La inteligencia artificial y los charlatanes


Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

El pensador francés Eric Sadin pasó por la Feria del Libro y dejó su impronta provocadora hacia los tecnólogos que desarrollan algoritmos de inteligencia artificial. “No corresponde que ciertos ingenieros desconectados de la realidad tengan la llave del destino de la humanidad y que, encima, entren caminando por una alfombra roja”, afirmó.

El prestigioso intelectual agregó que “vivimos un cambio de estatuto de las tecnologías respecto de la enunciación de la verdad: ya no solo pueden recolectar y manipular datos, sino que además se suma la capacidad de procesarlos, evaluarlos, diagnosticarlos para después decirnos qué debemos hacer. Las tecnologías de poder combinatorio tienen el poder de sugerirnos acción y de decirnos qué es verdad y qué no. Y eso es peligrosísimo porque la idea de verdad tiene un efecto performático, influye en aquello que decidimos hacer”.

Del otro lado del mostrador, es decir del lado de los ingenieros desenfrenados en el afán de mostrar su capacidad innovadora, las opiniones están divididas. Sam Altman, el creador de la famosa aplicación de inteligencia artificial ChatGPT solicitó recientemente al Congreso de los Estados Unidos que regule el uso de la inteligencia artificial con el fin de evitar situaciones que a futuro no puedan controlarse.

Por su parte, varios especialistas en informática, consultados para esta nota, ingenieros todos ellos, y con muchos años de experiencia en organismos como el CONICET y universidades, directamente desestiman opiniones como las de Sadin. La respuesta que me dieron podría sintetizarse en: no hay manera de hablar de estos temas con gente que nunca resolvió una ecuación diferencial. No entienden nada, me dijo otro, hablan porque se creen con autoridad para hablar de cualquier cosa. Yo me pregunto: ¿ya no puede un filósofo hablar de cualquier cosa?

Más allá de esta trivial e infantil disputa entre intelectuales provenientes de las ciencias duras y de las ciencias blandas, que no es nueva, lo cierto es que el nivel de especialización al que nos obligan las circunstancias actuales, hace casi imposible la comunicación cruzada, es decir entre especialistas de distintas áreas del conocimiento.

Cada vez es menos probable que un físico o ingeniero de primer nivel disponga de argumentos o de conocimientos sólidos en otros campos de la ciencia, y lo es porque la única forma de llegar a convertirse en especialista exige, además de mucha capacidad, dedicarse de manera incondicional y de lleno a esa disciplina. De este modo, hemos llegado a un punto en el que nadie puede ver el “todo”, nadie dispone de conocimientos que permitan comparar o analizar situaciones desde diferentes perspectivas al mismo tiempo. Lejos quedaron los tiempos en los que un Aristóteles definía las pautas de la ética y al mismo tiempo proponía un modelo capaz de representar la microestructura de la materia o estudiaba la biología.

El mismísimo Noam Chomsky, el autor vivo más citado del mundo, es desestimado cuando se anima a opinar de política o de economía, “es un buen lingüista”, afirman, como si dijeran “metete en tus cosas y no opines de lo que no sabés”.

Hasta la misma definición de intelectual está siendo cuestionada en la actualidad. ¿Quién es el intelectual de hoy?, ¿Sadin o Sam Altman? ¿Hubiera cabido esa ambigüedad hace apenas cincuenta años? Claro que no, ¿a quién se le hubiera ocurrido poner en duda la capacidad intelectual de Sartre o de Foucault a pesar de no haber resulto nunca ninguno de ellos una derivada?

¿Qué valor tienen los intentos faraónicos de estudiosos como Yuval Harari o Vaclav Smil de enciclopedizar o compendiar el conocimiento actual? Ninguno, absolutamente ninguno. Se los desestima como pensadores y se los mete en la bolsa algo deleznable de los “divulgadores”, de los que tocan de oído, de los charlatanes.

Lo mismo cabe para el campo de la política. ¿Se puede hablar hoy de estadistas? Las decisiones políticas, para ser efectivas, deberían tomarse a partir de un profundo conocimiento no sólo de la actualidad, sino también de la Historia, de la Economía, de la Tecnología, del entrecruce estadísticos de miles de variables que no dicen absolutamente nada cuando se las pondera por separado pero que tal vez lo digan todo en conjunto, el problema es que nadie puede ver ese conjunto, es inasible, ni siquiera son útiles ya los equipos de especialistas que asesoraban a quienes toman las decisiones.

Esta complejidad nos obliga a usar nuevamente la intuición para resolver problemas ―intuición que desde que fue aceptado el método científico ha sido denigrada―, es decir, hemos perdido o estamos perdiendo racionalidad, retrocedemos al valernos nuevamente de presunciones apuradas, de sentido común, de pálpitos, de conjeturas sostenidas por altos niveles de incerteza.

¿Será que estamos empezando a retroceder como civilización?

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