los musulmanes.

San Pedro Nolasco, fundó entonces la Orden de los Padres Mercedarios, dedicada a la merced (que significa obras de misericordia), cuyo carisma es “la redención de los cautivos”. Los religiosos además de profesar los votos de pobreza, castidad y obediencia, hacen un cuarto voto “para la redención de los cautivos”, por el cual se obligaban a quedarse como rehenes y dar la vida para lograr la libertad de los cristianos. Muchos prisioneros alcanzaron libertad por esta entrega de los religiosos que murieron mártires cumpliendo su misión. En su tiempo San Juan Pablo II definió a María como “la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad.”

La devoción a la Merced se difundió muy pronto por España, Francia e Italia y llegó a América donde se propagó ampliamente, incluso la primera misa en nuestro continente, se habría celebrado ante una imagen de la Merced.

En la evangelización de América reside parte de su legado histórico por su participación en el profundo cambio cultural que implicó para la cultura de los pueblos originarios la nueva lengua, la religión monoteísta y hasta una nueva organización familiar que pasó de la poligamia a la monogamia.

Uno de los grandes hombres de nuestra historia, Manuel Belgrano fue ferviente devoto de la Merced, por eso antes de la Batalla de Tucumán invocó su protección, y a las damas tucumanas les dijo: “pidan milagros señoras, que de milagros hemos de necesitar hoy”. Los criollos triunfaron ampliamente, era el 24 de septiembre de 1812. Belgrano en agradecimiento consagró el ejército a la Santísima Virgen, la nombró Patrona del Ejército, colocó en manos de María su bastón de mando, la proclamó Generala de los Ejércitos de la Patria y encargó a las monjas de la Merced la confección de escapularios que los soldados llevaron en el pecho y lograron la victoria de Salta.

Dijo el Papa Francisco en un mensaje a la Orden de los Padres Mercedarios: “Es la respuesta de Dios al clamor del pueblo que espera la liberación. Así, es maestra de consagración a Dios y al pueblo, en la disponibilidad y el servicio, en la humildad y la sencillez de una vida oculta, totalmente entregada a Dios, en el silencio y en la oración”.

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