El capitalismo y la vagina

 

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Ya casi no miro televisión, apenas los partidos de Boca. Supongo que la mayoría de la gente habrá dejado también de hacerlo, o para decirlo de un modo más correcto, se habrá librado también del flagelo de la televisión.

Hace unos días me encontré por casualidad frente a un televisor encendido, reproducía la programación de un canal cualquiera de aire, estaba solo en casa. Me llamaron la atención algunas palabras que, ingenuamente, consideraba poco oportunas para un medio de comunicación al que acceden personas de todas las edades, enseguida entendí que se trataba de una publicidad, automáticamente me puse colorado. No sé si fue vergüenza ajena o simplemente vergüenza, sorpresa tal vez, incredulidad, o quizás un rechazo visceral por lo que en mi época de juventud hubiera sido burdo y obsceno, vulgar, mersa, antiestético y lindante de lo pornográfico. Aclaro que no tengo nada contra la pornografía siempre que se mantenga accesible solo a quienes ya, lamentablemente, hemos perdido la inocencia. Mi espanto viene dado más que nada por la vulgaridad, por la falta absoluta de cualquier atisbo de belleza, de cuidado de la estética.

La publicidad ponderaba de manera elocuente las virtudes de un desodorante para las zonas íntimas femeninas. La vulgaridad de la representación llegaba al límite de mostrar a una de las jóvenes actrices salir de cámara para aplicarse el producto y volver a escena con claras muestras de alivio. Automáticamente me surgieron algunas reflexiones que, espero, no dañen la honorabilidad de este medio ni ofendan la sensibilidad de nuestros queridos lectores.

Lo primero que surge es: ¿dónde quedó la sutiliza? ¿Cómo pudimos volver a semejante nivel de literalidad aberrante? ¿De qué sirvieron siglos ejercitando la diplomacia y la cortesía en las relaciones humanas?

No quise seguir mirando televisión por miedo a toparme con otra publicidad, que, según dicen, muestra una simulación computacional que le permite al televidente sumergirse en las profundidades de un ano, con el fin de conocer los motivos por los que las hemorroides resultan incómodas y, a partir de ahí, poder ponderar las virtudes de cierta pomada que supuestamente calma el dolor.

En su mecánica de producir ganancia y riqueza, el capitalismo no repara en cuestiones estéticas, no se detiene en aspectos virtuosos o artísticos, se centra, por el contrario, en lo meramente mercantil. En su propósito de generar rentabilidad, el sistema no atiende argumentos poéticos, desestima artilugios retóricos, no les sirven, no les son funcionales. La vulgaridad, por el contrario, vende, tienta, incentiva sentimientos baratos, viscerales, alienta y fomenta lo chabacano, estimula ciertas actitudes que, hasta no hace mucho, eran exclusivas del ámbito prostibulario.

Volviendo al ejemplo, la única metáfora que se les ocurre a los publicistas es mostrar una sonrisa vertical que simboliza (tal vez el verbo resulte exagerado) a una vagina.

Por otra parte, ¿qué necesidad hay de inhibir, con herramientas artificiosas, ciertos perfumes de los que se vale la biología para provocar la atracción necesaria para la proliferación de la especie? Vamos, todavía somos medios animalitos aunque queramos demostrar lo contrario.

Los medios que publicitan desodorantes vaginales a través de representaciones explícitas son los mismos que condenan a la educación pública, que se quejan porque los maestros hacen huelga, que auspician a políticos que proponen rescatar valores, recuperar virtudes, poner orden y volver a un tiempo donde había cierta dignidad.

El cinismo ha superado todas las barreras, ha roto el metro con el que se lo medía, ha saturado cualquier indicador posible. El capitalismo no entiende de sutilezas, no se detiene en aspectos diplomáticos, el mercado prescinde, deliberadamente, de toda parábola.

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