Opinión | Un Maradona obediente


 

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias ([email protected])

Messi es una especie de versión disciplinada de Maradona. Un futbolista con un talento inigualable, tanto o más que el otro, pero que a diferencia de aquél le escapa a toda confrontación, mantiene un perfil bajo, se niega a polemizar y no habla de nada que no sea de lo que realmente sabe, el fútbol. Un jugador desinfectado de aquella rebeldía y espíritu contestatario de los años 70 y 80 que como a muchos, contaminaron a Maradona. Un jugador europeizado y por lo tanto inmune a esa insolencia latina, tan pasada de moda, tan desubicada, tan mersa.

Messi es Maradona pero sin desobediencia, un Maradona con disciplina, con constancia. Asimiló desde chico lo que aquél nunca pudo manejar: eso que llaman comportamiento profesional. Un jugador al que no le cuesta levantarse todos los días bien temprano para ir a entrenar después de haber dormido las ocho horas recomendadas, después de haber cenado temprano y habiéndose mantenido lejos del alcohol. Por eso es el mejor del mundo. Porque tiene el rigor que al otro le faltaba.

Messi, hay que reconocerlo, convirtió en rutina lo que Maradona apenas nos brindó en cuentagotas, mantuvo por muchos años lo que antes habíamos visto de manera fugaz, esporádica, salteada, nos hartó, vamos, de aquello de lo que Maradona nos dejaba con hambre.

Messi es talento más orden, es magia más obediencia, es Maradona pero sin vicios, sin debilidades. Eso es lo que lo hace diferente. Camina por la vida buscando nuevos desafíos, necesita de héroes a quienes destronar, espera que encuentren nuevos records para poder superarlos. Cuando hace declaraciones públicas, sus mesuradas respuestas empujan al otro, por contraste, al rango de simple jetón. A la escala de charlatán, de chapucero al que las frases le salen siempre hirientes, desafiantes, siempre ofensivas.

Colecciona las copas que a Maradona le fueron esquivas. Repite casi con desdén títulos y premios, goles y más goles, todos insuperables, maravillosos, su capacidad para asombrar no ha menguado en nada durante todos estos años. Parece interminable, eterno.

Sólo, tal vez, le puede haber faltado a su carrera una noche excepcional con la selección. Lo que posiblemente le faltó, y por favor no se tome esto como un reproche porque en todo caso sería una virtud, es esa capacidad que tenía Maradona para hacer travesuras. Avivadas, que le llaman. Es que Messi nunca haría un gol con la mano, por ejemplo. Nunca, por respeto, les gritaría a sus compañeros que contra Inglaterra los partidos no se juegan, se sufren dejando el pellejo en cada pelota. Nunca, Messi, obediente y disciplinado como pocos decidiría ganar un partido él solo, desafiando estructuras tácticas o esquemas de juego para gambetear a todo un equipo y convertir el mejor gol de la historia de los mundiales.

Porque, claro, para eso se necesita desobediencia, una buena cuota de rebeldía, de esa rebeldía completamente pasada de moda, justo lo que él no tiene. Para eso (dios no lo permita) Messi debería ser un poco insolente. Algo que nunca será.

Un negrito jetón, e insolente.

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