Sobre Lugones, Borges, el Martín Fierro y otros menjunjes
Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
Pasó un nuevo Día del Escritor y una vez más, con cierta mezcla de sorpresa y desilusión, pude observar que en muchos actos y homenajes se reivindica la figura de Lugones (recordemos que el Día del Escritor se declaró en su honor y se fijó en coincidencia con la fecha de su nacimiento).
Nos dedicaremos, hoy, pues, a defenestrar a Lugones. Y lo haremos desde dos flancos, el literario y el ideológico, si es que ambos pueden tratarse por separado.
En uno de los artículos de “El tamaño de mi esperanza”, uno de sus primeros libros, Borges se dedica exclusivamente a derribar la imagen de “gran poeta nacional” que se le asignaba a Lugones allá por la década del treinta. “Muy casi nadie, muy ripioso…” Arranca Borges su diatriba. Si se rima con ía o aba, sigue, hay mil palabras que se ofrecen para rematar un verso y, por ende, el ripio es vergonzante. Por otra parte, si se quiere rimar con baúl, como suele hacer Lugones, el lector ya sabe que dentro de ese baúl habrá algo de color azul y el artilugio queda a la vista. Es decir, para Borges, Lugones no pega una, si elige una rima fácil cae igualmente en ripios, si toma una rima difícil, deja a la vista el artificio.
Ilusión que las alas tiende
en un frágil moño de tul
y al corazón sensible prende
su insidioso alfiler azul.
Dice el poeta a quien honramos cada 13 de junio. A lo que Borges retruca: “Esta cuarteta es la última carta de la baraja y es pésima, no solamente por los ripios que conlleva, sino por su miseria espiritual, por lo insignificativo de su alma”. Lapidario.
Obviamente, el gran poeta nacional puso el grito en el cielo y retó a duelo al insolente Borges. Eso sí, le dio changüí, le dijo que eligiera él si prefería el florete o la pistola. El duelo, lógicamente nunca se consumó. Alguien convenció a Lugones de que pelear con alguien que era extremadamente corto de vista no representaba mérito alguno en su carrera de súper macho. Al verlo de ese modo, Lugones dejó sin efecto el reto.
Si en lo poético lo de Lugones es pobre, en lo ideológico es repudiable. Fue ni más ni menos quien acuñó aquella famosa frase que afirmaba que debía llegar la hora de la espada. Frase con la que inducía al ejército a limpiar de anarquistas y socialistas la Argentina y que los militares se tomaron tan a pecho que no pararon hasta derrocar a Yrigoyen y toda la chusma que lo acompañaba.
Lugones fue el intelectual oficial del régimen conservador que empujó a los argentinos a los oscuros años que quedaron en la historia como los años de la “década infame”. Voz cantante de políticos corruptos que ganaban elecciones fraudulentas o tomaban el poder por las armas, intelectual en el que se recostaba la casta política de la época. Lugones dio un vuelco ideológico vertiginoso al mutar de su socialismo juvenil –llegó a escribir en la Vanguardia- a posturas reaccionarios que adoptó en su madurez.
Paradójicamente, ese régimen conservador del que hablamos le asignó la tarea de reivindicar al gaucho en la figura del -para ese tiempo olvidado- Martín Fierro. Pero esa es una historia que merece una consideración especial y la dejaremos para el próximo domingo si el lector nos sigue acompañando en estas páginas que no tienen otra finalidad, como habrán notado, que provocar, arrojar el guante para ver si alguien lo recoge.
Concluyamos, para cerrar, que no estaría del todo mal que la Sociedad Argentina de Escritores reviera esa vinculación perversa entre el loable oficio de escribir y un personaje que se presentaba en sociedad como un exponente vernáculo del Fascismo. Ideólogo de los años más tristes de nuestra historia, al menos hasta ahora.
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