Pentecostés, un pueblo nuevo
Colaboración de Angélica Diez, misionera del Padre Kolbe
Con la celebración de Pentecostés, concluye el tiempo de Pascua, los cincuenta días de la Resurrección de Jesús. En el día de Pentecostés, nace un pueblo nuevo, el Espíritu bajó del cielo en forma de lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos .Es la acción del Espíritu, que primero se posa sobre cada uno y luego pone a todos en comunicación. A cada uno da un don y a todos reúne en unidad. Es el mismo Espíritu quien crea la diversidad y la unidad y de esta manera plasma un pueblo nuevo, variado y unido: la Iglesia universal. Crea la diversidad; en todas las épocas en efecto hace que florezcan carismas nuevos y variados. Y al mismo tiempo, es el mismo Espíritu quien realiza la unidad: junta, reúne, recompone la armonía. Nuestra oración al Espíritu Santo consiste en pedir la gracia de aceptar su unidad, de trabajar por la unidad entre todos, de desterrar las murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan, y también pedir un corazón que sienta a la Iglesia como, madre nuestra y casa nuestra.
Jesús Resucitado se aparece a los suyos, les da el Espíritu de perdón. Este es el comienzo de la Iglesia, es el cemento que une los ladrillos de la casa: el perdón. Porque el perdón es el don por excelencia, es el amor más grande, el que nos mantiene unidos a pesar de todo, es el perdón el que libera el corazón y le permite recomenzar. El Espíritu de perdón, que conduce todo a la armonía, nos empuja a rechazar otras vías; nos insta a recorrer la vía de doble sentido del perdón ofrecido y recibido, de la misericordia divina que se hace amor al prójimo, de la caridad que ha de ser en todo momento lo que nos induzca a obrar o a dejar de obrar, a cambiar las cosas o a dejarlas como están. Por ello, pidamos la gracia de que, renovándonos con el perdón y corrigiéndonos, hagamos que el rostro de nuestra Madre la Iglesia sea cada vez más hermoso: sólo entonces podremos corregir a los demás en la caridad.
Nuestra oración al Espíritu Santo consiste en pedir la gracia de aceptar su unidad, una mirada que abraza y ama, más allá de las preferencias personales, a su Iglesia, nuestra Iglesia; de trabajar por la unidad entre todos, de desterrar las murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan, porque ser hombres y mujeres de la Iglesia significa ser hombres y mujeres de comunión; significa también pedir un corazón que sienta la Iglesia, madre nuestra y casa nuestra: la casa acogedora y abierta, en la que se comparte la alegría multiforme del Espíritu Santo, sí, pidamos tener un corazón nuevo como miembros de un pueblo nuevo que crea y promueve la unidad. «Ven Espíritu de Dios, Señor que estás en mi corazón y en el corazón de la Iglesia, tú que conduces a la Iglesia, moldeándola en la diversidad. Para vivir, te necesitamos como el agua: desciende una vez más sobre nosotros y enséñanos la unidad, renueva nuestros corazones y enséñanos a amar como tú nos amas, a perdonar como tú nos perdonas. ». (Papa Francisco).
(*) Angélica Diez, Misionera de la Inmaculada Padre Kolbe, Olavarría.
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