La última oportunidad que tuvo el mundo

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias ([email protected])

Hace exactamente 50 años se desarrollaba en las afueras de Nueva York el festival de música y arte de Woodstock (en inglés, Woodstock Music & Art Fair). Woodstock, como se lo conoce habitualmente, congregó a medio millón de hippies que, durante tres noches consecutivas, asistieron a los conciertos de Santana, The Who, Joe Cocker, Creedence Clearwater Revival, Janis Joplin y Jimi Hendrix entre muchos otros.


Más allá de lo estrictamente musical, Woodstock significó un hito en la lucha de los jóvenes norteamericanos contra la guerra de Vietnam y de cualquier forma de totalitarismo, una proclama a favor de la paz mundial y el amor libre. No fue, de ninguna manera, un hecho aislado. Woodstock fue en cierto modo la continuación o la réplica de revueltas juveniles que se habían dado poco tiempo antes en Europa, como el Mayo francés o la Primavera de Praga. En nuestro país, incluso, el movimiento obrero y estudiantil de mayo del 69, conocido como el Cordobazo, llevaba el espíritu libertario de los movimientos anteriores.


La juventud se revelaba contra la idiotez adulta que había llevado al mundo a la Guerra Fría o a guerras como las de Corea o Vietnam, que más allá de responder a conflictos puntuales, constituían pulseadas entre las dos grandes potencias surgidas después de la Segunda Guerra Mundial. Los jóvenes del Mayo francés reclamaban el ingreso libre a la Universidad y cuestionaban toda forma de autoritarismo. En Praga la juventud enfrentaba no solo al gobierno checoeslovaco sino al mismísimo poder soviético. En Córdoba, más allá de la tensión que surgía de la proscripción del peronismo y de la dictadura de Onganía, la revuelta estaba sostenida por el rechazo a la intervención de las universidades por parte de la dictadura, a la intromisión de los Estados Unidos en la política de América Latina y por un clima de malestar general de la clase trabajadora por no poder ejercer sus derechos.
En el fondo, posiblemente, todos estos movimientos estuvieron promovidos por una postura antipositivista. Los jóvenes veían con estupor la obsesión del mundo adulto por el crecimiento económico y por la industrialización desenfrenada e irresponsable, por la guerra armamentista y por las pretensiones imperialistas de las grandes potencias, veían con desdén ese optimismo ilimitado que inspiraban los adelantos científicos y tecnológicos.
Algunos de estos movimientos tuvieron éxito.

En Estados Unidos los hippies volcaron la opinión pública en contra de la guerra, la Unión Soviética tuvo que medir a partir de la rebelión de Praga el uso de la fuerza para imponer sus intereses, Onganía cayó a causa del Cordobazo.


Pero estos éxitos fueron sólo aparentes y a corto plazo. La contraofensiva sería despiadada y definitiva, los años ochenta llegarían con una gran novedad: el neoliberalismo, cultivado pacientemente en la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago, sería adoptado por Ronald Reagan y diseminado por gran parte del mundo, el capitalismo alcanzaría su forma más despiadada, a la dictadura de Onganía y Lanusse le sobrevendría la de Videla y Massera, y el movimiento hippie y el rock serían domesticados por la Coca Cola y otras empresas multinacionales.


La imaginación nunca llegó al poder, los apologistas del amor libre no pudieron resistir y salvo por la caída del Muro de Berlín, el mundo siguió igual, tan cambalachesco y cruel como lo había pintado Discépolo.
Tal vez haya sido aquella la última oportunidad que tuvo el mundo para salvarse. Y la dejamos pasar.

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