Una sombra en la ventana

  Una extraña historia en la Mar del Plata de los 90.

Por: Arq. Jorge Hugo Figueroa.

Tiempo de lectura estimado:  5:00 minutos

  Apenas habían pasado unos años desde que comenzara con la carrera de arquitectura y en esa ciudad tan alejada de mis pagos fuimos haciéndonos amigos y conocidos con una gran cantidad de estudiantes. Algunos marplatenses y la gran mayoría, tan forasteros como yo.

  Entre todos éstos conocí a una estudiante que me contó una de las historias que más intriga me despertaron.

  Resulta que por aquellos años, mardel tenía en Otoño e Invierno (sobre todo) una enorme cantidad de lo que se llama “infraestructura ociosa”, es decir, muchos departamentos y casas vacías, que a veces se alquilaban para los que íbamos a estudiar a esa ciudad.

  Ésta chica había dejado atrás a una de las tantas ciudades pampeanas para buscar un título que suponía “nos iba a facilitar las cosas al momento de insertarnos en el mercado laboral”… casi todos éramos medio ilusos, mientras estuvimos en la famosa “burbuja” de la universidad. Pero era la época del “1 a 1” y, mal que mal, imaginábamos un futuro argentino mejor.

  En fin, como decía, una mañana en el taller, ésta chica me dice: “Jorge, vos que sos escritor, te va a encantar esto que me está pasando” (había escrito un libro de cuentos cortos y cada tanto alguna que otra poesía, por eso siempre sentía que me quedaba un poco grande el oficio, pero bueno, callé la objeción).

  Movió un poco el “remito de plástico” en el vaso con café y me comenzó a contarme: “Resulta que después de irme al carajo de la pensión me fui a una inmobiliaria y los precios de los alquileres estaban demasiado altos. Busqué en las carpetas que tenían pero nada, costaban fortunas. Me podía quedar en el depto de una amiga, pero no quería abusar de su buena onda, así que cada vez que podía me iba a dar una vuelta por los barrios de atrás de la zona”.

_ ¿Y no era más seguro ir a otra inmobiliaria? Le pregunté.

  • Si, pero la verdad es que quería ver si me podía ahorrar la comisión de las inmobiliarias. Me contestó.

  Y continuó, “Bueno, en una de esas encuentro una que parecía medio venida a menos, pero me pareció hermosa. Estaba el pasto medio crecido, las rosas aún sin podar y desde la entrada del auto, se podían ver unos árboles llenos de hojas rojizas y amarillentas. También pude ver unas barandillas que debían haber sido celestes en un pasado remoto con lo cual adiviné una posible pileta. Para serte sincera, la construcción estaba hecha pelota, pero me gustaba la idea de alquilarla por unos mangos y rescatarla un poco del abandono.

La foto es sólo a modo ilustrativo. Ésta construcción no corresponde al estilo “chalet marplatense”.

  No había carteles de inmobiliaria, ni que alguien comunicara que estaba en alquiler, ni nada de eso. Toqué el timbre en la casa de al lado, pero no salió nadie. Fui a la casa siguiente y golpeé la puerta. Estaba atenta a oír algún ruido al otro lado cuando noté asombrada que una señora me estaba observando en silencio medio tapada por una cortina de crochet. Como no hacía ningún gesto, se me ocurrió decirle buenas tardes y si sabía cómo podía contactarme con los dueños de la casa porque quería alquilarla.

  La mujer parecía tener un rostro de cera, sin expresividad alguna y mientras me seguía observando sin responderme, pensé si en realidad no tendría algún problema mental o quizás ¡estuviera sorda! De pronto se abre la puerta y una mujer igualita a la de la ventana me pregunta que estaba necesitando.

  Retrocedí un par de pasos y le dije que estaba buscando al propietario del chalecito marplatense (son bien característicos de una época que pasó hace décadas). La mujer me dijo que el dueño era de Buenos Aires, y que hacía años que no venía por el barrio, pero que le había dejado el número de teléfono por si había algún problema.

  Cuestión que ni bien me lo dijo lo anoté en la libreta y me fui para un teléfono público a llamarlo. Después de unos minutos de insistir, la voz de una mujer joven contestó al otro lado. Me presenté, le dije que era lo que necesitaba y quién me había pasado el número. Ella escuchaba atentamente y en un silencio que se me hizo casi eterno, me dijo que el papá había muerto hacía una semana.

  No sé si fue por el tono de desesperada de mi voz, o porque ella estaba en una situación medio complicada o porque parecía ser tan joven como yo, la cuestión fue que después de intercambiar unas palabras más  me dijo que fuera hasta una cerrajería cercana, atendida por un viejo amigo de la familia, que él iba a abrir la puerta y me iba a dar un par de llaves.

  Nunca me voy a olvidar de lo agradecida que me sentí y, claro, ¡todavía no sabía cuanto me iba a costar el alquiler!  Y otra vez el silencio incómodo, pero al terminar me dijo que por el momento no me iba a cobrar nada, pero tenía que dejarle la casa lo mejor que pudiera.

  Nos despedimos, colgué el tubo y metí los dedos  índice y mayor en el receptáculo del teléfono para ver si había caído alguna “ficha de larga distancia”.

  En la cerrajería, el viejito que atendía me miró medio extrañado, medio desconfiado, pero al irle dando detalles y la mala noticia de la muerte de su amigo es como que se aflojó un poco.

  Parecía que la desgracia ajena me estaba abriendo las puertas.

  El hombre sacó dos llaves de debajo del mostrador y me las entregó diciéndome que tuviera mucho cuidado con lo que hacía…

  Me fui con la interrogante acerca de que me estaba advirtiendo, ¿la casa era un lugar peligroso? ¿yo era la peligrosa? ¿el barrio era peligroso?

  La llave entró medio forzada y al tratar de girarla, la cerradura protestó un poco pero luego de dos vueltas, la puerta bostezó una nube de polvo gris que formó una nube pesada.

  Desde el umbral pude ver un estar y un comedor con todos y cada uno de los muebles. Libros, cuadros, unos floreros y un afiche que anunciaba una corrida de toros en Madrid con casi el mismo color a tierra. Los dormitorios estaban al final de un pasillo. Lo que más me impresionó, fue que las camas habían sido hechas mucho tiempo atrás, muchos años, diría. La cocina y el baño estaban en iguales condiciones. Todo parecía detenido en el tiempo, como si alguien hubiera limpiado la casa y luego se marchó para siempre.

  No había gas, agua corriente ni tampoco electricidad, como me había imaginado.

  Bueno, les conté a tres amigos y a dos amigas y el fin de semana siguiente fuimos hasta la casa. Limpiamos todo, sacamos al aire libre los muebles, ventilamos los ambientes. Para resumirte, lo único que no hicimos fue cortar el pasto (aunque igual no estaba tan alto).

  Mi amiga me prestó un colchón, una bolsa de dormir y yo tenía un paquete de yerba, un termo, un mate y unos bizcochitos. Así fue que me empeciné en dormir aquella primera noche en el chalecito.

  Mis amigos y amigas no se podían quedar aquella primera noche, así que sin muchas ganas se despidieron”.

  • ¿Pero y como te animaste a quedarte sola en un lugar desconocido? Imaginate si hubiera sido usado como un aguantadero de delincuentes o cualquier otra cosa. Le dije, pensando que debía estar medio pirucha como para hacer algo así …
  • Bueno, no sé, me pareció seguro y listo. Como no había luz, me tomé unos mates con bizcochos a la luz de unas velas. Cuando se me terminara el agua del mate. Listo, no tenía como calentar más. Además, el única agua que podía tener era de una bomba sapo que había en el patio. Al lado, estaba la pileta vacía.

“Como te decía, cuando se terminó el agua para el mate decidí tratar de dormir, me acurruqué dentro de la bolsa y entrecerré los ojos.

  La oscuridad era total, un ruido me había despertado. Busqué la linterna que había dejado al lado, pero por más que estiré los dedos sobre el piso frío, no la encontré. Estiré la otra mano buscando un cuchillo que había sacado de un cajón de la cocina.

  Estaba en un silencio absoluto, tratando de adivinar que podía haber pasado. ¿Habría pasado alguien al fondo por la entrada del auto?  

  Los minutos fueron pasando y no volví a escuchar nada más, así que volví a cerrar los ojos, pero ésta vez con el cuchillo firme en mi mano. Las puertas y ventanas estaban bien trabadas desde adentro, así que si alguien quería entrar, forzosamente me iba a despertar.

  Después de esa primera noche todo fue más sencillo. Al tiempo pude dar de alta el medidor de electricidad, de gas y de agua, así que estaba cada vez muchísimo más cómoda. Además un amigo marplatense me trajo un portón que entraba perfectamente en la entrada de autos con lo cual quedó mucho más difícil para que alguien pudiera entrar.

  Hice andar una tele ochentosa que y ya tenía canal ocho y canal diez, así que estaba como quería, feliz en el chalecito.

  También tenía un colchón, sábanas, frazadas… bueno, ¡de todo!

  Después empezamos con las épocas de los parciales y las entregas de diseño, bueno, nada, estaba súper cómoda.

  Un día vuelo a la casa y cuando estaba abriendo la puerta me pareció sentir un olor como a sahumerio. Me pareció raro porque no sabía de dónde podía venir ya que yo no los soporto, así que en la casa no había.

  Cuando entré al estar ya no se sentía, o sea que el olor debía haber venido de alguna casa vecina. Pero al entrar a la cocina noté que había algo raro. Un perrito de cerámica que siempre estaba sobre la tele, ahora estaba en el piso y no parecía roto, es decir, no podía haberse caído.

La foto es sólo a modo ilustrativo.

  Busqué el cuchillo en el cajón de los cubiertos y recorrí la casa, pero no había nada, estaba todo normal, todo cerrado, todo bien trabado.

  A la noche tuve un sueño bien raro. Estaba en un campo, a lo lejos un árbol y debajo, a la sombra, la silueta de una nena que me observaba. La saludo con la mano y ella responde a mi saludo subiendo el brazo, sosteniendo el perrito de cerámica.

  Me siento de golpe en la cama y, te juro, había una sombra en la ventana. Fue un instante, pero pegué un grito que calculo me deben haber escuchado en toda la ciudad.

  Miré el reloj y eran las 3:30 de la mañana. Obviamente no me pude volver a dormir en toda la noche.

  Pasaron unos días  y otra tarde, entro al chalecito y perrito de cerámica no estaba arriba del tele, o sea, no estaba en ningún lado y yo estoy segura de no haberlo sacado. Lo primero que hice fue irme a una cerrajería del centro con las dos cerraduras de las puertas que daban al exterior (la del frente y la del fondo) para que me cambien las combinaciones.

  En ese momento fue que decidí contarles a los amigos y amigas que me habían ayudado con la limpieza de la casa. Como era viernes aprovecharon para venir al chalecito a comer unas pizzas y ya que estaban, se quedaron a dormir. Querían ver al supuesto “fantasma que movía las cosas”. Una pavada que habían inventado para romperme las bolas.

  Serían las 2 de la mañana, más o menos, cuando se empezó a sentir un olor a humo y en la oscuridad uno de mis amigos lo reconoció inmediatamente como el perfume del tabaco que se usa en las pipas.

  De a uno nos fuimos levantando en silencio para tratar de adivinar de qué lugar venía. Pero fue imposible averiguarlo porque unos segundos después se disolvió y no se podía percibir nada más.

  Ahí me di cuenta que lo que yo pensé que era olor a sahumerio, en realidad, era ese olor a tabaco.

  La verdad es que no sé cuanto estuvimos despiertos, pero en algún punto nos dormimos.

  El sábado a la mañana, me desperté y me fui caminando para el baño, cuando paso por el estar, donde estaban durmiendo los chicos, veo encima de uno de ellos el perrito de cerámica. Se me pusieron los pelos de punta y el corazón me empezó a latir con todo. No podía decir nada, estaba aterrada.

  Algo deben haber sentido mis amigos porque se despertaron y el perrito, que estaba apoyado sobre la panza de uno de ellos, rodó hasta la alfombra.

  Entre risas nerviosas nos empezamos a acusar de hacer una broma estúpida. Yo estaba segura que había sido uno de ellos que había encontrado el perro de mierda en algún rincón y luego lo había puesto sobre el pibe que dormía. Otros decían que yo había hecho eso para asustarlos.

  Bueno, agarré al perrito y lo metí en el cajón de un ropero del dormitorio que acumulaba maquetas, planos y otras cosas que no quería que anden dando vueltas.

  • Y le digo, ¿pero y no te daba miedo de quedarte sola de nuevo en la casa?
  • ¡Es que en ese momento ya estaba bastante más molesta que asustada!

  Bueno, habrán pasado unos cinco o seis días y saliendo de la casa, justo después de cerrar la puerta, escucho un golpe fuerte adentro, como si algo se hubiese caído. Abro la puerta y nada, estaba todo normal. Pero yo estaba segura que algo había pasado. Fui al patio y todo estaba tranqui, pero cuando miré en la pileta estaba el perrito en el fondo. Yo no lo podía creer, o alguien me estaba haciendo una joda o no sé que carajos pasaba. Salí corriendo a buscar en el cajón del ropero, en donde había guardado al perro, pero no estaba. Y ahí me asusté de verdad…

La foto es sólo a modo ilustrativo.

  Alguien tenía que haber entrado a la casa, no sé cómo, pero yo no saqué al perro en todo ese tiempo, o sea que alguien lo hizo y fue y lo puso en la pileta.

  Como la pileta seguía sin tener agua, bajé al fondo y ahí…”

  • ¿Y ahí que? Le dije.
  • Y ahí no me acuerdo más. Cuando me desperté tenía puesto un coso en la boca y en la nariz que me daba aire. Mientras tanto un enfermero me hablaba pero no escuchaba lo que me decía. Estaba en una ambulancia y me estaban llevando al hospital.

  “Tomá el juguetito”, me dice el médico de guardia, “lo tenías en la mano y no lo largabas por nada del mundo”. Resulta que parece que me encontraron en la playa, cerca del faro, a unos cuatro kilómetros del chalecito.

  • ¿Y ahora estás viviendo en esa casa todavía? Le pregunté ansioso, con muchas ganas de saber algo más.
  • Mirá, después de eso, cuando me dejaron ir del hospital, el domingo, volví con mis amigos y amigas, cargué todo y me fui a vivir con unas chicas que habían decidido alquilar juntas un depto en el centro.
  • ¿Y conservaste el perrito?
  • No, yo creo que el perrito era de alguien de ahí, de alguien que vivió en la casa y, ¿te cuento algo más?  Me dijo. Al perrito lo dejé de nuevo sobre la tele y luego le llevamos las llaves al viejo de la cerrajería. “Dejá que yo le aviso a la familia que la casa vuelve a estar sola”, me respondió.

  “Hace poco, pasé de nuevo por el chalecito. Estaba todo en sombras. El portón de mi amigo quedó ahí, tapando la entrada de los autos. Había algo que brillaba detrás del pasto, que volvía a estar largo y salvaje como antes que yo llegara. Pensé que podía ser el perrito, pero no, era sólo un pedazo de vidrio. Y en ese mismo instante, lo juro, volví a ver una sombra en la ventana”.

  • Algún día voy a escribir ésta historia. Le dije.
  • Si, dale. Pero no pongas mi nombre ni ningún otro dato, no sé, prefiero quedar en el anonimato.
  • Listo, no pasa nada. Le prometí.

  Pasaron una pila de años. No supe más nada de ésta compañera.

  Una cosa muy curiosa fue que cuando le comenté esto a un amigo mío, colega y compañero de aquellas épocas, éste me dijo “boludo, no puede ser, debes estar confundido con otra persona porque esa flaca que decís se ahogó nadando en el mar, por lo menos un año antes de eso que vos decís, que hablaste con ella en el café”.

  El relato ficcionado está basado en una historia real narrada por su protagonista en la cual se ha prestado atención en preservar sitios y nombres.

Arq. Jorge Hugo Figueroa.

Los comentarios están cerrados.

error: Content is protected !!