De qué trata “Cometierra”, uno de los libros de la polémica por sus escenas sexuales
-Los muertos no ranchan donde los vivos. Tenés que entender.
-No me importa. Mamá se guarda acá, en mi casa, en la tierra.
-Aflojá de una vez, todos te esperan. Si no me escuchan, trago tierra.
Así comienza Cometierra, la conmovedora novela de Dolores Reyes que hoy quedó envuelta en la polémica por los dichos de la vicepresidenta Victoria Villarruel y algunos legisladores oficialistas.
Narrada en primera persona, es la historia de una joven vidente a la que recurren vecinos desesperados. Se trata de un ser que tiene la capacidad de darles respuesta a los que buscan y su don la acompaña desde chiquita, desde cuando ella misma era una nena desesperada por la brutal ausencia de su madre.
Sin embargo, lo que es una novel brillante quedó metida en una curiosa polémica relacionada con la educación sexual de los jóvenes. Es porque Cometierra, junto con otras publicaciones que contienen en sus páginas escenas sexuales, están disponibles en bibliotecas escolares de la provincia de Buenos Aires.
En ese contexto, el gobernador Axel Kicillof subió el domingo una foto a una red social junto a los cuatro libros que generaron cruces con un sector de la oposición, y fue nuevamente Villarruel, quien salió al cruce y lo calificó como material “degradante en inmoral”.
Entre los títulos cuestionados por sectores conservadores figuran “Las aventuras de la China Iron”, de Gabriela Cabezón Cámara; y “Si no fuera tan niña. Memorias de la violencia”, de Sol Fantín. Otros títulos, como “Cometierra” también contienen temas considerados “delicados” para algunos sectores, como el aborto y la crítica a instituciones religiosas.
La semana pasada, la Dirección General de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires emitió un comunicado acerca de los libros de autoras argentinas que forman parte de la colección literaria “Identidades Bonaerenses”. Y se aclaró que los libros de la colección “no son de lectura obligatoria” y están acompañados “por una guía con la síntesis de cada uno y la inscripción: ‘requiere acompañamiento docente’”.
En apoyo a estas publicaciones, un grupo de escritores se reunirá el sábado en Buenos Aires para realizar una lectura colectiva de “Cometierra”, como una forma de manifestarse ante las recientes críticas recibidas por parte de la vicepresidenta. La convocatoria ha reunido a destacadas figuras de la cultura nacional, como Claudia Piñeiro, Fabián Casas, Juan Sasturain, Carlos Gamerro, Martín Kohan, Gabriela Cabezón Cámara, Tamara Tenenbaum y Enzo Maqueira, entre otros. Será el sábado 23, a las 10, en el teatro Picadero, ubicado en el corazón de CABA.
De qué trata Cometierra
En la web de Cancillería aún puede leerse el primer capítulo del libro de Reyes, que fue subido en su momento por el Gobierno de Alberto Fernández.
Ese primer capítulo, de bellísima redacción, es el siguiente:
–Los muertos no ranchan donde los vivos. Tenés que entender.
–No me importa. Mamá se guarda acá, en mi casa, en la tierra.
–Aflojá de una vez. Todos te esperan.
Si no me escuchan, trago tierra.
Antes tragaba por mí, por la bronca, porque les molestaba y les daba vergüenza. Decían que la tierra es sucia, que se me iba a hinchar la panza como a un sapo.
–Levantate de una vez. Lavate un poco.
Después empecé a comer tierra por otros que querían hablar. Otros, que ya se fueron.
–¿Para qué está el cementerio? Para enterrar a las personas. Vestite.
–No me importan las personas. Mamá es mía. Mamá se queda.
–Parecés un bicho. Ni siquiera te acomodaste el pelo.
Miro la pieza, las paredes de madera que mamá quería ir forrando desde adentro con ladrillos. Las chapas del techo, bien altas, grises. El suelo, mi cama y el lado de la pieza donde ella se tiraba a dormir si el viejo andaba pesado.
“No va a haber nadie de ese lado”, pienso, y me tapo la cabeza con la almohada. Mamá me peinaba, mamá me cortaba el pelo.
–¿Vos querés que te llevemos a la rastra? No seas pendeja.
Tendrías que tener vergüenza de hacer caprichos hoy.
Me paro de una, el pelo me tapa casi toda la musculosa, una cortina que llega a arañar la bombacha. Me agacho.
Busco las zapatillas, el pantalón de ayer que andará tirado. Y guardo las lágrimas para mí y para que quede, sola, una furia que parece acalambrarme.
Para ir al baño tengo que salir de la pieza. Pasar por donde la gente está revoloteando mi casa como moscas. Vecinos chusmas, que fuman y hablan pavadas.
El Walter se habrá amotinado. A él no lo mueve nadie.
Nunca más mamá y yo.
Me pongo el pantalón, me acomodo la musculosa adentro. Prendo el botón, subo el cierre mientras le clavo los ojos a mi tía. A ver si por un rato me deja de joder.
Si me paro, si salgo de la pieza y camino detrás de esas manos que llevan el cuerpo en la tela, es porque estoy harta.
Porque quiero que se vayan de una vez.
El Walter no quiere venir.
Verla en silencio caer en un agujero abierto en el cementerio, al fondo, donde están las tumbas de los pobres. Ni lápidas, ni bronce. Antes del cañaveral, una boca seca que se la traga. La tierra, abierta como un corte. Y yo tratando de frenarla, haciendo fuerza con mis brazos, con este cuerpo
que no alcanza siquiera a cubrir el ancho del pozo. Mamá cae igual.
Mi fuerza, poca, no cambia nada.
La tierra la envuelve como los golpes del viejo y yo pegada al suelo, cerca como siempre de ese cuerpo que se me llevan como en un robo.
Mientras, las voces rezan.
¿Para qué? Si al final, removida, solo está la tierra.
Nunca más mamá y yo.
Entra. La tapan. Oreja en tierra, miro. Todavía puedo respirar. Pensé que no, que las costillas se me hundían arañándome los pulmones.
Guardo en pesadillas el sonido de ese lugar, un desperdicio de dolor y pestilencia.
Hasta el sol me confunde, me sangra en la piel caliente. Y los ojos, ardidos como si me hubiesen echado ácido, luchando por no llorar.
Un amarillo basura, fiebre, o un gris, gris chapa, gris enfermo el dolor. Solo el dolor parece no morir nunca.
Van a dejarte acá, mamá, todos, aunque no quiera. Aunque mis manos no los dejen, te vas a quedar.
Creo que puedo poco, solo tragar tierra de este lugar y que no sea más enemiga, la tierra desconocida de un cementerio que jamás pisamos, ni mamá ni yo.
Ella se queda acá y yo me llevo algo de esta tierra en mí, para saber, a oscuras, mis sueños.
Cierro los ojos para apoyar las manos sobre la tierra que acaba de taparte, mamá, y se me hace de noche. Cierro los puños, atrapo y la llevo a la boca. La fuerza de la tierra que te devora es oscura y tiene el gusto del tronco de un árbol.
Me gusta, me muestra, me hace ver.
¿Amanece? No. Es el sol que me enciende los ojos y la piel.
La tierra parece envenenarme.
Dicen:
–Levantate, Cometierra, levantate de una vez. Soltala, dejala ir.
Pero sigo con los ojos cerrados. Lucho contra el asco de seguir tragando tierra. No me alcanza, no me voy a ir sin ver, sin saber.
Alguien dice:
–¿Ni para el jonca hay?
Y me obliga a abrir los ojos.
Mamá, vas al agujero en una tela que es casi un trapo.
¿Quién va a hablarme ahora? Sin vos no soy nada, no quiero ser. ¿La tierra va a hablarme? Si ya me habló: La sacudieron. Veo los golpes aunque no los sienta. La furia de los puños hundiéndose como pozos en la carne.
Veo a papá, manos iguales a mis manos, brazos fuertes para el puño, que se enganchó en tu corazón y en tu carne como un anzuelo. Y algo, como un río, que empieza a irse.
Morirte, mamá, y cortarte fresca de nosotros dos.
–Levantate, Cometierra, levantate de una vez. Soltala, dejala ir. (DIB)