Restregarse con arena el paladar


Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

El resultado del plebiscito que se desarrolló en Chile el domingo pasado puede analizarse desde dos perspectivas. En primera aproximación podría verse como el acto de torpeza política más grande de los últimos tiempos. Una especie de suicidio ingenuo y arrebatado, orquestado con maestría por Gabriel Boric tres meses después de haber asumido la presidencia. ¿Cómo alguien que gana las elecciones rompiendo con un sistema político que había mantenido la hegemonía por muchos años puede gastarse todo el crédito disponible en sólo tres meses? ¿Ingenuidad?, ¿inexperiencia?, ¿confianza desmedida?, ¿niebla mental repentina producto de los vapores etílicos del poder?

Muchas veces la verdad impone sus razones como si fuera una pared invisible que nos ponen en medio del paso cuando vamos corriendo. O como dice Homero Expósito, “…Luego la verdad, / que es restregarse con arena el paladar / y ahogarse sin poder gritar”. La única verdad es la realidad, dicen, y la realidad impone una derrota aplastante. Una derrota que actúa a modo de escarmiento, incluso, una trompada que despabila y casi deja grogui.

Lo de Boric remite a una definición muy habitual en fútbol: lo difícil no es llegar sino mantenerse. A todas luces una decisión apresurada ésta de la consulta, una precariedad de cintura política alarmante, una candorosa muestra de imprudencia o bien, tal vez, una muestra de impaciencia por responder a un plan preconcebido y ofrecido como programa de gobierno durante la campaña. Un intento apurado de seguir diferenciándose de la política convencional. Sea como sea, lo que ocurrió el domingo podría traducirse como: buen día, Gabriel, bienvenido al mundo de la política.

Pero más allá de este “error no forzado” del gobierno chileno, los resultados del domingo pasado ofrecen una segunda posibilidad de análisis. Dejan otra enseñanza: ¡con cuánta rapidez pueden accionarse los mecanismos de la reacción!

La victoria electoral de Boric en diciembre del año pasado, evidentemente, contó con una buena dosis de efecto sorpresa. Mirá que estos pibes acostumbrados a armar despelote entre los universitarios van a ganar una elección presidencial… habrán pensado los dinosaurios del establishment con un vaso de whisky en la mano. Y en verdad era poco probable, pero ocurrió. La reacción fue inmediata. En tres meses convirtieron a los entusiastas impulsores de reclamos estudiantiles en agentes encubiertos del comunismo internacional, le hicieron creer a buena parte de la población chilena que la constitución propuesta por Boric pondría en jaque a la propiedad privada y a partir de ella ya nadie podría aspirar a su propia vivienda y otras barbaridades por el estilo.

La verdadera y dolorosa enseñanza que nos deja el plebiscito es la rapidez de reflejos de los sectores más conservadores de la sociedad y del poder inconmensurable que tienen los medios de prensa. Dos meses de campaña fueron suficientes para dejar en ridículo a un puñado de jóvenes que creyeron ingenuamente que de verdad podían desafiar al poder real.

Tal vez lo único bueno de esta enseñanza es que se puede extrapolar a otras geografías o a otros contextos. A veces mirando para afuera, con la perspectiva que ofrece el hecho de mirar sin prejuicios y sin la inmediatez del árbol que nos tapa el bosque, es posible ver lo que pasa adentro con más claridad.

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