El verdadero fútbol


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Que el fútbol argentino es particular o especial no resulta para nada novedoso. Es casi una verdad de Perogrullo. Pero si en alguna parte de la Argentina ese fútbol es más original o más especial es en Avellaneda. Como cuna de la insipiente revolución industrial que vivió el país a partir de la década del cuarenta del siglo pasado y que luego fuera cortada de cuajo por el Proceso militar, Avellaneda se constituyó en el polo futbolero tal vez más representativo de ese folklore dominguero tan mentado. Porque el otro polo, el de la Boca, fue desbaratado hace muchos años cuando uno de los dos equipos que lo constituían decidió irse a la otra punta de la ciudad.

A diferencia de la rivalidad entre River y Boca, la de Racing e Independiente es más íntima, más cercana, más de “primos”. Es en Avellaneda conde el rival está en la casa de al lado, donde los barras de un equipo y de otro se cruzan todas las mañanas en la parada del colectivo, donde la cercanía de los estadios hace que los goles se griten o se lamenten en forma unánime, para bien o para mal de cada uno pero sin que nadie pueda aislarse o mantenerse neutral.

Silvina Giaganti nació en 1976 a seis cuadras de la cancha de Independiente, no del estadio Libertadores de América sino de la “cancha del rojo”, a lo sumo del “doble visera”. A pesar de tener un padre hincha de Boca no pudo sustraerse de la fuerza del barrio, del impulso de la pasión que acechaba, latente, a la vuelta de la esquina. La moneda cayó del lado del Rojo como podría haber caído del lado de la Academia, poco importa. O mucho, tal vez importe todo, depende de cómo se lo mire.

Silvina Giaganti, licenciada en Filosofía por la UBA, acaba de publicar “Donde brilla el tibio sol”, de editorial Mansalva, un relato autobiográfico que arrastra al lector al ombligo del fútbol mundial. Relata no una experiencia futbolera sino, como se dice en la tribuna, un sentimiento. Porque en Argentina, ser de Racing o de Independiente es un sentimiento que nada tiene que ver con lo estrictamente deportivo. Es fácil, llorás cuando te cruzás con el Bocha en cualquier esquina de la Avenida Mitre o delirás con los cantos de la Guardia Imperial, eso te define, eso te concede identidad, te pone de un lado o del otro.

Con conocimiento futbolístico acabado y habiendo vivido en carne propia partidos importantes y finales desde la tribuna, la autora nos acompaña en un recorrido por el esplendor y posterior decadencia de esos equipos de la “Manchester de Sudamérica”, ese rincón sucio de Buenos Aires donde hace muchos años se encendió la chispa del 17 de Octubre. “A Avellaneda la pienso mucho, porque tuve que perfilar cómo hacer el éxodo de ese loquero que fue la cuna industrial del país y tuvo el primer shopping de Argentina en 1986, el Shopping sur, en donde antes había estado el frigorífico La Negra, definiendo el cambio de identidad de la patria, de una fabril a una de servicios”. Ese cambio de identidad cambió el destino futbolero de Avellaneda para siempre. Porque Boca y River a esa altura ya habían trascendido el barrio, pero Racing e Independiente, al quedar limitados mayoritariamente a esa franja que bordea el riachuelo del otro lado, se quedaron sin actividad industrial, porque esa actividad industrial menguó por decisión de Videla y Martínez de Hoz, y luego, cuando intentó florecer tímidamente, lo hizo más lejos, en el segundo cordón del conurbano, por eso hoy llevan más público a la cancha Lanús o Banfield que los multicampeones del bastión de Barceló y Ruggierito.

La madrugada del gol de Mandinga Percudani al Liverpool para darle la copa intercontinental del 84, las gambetas de Bochini y la elegancia de Marangoni, la delicada rusticidad del Mariscal Milito seducen, tientan, incitan a hacernos una escapada en cualquier viaje a Capital, a cruzar el riachuelo y caminar por la zona de esos dos estadios que llenaron de gloria al fútbol argentino.

Hay sensaciones que sólo aquellos que han ido a la cancha conocen, un grito de gol en el último minuto, la entrega de ese jugador que realmente juega por la camiseta, la ansiedad incontrolable que nos invade cuando estamos por ingresar al estadio y desde afuera se escucha a la hinchada. “Donde brilla el tibio sol” es una excelente novela breve tanto para los que amamos el fútbol y sufrimos con él como para cualquier lector sensible. Para quienes no siguen de cerca el fútbol podría ser la puerta de entrada a una de las pasiones argentinas más encarnadas. Pero ojo, podrían quedar pegados para siempre. De escuchar el aliento del público mientras se sube por escaleras en medio del olor a orín y chorizo barato, nadie vuelve.

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