La ciudad del cemento

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Desde que me quedé sin laburo vengo tirando con la indemnización que me dieron. La guita se va terminando y hay que hacerla estirar como sea. Saber que hay mucha gente en la misma situación que yo no me consuela, al contrario, las chances de conseguir alguna changa se reducen.

Algunos todavía tienen esperanzas de que todo vuelva a ser como era antes.

Yo ya perdí toda esperanza.

Si demoro el viaje a Buenos Aires es porque me resulta curioso ver cómo la ciudad va desapareciendo. O para comprobar que al final todo resultó tal como algunos lo veníamos anunciando, que llegó lo que todos imaginaban que iba a llegar y que así y todo no deja de sorprendernos, de aturdirnos.

El primer síntoma se vio cuando los chicos y chicas se iban a estudiar a otro lado y ya no volvían, se quedaban en La Plata, en Tandil, en capital. Buscaban el futuro en otro lado, ¿intuían que acá ya no habría futuro o estarían viendo el principio de una decadencia que nosotros, los más viejos, no queríamos ver?

El diario de hoy anuncia que despidieron a cincuenta operarios más. En lo que va del mes creo que ya son alrededor de cuatrocientos los que se suman a la lista de desocupados. No todos son de las cementeras, muchos son de industrias que prestaban servicio a las cementeras, transportistas, metalúrgicos, personal de limpieza…

Duele mucho ver en la estación de trenes cómo la gente se amontona para sacar un pasaje e irse. A veces son familias completas de olavarrienses las que se van, muchos son descendientes de inmigrantes que llegaron a hacer la América alguna vez. Ahora buscan otro destino.

Hoy a la mañana estuve en la manifestación frente a la municipalidad, tal vez sea la última que pueda ver, mañana me iré también yo. Seríamos unas quinientas personas, algunos empezaron a tirar piedras contra las ventanas del primer piso y al intendente no le quedó más remedio que mandar a reprimir. Vino la policía con esas pistolas laser que todos consideraban obsoletas y voltearon de un saque a los que estaban más expuestos. Ahí se inició la espantada, salimos todos corriendo y en el apuro nos llevábamos por delante unos con otros, incluso hubo varios heridos más en esa fuga. Yo pude zafar de milagro de que me llevaran en los camiones blindados. Dicen que si te llevan, después te devuelven todo lastimado y con el cerebro lavado, es decir sin ganas de andar haciendo quilombo.

El intendente se excusa diciendo que, en realidad, piedra caliza todavía queda mucha. Lo que no entiende o se hace que no entiende es que de acuerdo al lugar donde están esas reservas ya no resulta económicamente factible explotarlas. En otras zonas del país la piedra está más accesible. Además, el cemento se utiliza cada vez menos en la construcción, ahora hay materiales más económicos y livianos. Que todavía queden algunas pocas reservas no cuenta demasiado, es lo mismo que si ya no quedara nada. Además, las grandes empresas hace mucho tiempo que no invierten acá, esa fue otra señal que nadie quiso ver.

Camino por Necochea hacia la estación de trenes. La ciudad está desierta. Trataré de conseguir un pasaje para mañana o pasado. En Buenos Aires me espera un amigo que me prometió trabajo por un par de meses, al menos para empezar. Los negocios han cerrado casi todos, se fueron fundiendo uno a uno. Las avenidas, que siempre me parecieron muy anchas, ahora resultan más grandes todavía porque casi nadie circula por ellas. Ni un árbol prácticamente ha quedado y el calor se hace notar, ya estamos en abril y la temperatura debería ser más baja. Al final lo del calentamiento global era cierto, tan cierto como que en Olavarría un día se iba a terminar la piedra. Va a quedar un enorme cráter, decían algunos que enseguida eran tildados de pesimistas, Olavarría será un gran agujero, aseguraban. Tenían razón.

El intendente ya no se mueve sin custodia porque lo quieren linchar. En realidad, deberían linchar al intendente actual y a todos los que durante décadas y décadas se rifaron el impuesto a la piedra. En lugar de promover nuevas alternativas económicas usaron el dinero del impuesto para cubrir gastos corrientes, nadie respetó el espíritu de la ley que dispuso su pago, nunca se encontró la manera de estimular otras actividades económicas por fuera de la minería para cuando este momento llegara. Por eso no alcanza con condenar al intendente actual, todos han sido igualmente culpables.

Lo peor es que casos como éste ha habido miles a lo largo de la historia. Acá nomás en Chile, sin ir más lejos, pasó con la mina de carbón de Lota. Seis mil obreros en la calle de un día para otro. El estado les dijo que los iba a apoyar en distintos emprendimientos. Un puñado de trabajadores creó una agencia de turismo que promueve la visita a la antigua mina, te hacen bajar como si fueras minero y te llevan en una vagoneta hasta las entrañas de la tierra, bien abajo del Pacífico. Otros se dedicaron a vender artesanías hechas con carbón, muy bonitas, en casa tengo una que traje. El resto quedó en la calle, o se fueron, cuando no se dedicaron a delinquir por no tener otra opción

Pero nadie se acordó de Lota ni de ninguna ciudad que la naturaleza haya beneficiado por algún tiempo y después dejara desamparada, a la buena de Dios. Nadie creyó que Olavarría podía desaparecer. O en todo caso faltaba mucho tiempo para eso, ese tiempo ya pasó. Algunos entendidos en economía decían que la dependencia de la ciudad con la producción de cemento no era tan decisiva como se pensaba, que íbamos a poder salir del sacudón sin tanto problema, esos también se equivocaron, al menos si me guío por las calles de la ciudad, desiertas, calladas, deprimidas.

Llego a Pringles y enfilo hacia la estación, son muchos los que como yo hacen cola para comprar un boleto. Si consigo pasaje en tren para mañana o pasado, no voy a estar acá para el primero de mayo. Será la primera vez que no vaya a la manifestación por el día del trabajo en esta ciudad donde nací y viví toda mi vida. En realidad, tal vez ni haya manifestación por el día del trabajo. No sería lógico el festejo en una ciudad en la que no quedan obreros. Pensar que alguna vez Olavarría fue la ciudad del trabajo, y también del cemento, qué paradoja.

Por eso este primero de mayo será distinto y quedará en la historia como un punto de inflexión en el derrotero de la ciudad, un primero de mayo sin manifestaciones ni festejos, los diarios hablarán algún día del primero de mayo de 2078 como el año en que Olavarría se quedó sin gente.

Pero yo ya no estaré, y todo esto será un vago recuerdo.

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