Tiempos nuevos


Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Bioy Casares decía que a la primavera la sentía en el cuerpo. Como si fuera una sensación y no solo una fecha en el almanaque o un cambio en el aire. No necesitaba ver los brotes en el sauce para saber que algo estaba por suceder, su organismo se lo adelantaba. La primavera es algo que no por repetido y gastado deja de ser sorprendente y maravilloso, algo que, como el río de Heráclito, conmueve al dejar en evidencia el cambio, la transición permanente, la ausencia de quietud que tanto perturba.

Mis abuelos, en el campo, esperaban todos los años la tormenta de Santa Rosa. Ante la más leve brisa se apuraban a anunciar, antes que nadie, que la famosa tormenta empezaba a urdir su clamor de viento y lluvia en el horizonte. Yo no entendía, para mí era una tormenta como cualquier otra, un capricho de la naturaleza que me impedía salir a jugar a la pelota.

De adulto presté un poco de atención al fenómeno, tal vez como reconocimiento tardío a esa sabiduría que los viejos traían desde quién sabe dónde, seguramente como herencia lejana de muchas guerras y tantos altibajos, de la gloria espuria de aquel viejo imperio, de su lenta e irremediable decadencia, de ese resplandor fugaz e insoportable que fue el Renacimiento, de más guerras y de muchas miserias, de la disciplina que otorga la religión, del abnegado maestro que es la desdicha.

Sin saber nada de meteorología, me atrevo a afirmar que Santa Rosa cambia el aire en esta parte del planeta, renueva el aire frío y húmedo del invierno y lo cambia por otro, también húmedo, pero algo cálido y un poco empalagoso, un aire nuevo y distinto que preanuncia el verano. Después vendrán más días de frío, es cierto, pero esa semana de tormenta prefigura lo que va a venir, lo anuncia, deja entreverlo, y en esa promesa tal vez esté su encanto, en se juego de mostrar apenas, de adelantar, de ofrecer a cuentagotas. De insinuar más que descubrir, como esa mujer que me sonríe y después se aleja.

Mito o realidad, todos esperamos la tormenta de Santa Rosa. Queremos que llegue para imaginar que el tiempo malo se está yendo, para creer que lo mejor aún está por venir, que lo bueno asoma en el horizonte. ¿Quién pudiera vivir sin esperanzas?

Los comentarios están cerrados.