Libros |Reírse burlonamente o rezar

Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

“Para sostener la verdad hay que ser cínico o bobo. Cuando no se tiene la ventaja de ser cínico o bobo, la vida es una dura prueba a cada instante, una herida incurable.” Esta ha sido seguramente la razón por la que Emil Ciorán (autor de la cita), coqueteó con el suicidio durante toda su vida. El menos cínico y el menos bobo de los intelectuales del siglo XX terminó atrapado en su propio laberinto, como presa de una letra de tango discepoliana o personaje lastimero de esa herida absurda que para Catulo Castillo es la vida misma.

Pero permitámosle a Ciorán aclararnos qué entiende por verdad, palabra tan maltratada y ofendida es estos tiempos: “La verdad, hay que reconocerlo, es intolerable, el hombre no está hecho para sostenerla; por eso la evita como la peste. ¿Qué es la verdad? Lo que no ayuda a vivir. Es todo lo contrario de un apoyo. Así, pues, no sirve para nada, salvo para colocarnos en un equilibrio inestable, propicio para todas las formas de vértigo”.

Y esa verdad, esa verdad que paradójicamente lo tienta al suicidio, lo llevó a ser uno de los intelectuales más resistidos de aquella segunda mitad del siglo XX en la que destellaban los pensadores existencialistas y el marxismo copaba la parada encontrando todas las respuestas.

El pesimismo no cabía en una Europa entusiasta y optimista que encontraba en el socialismo el futuro más propicio para la humanidad. ¿Cómo no condenar a un filósofo que hacer afirmaciones como ésta?: “Reírse burlonamente o rezar: todo lo demás es accesorio”. Reírse burlonamente jamás, y rezar mucho menos, luchar por un mundo mejor era lo inevitable, quedarse al costado del camino resultaba una cobarde traición.

El rumano Emil Ciorán será recordado por su ensayo filosófico más trascendente: “En las cimas de la desesperación”, sin embargo, después de su muerte en 1995, se dieron a conocer los textos que durante décadas fue volcando en una especie de diario íntimo que la editorial Tusquets ha publicado en español recientemente.

Los “Cuadernos (1957-1972)” de Ciorán, se han convertido en una obra interesantísima para este tiempo que nos toca, un conjunto de textos que invitan a la reflexión pero que además, ―y el lector debe sentirse advertido de esto― queman: “Los malos deseos, los vicios, las pasiones dudosas y condenables, el gusto por el lujo, la envidia, la emulación siniestra, etcétera, son lo que mueven a la sociedad, ¿qué digo?, los que hacen posible la existencia, la vida”.

Es ésta una humilde columna literaria y no vamos a esquivar el costado literario de los textos. Cioran es, como crítico literario, más incisivo que como filósofo. Sabe responder a las críticas hacia sus inclinaciones supuestamente reaccionarias con gran altura, sabiendo que el futuro sería indulgente con él e implacable con otros, por eso escribe en sus Cuadernos: “Sartre ha conseguido escribir bien al estilo de Heidegger, pero no al estilo de Céline. La falsificación es más fácil en filosofía que en literatura. Ese ambicioso que se imaginaba que bastaba con querer para tener talento ni siquiera ha logrado dar la ilusión de la “profundidad”: cosa muy fácil para todo filósofo que hace una incursión en las letras”. Más claro, echale agua: “La náusea” o “Los caminos de la libertad” son sólo panfletos, no califican como novelas ni como ensayos filosóficos, están a años luz de la prosa del impresentable y filo nazi Céline.

Pero si hay algo con lo que Cioran enamora, es con sus alusiones a la miseria humana: “No puedo amar sino a quienes dan muestras de cierta impotencia para vivir”, dice como si nada. No deja de ser un consuelo sentirse amado o al menos comprendido por Cioran, un pensador al que, después de leer sus reflexiones más íntimas, no podemos menos que admirar. Un tipo que se anticipó al vacío en el que caería la humanidad en este siglo. Un loco que la tenía re clara, para decirlo en términos más actuales. Tan clara que, justamente, fue esa clarividencia la que lo condujo a la desesperación y al pesimismo extremo.

Al final de su carrera como catedrático, después de haber frecuentado las mejores universidades de Francia y de Alemania, confesó que todo lo que aprendió como filósofo e intelectual, ya lo sabían los pastores analfabetos de la aldea rumana con los que pasó su niñez. No hay nada  nuevo, en definitiva, bajo este sol.

Leer los “Cuadernos” de Cioran es, probablemente, una de las experiencias más trascendentales que en materia de libros podemos atravesar en estos tiempos. En caso contrario, bueno, tal vez sólo quede reírse burlonamente.

O rezar.

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