Un breve vistazo a la niñez de los años 50 en los barrios El mondongo y El cementerio en la ciudad de La Plata
Escribe Jorge Hugo Figueroa.
Escribe: Arq. Jorge Hugo Figueroa.
Con motivo de celebrarse en el día de hoy, 9 de mayo, un año más de la realización del primer bypass aorto-coronario por parte del Doctor René Favaloro, pensé que sería interesante conocer algo del barrio platense que lo vio nacer.
Antes que nada, es importante comentar que el nombre “El mondongo” viene de la manera en que el frigorífico Swift les pagaba a los empleados que trabajaban allí, dado que ésta empresa justamente les daba éstos, cortes de la faena del ganado vacuno. Luego, éstos empleados solían vender dicho cortes de carne en las calles de su barrio o bien, lo consumían regularmente en sus hogares. Por otro lado, el barrio “El cementerio” naturalmente se llamaba así por estar rodeando el enorme cementerio platense. Ambos barrios se encontraban, en principio, en lo que eran los suburbios de la ciudad. En tanto que las calles del centro estaban empedradas en casi su totalidad, las calles de estos dos barrios y otros tantos, permanecían siendo de tierra (con excepción de la diagonal que venía desde el centro para asistir a los funerales, la cual también tenía adoquines).
Queriendo saber algo más de la vida en esos barrios platenses de principio de los años 50 me puse en contacto con mi tía, Marta Nicolino, quien vivió en parte en el barrio “El cementerio” y en parte en el barrio “El mondongo”, y ésta accedió a contarme algunas anécdotas de su niñez.
Autor: ¿En qué año naciste y en qué lugar naciste de La Plata?
Tía: Nací en el año 1950, en la casa de una tía, donde vivían mis padres. Creo que era por la calle 69 y algo así… Antes se usaba mucho eso.
Autor: ¿Y cuando se fueron a vivir al barrio “El mondongo”? ¿Cuándo se mudaron allí? ¿o esa casa era dentro del barrio?
Tía: No, no era dentro del barrio, los que vivían allí eran mis abuelos maternos y mucha gente más, algunos de mis tíos… Mis viejos agarraron para otros “wines”, para el lado de “El cementerio”. Pero nos visitábamos muchísimo con los abuelos y con los tíos de allá, del barrio “El mondongo”. Era un barrio muy tranquilo, muy lindo y bueno, cuando tiene sus hijos, como mis viejos, que tenían tres hijos en ese momento, nos visitábamos mucho, éramos muchos tíos de la misma edad con los sobrinos. O sea, la cosa era así, la hija tenía un hijo y capaz que su madre tenía un hijo a los dos meses o sea que nos llevábamos muy poca diferencia de edad.
Autor: Mi mamá me decía que solían ir a la cancha de Gimnasia y vendían pizza. ¿Era normal que los niños los acompañaran a los adultos a trabajar? ¿Cómo era la niñez en el barrio? ¿a que jugaban?
Tía: Paso a contarte que mis tíos tenían cierta edad, mi tío Jorge y Roberto, que eran los más vagos y se juntaban con nosotros, que éramos más chiquilines. Yo era la más chica, y sí, eran de ir y vender cosas, seguro. Nos juntábamos y hacíamos todo tipo de bromas y picardías. Pero es que nos conocíamos todos en ese barrio y así las travesuras no pasaban de ahí. No es como en el pueblo donde vivo que no termino de conocer mucha gente (y eso que los recorrí años y años caminando). Nos conocíamos tanto en el barrio que hasta de grandes, en una de esas, se llegaba a ser parientes. Y jugar, jugábamos a acompañarnos, tocar el timbre y salir corriendo, o “robábamos” un caballo y salir a dar una vuelta, o lo mismo con las bicicletas, que después devolvíamos, por supuesto. Después jugábamos a saltar a la soga, a la bolita, o cortando un pasto, que se hacía finito, lo usábamos para sacar arañas de los huecos de las paredes. Otras cosas que hacíamos era mirar el tren con mis abuelos o pasar unas vacaciones con ellos y los 24 (de diciembre) la pasábamos también con ellos.
Mi viejo trabajó en el frigorífico Swift y también de policía ahí cerca. Las recorridas, los policías, las hacían a caballo.
Mi abuelo tenía su quinta y su gallinero (como todos en el barrio). También él se encargaba de hacer todas las comidas para fin de año, para el 25 de diciembre y el primero de enero (nos sacaba a todos corriendo de la cocina). Cuando recuerdo esas fiestas, me acuerdo de las sillas de paja con esas mesas largas… ¡familias grandes! Que ahora quedan pocas.
Para todas esas fiestas, las mujeres iban a las casas de los abuelos con los “críos” y los maridos, salvo excepciones, trabajaban igual.
El abuelo tenía por costumbre hacer quinta (de ahí que salimos todos con el gusto por las plantas).
Te cuento que él hacía sus ravioles y sus fideos.
Cuando íbamos a la quinta pedirle tomates; él ya tenía su frasquito de sal en el bolsillo de un pantalón jardinero, sacaba un tomate de la planta, lo cortaba a la mitad, le ponía un poco sal y nos lo daba. Tomate con sal, ¡era exquisito! ¡otro gusto! No te imaginas, Jorge.
Pero bueno, la gente se acostumbra a toda ésta porquería que nos dan, todo madurado en cámaras y cosas así, y uno, cuando se acuerda de esos gustos, no te dan ganas de comer, ni siquiera de tomar mate, porque uno no sabe de dónde viene la yerba.
Autor: Me decía mi madre que hubo un tiempo que vivieron en una casa que era medio precaria y que luego se pudieron mudar a una mejor. Era una casa hecha de chapas de cartón pintadas con brea y que tu mamá, mi abuela Porota, cocinaba en el patio. No sé si esa casa sí estaba en el barrio “El mondongo” o era en otro lugar.
Tía: Bueno, sé que mis abuelos vivieron al principio en un ranchito de chapa, hasta que los hijos más grandes se emplearon en Y.P.F. (mi abuelo le buscaba empleo a todo el mundo y los hacía laburar cuando tenían cierta edad) y bueno, así les hicieron la casa a mis abuelos. Una casa muy bonita.
Nosotros vivíamos en una casa medio precaria hasta que salieron unos planes del gobierno y nos pudimos hacer la casa de material, mucho mejor. La casa la hicieron mis viejos, con mis tíos, bien a la italiana, los Novoa, con los Carpinetti y los Nicolino. Siempre nos ayudábamos, todo era así.
Se cocinaba afuera con el brasero y el mismo brasero se usaba para calentar el ranchito.
Nunca me voy a olvidar a mi viejo echando a los gatos que se subían al pobre techo de la casa a la madrugada y después tenía que ir a laburar.
Todo era muy distinto, la vida era muy distinta. Siempre había un pedacito para tener una gallina o una quinta y era normal que uno intercambiase frutas, verduras, huevos, pollos o carne con los vecinos, por ejemplo. Había más unión con los vecinos, no había tanta presencia del estado, en ese sentido, así que nos arreglábamos entre nosotros y así la comunidad era más unida. Se pensaba de manera diferente. A veces nos juntábamos y hacíamos unas pizzas, o se cambiaban los huevos por un churrasco.
Si había que laburar, se laburaba. Mi hermana, mis hermanos, todos. El que estudiaba, lo hacía también con mucho sacrificio.
Respecto del barrio El Mondongo, era y sigue siendo muy lindo, a pesar de todo. A lo largo de mi vida seguí yendo porque tenía compañeras de trabajo que vivían allí. Había una fábrica de velas y ya estaba la escuela N° 45.
Recuerdo que siempre se hablaba de la familia de Favaloro y de él mismo. Siempre fue muy humilde y como médico también. Era de esos doctores de antes que, o te cobraban poco o no te querían cobrar.
Desde ese barrio nos quedaba muy cerca “El bosque”, donde íbamos a pasear o también Ensenada, desde nos tomábamos una lancha para ir a la isla con los viejos, los abuelos, los tíos y los primos (eso generalmente pasaba los domingos que era nuestro paseo). De esos viajes en lancha es que yo le tengo terror al agua, porque pasábamos por un lugar que se llamaba “Las cuatro bocas” (no sé bien porqué, supongo que porque allí se juntarían cuatro rías, o no sé) y que era muy peligroso, la lancha se movía para todos lados.
Autor: ¿Cómo hacían para ir a la escuela? ¿Es verdad que si llovía o había mucho barro no iban?
Tía: Para ir a la escuela… como se podía, si había mucho barro, bueno, se iba con botas o lo que hubiera. Por medio de las zanjas, en medio de las escarchas. Nos llevaba el tío Héctor, mi hermano mayor, a nosotras y a todo el barrio. Llegábamos todos embarrados y ahí nos ayudaban las porteras que nos sacaban el delantal y todo lo que podían el barro. Es que había mucha calle de tierra, no se usaban asfaltado o adoquinado, era muy del centro eso. Lo único que teníamos era la calle del cementerio que más o menos estaba ahí, en condiciones, porque bueno, los floristas tenían que vivir y, bueno, no sé como hicieron para tener la calle así…
Autor: ¿La ropa se las hacía a mano tu mamá, verdad?
Tía: Bueno, mira, mi vieja era medio multiuso, ella compraba las telas y nos hacía los vestidos a mano, tejía la lana y nos hacía capas, tapaditos. Un día mi abuela materna trajo una máquina de coser y a partir de ahí se empezó a tener ropa cosida a máquina.
Los vestidos de comunión, eran todos hechos a mano. Teníamos una prima que pintaba flores y cosas en los vestidos y así se los adornaba también.
Cuando llegaba el día de los muertos, el día de “Todos los santos” para nosotros era una fiesta porque nos daban plata para que nos compremos un helado y paseábamos por dentro del cementerio. Lo tomábamos como una fiesta, bah, como tiene que ser, era una fiesta. Era un momento para recordar a los seres queridos, algunos riendo y otros llorando. Yo nunca lloré, siempre fui muy dura para llorar.
Mi vieja nos hacía los bucles, no había peluquería, así que todo lo hacía ella. Tal es así que llegó el día de mi comunión que hasta se descompuso en la puerta de la iglesia por todo lo que había trabajado.
Recuerdo que una sola vez le encargó a una vecina, que era modista, que nos hiciera unas polleritas color bordó.
Y después era muy común que nos pasáramos la ropa, entre primos, primas, amigos, amigas, familiares.
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