Voto castigo

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
Se habla mucho por estos días sobre la posibilidad de votar en blanco en el próximo balotaje (preferiría hablar de desempate o segunda vuelta, pero todos lo llaman de ese modo). La pregunta que surge de inmediato es ¿hasta qué punto es lícito votar en blanco? Legalmente cabe dentro de las posibilidades, lógicamente. Me refiero a lícito en un sentido más amplio, lícito desde la perspectiva del fundamento que tiene la lógica electoral que rige en la Argentina, lícito desde un punto de vista ético o desde el compromiso que deberíamos tener con el sistema democrático vigente.
Votar en blanco sería como desentenderse del problema, dejar que otros decidan, privilegiar una actitud personal que algún día nos permita decir con orgullo “yo no lo voté”, claro, no lo votaste, pero votaste en blanco, qué ¿diferencia hay? Votar en blanco sería como no atender a la lógica que domina el proceso electoral, la que fue concebida sobre el argumento siguiente: si no hay un claro ganador en primera vuelta, los electores tendrán que optar entre los dos candidatos más votados. Si todos lo que en primera vuelta votaron por un candidato que no quedó entre los dos más votados, votaran en blanco, la segunda vuelta no tendría sentido, habría que reformar la Constitución y eliminarla.
Por otro parte, hay en la actitud del voto en blanco cierto tinte de vanidoso egocentrismo, como mi candidato no fue elegido, entonces me da igual, no voto a ninguno de los dos porque no me representan, claro, ya sabe “el sistema electoral” que no te representan, pero ahora te está diciendo, mirá: los dos candidatos más votados son estos, ¿a cuál de los dos preferís? Es bastante simple, es como si vas a la panadería y pedís un vigilante, el panadero te dice vigilante no tengo, tengo tortas negras y medialunas. Entonces, o te decidís por una medialuna o te quedás con hambre.
En el caso del voto es semejante, no puede ser que te dé igual que cualquiera de los dos candidatos llegue a la presidencia. Sobre todo, en este caso, al tratarse de dos candidatos que no se parecen en nada, que tienen características y plataformas completamente distintas, casi me animaría a decir contrapuestas.
Veo, sorprendido, que algunos sectores de la izquierda están dudando respecto a qué actitud tomar para esta segunda vuelta. ¿En serio te cuesta tanto decidirte? ¿En serio, querido camarada de la izquierda no sabés si favorecer a Milei o tratar de impedir que llegue a la presidencia? Me estás jodiendo, ¿no?
Insisto, la democracia se construye sobre decisiones mayoritarias (y no es un abuso de la estadística como pretendía Borges), por lo tanto, si tu candidato no tuvo la cantidad suficiente de votos en primera vuelta es porque las mayorías lo descartaron, ya no es una opción, ahora el sistema te pide que elijas por uno de los dos que obtuvieron la complacencia de esas mayorías en las que se sostiene la democracia.
Y no estoy diciendo que las mayorías nunca se equivocan ni que el sistema eleccionario sea perfecto, sólo me apoyo en esa vieja muletilla que dice que, a pesar de no ser perfecta, la democracia es, por lejos, la manera más adecuada en que una sociedad puede organizarse. Insisto, a pesar de todas las limitaciones, defectos y vicios que tiene, vicios que, muchos de ellos, hemos denunciado desde esta columna en innumerables ocasiones.
Sé que en este país el voto en blanco tiene, o tuvo, históricamente, un significado especial y trascendental. Durante mucho tiempo el voto en blanco fue una herramienta para denunciar la proscripción de cierto espacio político. En tal caso el voto en blanco pretendía descalificar elecciones viciadas de nulidad y contrarias al espíritu de la Constitución Nacional y, al mismo tiempo, mostrar el caudal electoral justamente del espacio político proscripto. Pero esta no es la situación que se vive hoy en nuestro país. Es más, en estas últimas elecciones, el cuarto oscuro ha estado abarrotado de opciones, desde la derecha hasta la izquierda incluyendo un gran número de candidatos con perfiles muy variados.
Algunos sostienen que el voto en blanco constituye una especie de voto castigo, una muestra del desinterés o de la pérdida de esperanzas de un sector de la sociedad al que todo le da lo mismo. Ahora pregunto, ¿para quién sería el castigo? Me parece pretenciosa e ingenua la actitud de querer castigar a los políticos, yo procuraría antes que nada no castigarme a mí mismo y a mis compatriotas con actitudes arrogantes.
En fin, sugiero no tomarnos a la ligera la instancia del balotaje y emitir un voto basado en consideraciones racionales más que emotivas.
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