El Palacio Piria, un sueño abandonado entre el bosque y el río en Punta Lara

Lo construyó el empresario que fundó Villa Elisa, pero no lo vio terminado. Luego lo compró un millonario uruguayo que le dio su nombre. Pertenece desde hace muchos años a la Provincia. Hoy es una maravilla en ruinas y un grupo de expertos tiene como objetivo su restauración.


Por Marcelo Metayer, de la redacción de DIB

Había una vez un millonario estanciero que caminaba por la orilla del Río de la Plata. Pisaba arena blanquísima. A su lado se levantaba un denso bosque. El rumor de las aguas lo hizo soñar. Y soñó con un enorme palacio en el bosque, junto al río. Un lugar para vivir junto a su amada esposa y sus futuros hijos, para celebrar fiestas y bailar hasta el amanecer. Un siglo después, el río está oscuro y revuelto, gran parte del bosque fue talado y el palacio se convirtió en ruinas. El millonario que soñó todo se llamaba Luis Castells. El sitio es Punta Lara, en el partido bonaerense de Ensenada. Y la mansión terminó conociéndose con el nombre de la persona que se lo compró a sus herederos, Francisco Piria. En este momento, el cuento del Palacio Piria se convierte en una incógnita triple: quién fue Castells, quién fue Piria y por qué la majestuosa construcción frente al río terminó abandonada.

“Hay que hacer un gran ejercicio de imaginación para darse cuenta de por qué Castells construyó este palacio en una zona que hoy aparece degradada”, cuenta a DIB Marcela Nacarate, arquitecta y especialista en patrimonio. Ella es la persona ideal para buscar respuestas a los enigmas del Palacio. Desde hace años forma parte de un grupo que está detrás de un proyecto de difusión y restauración del edificio.

El Palacio Piria en su época de esplendor. (“Por los tiempos de Francisco Piria”, 2008)

Nacarate relata que “Castells era un empresario catalán que vino de España con una gran fortuna. Cuando llegó a Argentina, a principios de la década de 1880, se acomodó en la aristocracia porteña e hizo contactos muy buenos. Además, era una persona muy solidaria, y entre otras obras donó el edificio que terminó siendo el Casal de Cataluña en Buenos Aires. La cuestión es que se hizo muy amigo de Francisco Uriburu y de hecho se casó con su hija, Elisa. Compró unas tierras cerca de donde Francisco tenía un gran palacio que se incendió en los años ‘60, en donde ahora se encuentra el camping del Sindicato de Luz y Fuerza. Luego donó gran parte de las tierras y fundó el pueblo de Villa Elisa, por su mujer”.

El “Chalet”

El catalán continuó mirando terrenos en la zona, cercanos a donde por esos momentos se levantaba pujante la nueva capital bonaerense, y se fijó en Punta Lara, “donde encontró un bosque de arenas blancas, que le pareció un lugar ideal para criar sus caballos pura sangre. Terminó comprando casi 5.000 hectáreas de la Estancia Punta Lara, y allí construyó su palacio, que al principio se conocía como el ‘Chalet de Castell’”. Sin embargo, el empresario nunca pudo verlo terminado, ya que falleció en 1907. Se dice que la crisis de 1890, primero, y la muerte temprana de su hija, después, lo sumieron en una profunda melancolía que lo llevó a quitarse la vida.

Castells y su esposa, en un tapiz en el Casal de Cataluña en la Ciudad de Buenos Aires. (“Caras y Caretas”, 1911)

La construcción del palacio fue concluida por su hijo, Luis Castells Uriburu, y el edificio se inauguró en 1910. En un trabajo de investigación firmado por Nacarate, la arquitecta Mariela Amor y Ezequiel Aldazábal se describe con precisión al “Chalet de Castell”: “Caracterizado por una mezcla de estilos renacentistas, el palacio de 1.500 m² emplazado frente a la actual Avenida Costanera Almirante Brown entre las calles 26 y 40, destaca desde su nacimiento por la belleza de sus 40 columnas corintias, su recepción central en semicírculo rodeado por suntuosas escaleras de mármol blanco traído de Carrara, sus tres plantas, sus puntillosos y coloridos trabajos en venecitas y una amplia proliferación de balaustres, fuentes y estatuas. También contaba con puertas y marcos trabajados en pinotea traída de España”.

El alquimista

Pasaron los años y la región donde se ubica el palacio cambió, y de zona exclusiva para la alta sociedad porteña empezó a ser vista como apta para turismo. El primer hotel fue inaugurado en 1922, y hasta se podía llegar en el Ferrocarril Sud. Comenzaba a gestarse una Punta Lara diferente. A este escenario llegó el segundo protagonista de esta historia: el magnate uruguayo Francisco Piria.

Caricatura de Francisco Piria como “El alquimista”.

Piria, nacido en 1847 en Montevideo, fue lo que ahora llamaríamos un emprendedor. De cuna pobre, comenzó vendiendo baratijas en el mercado y más tarde se afincó como martillero. Nacarate, Amor y Aldazábal cuentan que “antes de cumplir los 27 años, ya había comenzado a incursionar en la venta de terrenos a plazos, que fue el verdadero origen de su inmensa fortuna. Lo novedoso de su idea consistió en fraccionar tierras, crear barrios nuevos y vender a las personas de bajos y poca capacidad de ahorro, a largos años”. La cima de su carrera fue la fundación del balneario Piriápolis, pero también creó cientos de barrios en otras partes del país vecino y los uruguayos lo consideran como la persona que “le dio forma” a la capital, con sus remates y loteos.

Ya era un anciano de casi 80 años cuando se fijó en Punta Lara, pero no le importó. Compró en 1926 la estancia con su palacio, que ya estaba semi abandonado, y le hizo algunas reformas “con la idea de convertirlo en la cabecera del balneario: las habitaciones del primer piso fueron revestidas con madera tallada por ebanistas uruguayos, emplazó el ‘salón de los espejos’ en la sala central de la casa y cambió los herrajes por otros de bronce trabajados a mano”. Además, emplazó algo muy curioso: una capilla en la terraza en la que los vitrales incluían los signos del Zodíaco. ¿A qué se debía esto? Es que Piria era un estudioso de las ciencias herméticas y se consideraba un alquimista. De hecho, también mandó construir un cuarto secreto en el palacio, detrás de una biblioteca, donde instaló su taller de alquimia.

“A partir de ahí el edificio comenzó a llamarse Palacio Piria”, continúa relatando via Zoom la arquitecta Nacarate. “Él le presentó al Gobierno todo un proyecto turístico. Había levantado un apeadero para el ferrocarril en la puerta del palacio y pretendía crear todo un sistema de caminos para llegar a Punta Lara desde otras localidades. Pero no tuvo la respuesta que esperaba, y como ya era muy mayor terminó volviéndose a Uruguay” a fines de la década, para fallecer en 1933.

Piria donó el palacio al Gobierno provincial, pero “el Estado nunca supo que hacer con ese edificio y quedó mucho tiempo abandonado. Al mismo tiempo se comenzaron a expropiar terrenos y de las casi 5.000 hectáreas originales, el edificio solo conserva 12”.

El palacio pasó por muchos usos fugaces. Estuvo bajo la órbita del Servicio Penitenciario y del Ministerio de Acción Social. Fue centro comunitario para la tercera edad, instituto de menores y colonia de niños huérfanos. Hoy en día pertenece al Ministerio de Economía bonaerense.

Un costado interesante de la situación del Palacio es que “la comunidad local lo dotó de un gran número de leyendas entre las que se cuentan desde las tétricas apariciones nocturnas de una ‘dama de blanco’ asociada a la figura de la viuda de Castells, del mismo Castells, de jinetes fantasmas y túneles subterráneos olvidados por el excéntrico alquimista, hasta los recurrentes llantos de los niños del pasado”, según cuentan en el informe antes citado.

Destrucción y reconstrucción

En la actualidad el palacio se ha transformado en una ruina que corre peligro de derrumbe, y solo lo vigila Soledad Mareco, una mujer que se instaló en la zona a muy temprana edad. Se instaló en los alrededores del Piria hacia el año 2008 y se dedica día y noche a ahuyentar a los vándalos, tras ver cómo se habían robado hierros, mármoles y otros materiales.

Nacarate cuenta que una funcionaria tuvo la idea de restaurar las aberturas mediante el expeditivo procedimiento de sacar puertas y ventanas para enviarlas a un taller en Melchor Romero, donde aún deben estar. Con el edificio completamente abierto, empezaron los robos y la acción destructora de los elementos. “Esto no es una ruina romántica, acá hubo un desguace”, admite.

El grupo al que pertenece la arquitecta tiene como objetivo lograr la restauración del palacio. Durante dos años realizaron visitas guiadas en el lugar, con lo que le dieron difusión al asunto. Ahora aseguran que una reconstrucción es posible. “Lo primero que hay que hacer es garantizar la seguridad de los trabajos a realizarse. Y luego, realizar un apuntalamiento y consolidación estructural, para detener el avance del deterioro del Palacio y empezar a investigar cuáles son las situaciones más comprometidas. Un especialista en patrimonio que nos acompañó en una visita dijo que estructuralmente el edificio está bien y las columnas están completas, el principal problema es el faltante de los dinteles de las ventanas de los pisos inferiores, realizados con rieles, y que formaban parte de la estructura”.

“El palacio es una referencia en el barrio: hay un club de fútbol Piria, un almacén Piria, un centro de jubilados Piria… Ése es el valor intangible que tiene para la zona. Tiene un valor muy fuerte y sueñan con verlo recuperado. Por eso queremos reconstruirlo y darle un uso público: un museo, un centro cultural, un sitio para talleres y exposiciones”, cierra con esperanza Marcela Nacarate. Quién sabe: tal vez dentro de unos años estos sueños se hagan realidad y aquel cuento de hadas del principio de la nota tenga, por fin, ese final feliz. (DIB) MM

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