¿Para qué te traje?

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Todo hacía suponer que María Kodama, heredera de los bienes de Jorge Luis Borges, dejaría un testamento cediendo el legado de su esposo a alguna universidad extranjera tal como había declarado en alguna oportunidad.

Sin embargo, su escribana confirmó a los pocos días de su muerte que nunca había visto ese testamento y, si bien se especulaba con que estuviera en el departamento que ocupaba Kodama antes de morir, el caso es que pasadas varias semanas el presunto testamento sigue sin aparecer.

Esta inesperada situación hizo suponer que la herencia del escritor más reconocido de nuestro país pasaría al Estado. Hace unos días, para ponerle más misterio e incertidumbre al caso, cinco sobrinos y sobrinas de Kodama se presentaron ante la justicia reclamando la herencia y, aparentemente, no existiría mecanismo legal para impedir que la justicia conceda el pedido.

¿Qué dejó Borges? Además de su obra, se entiende. Dejó un par de departamentos en la ciudad que alguna vez le produjera gran fervor, Buenos Aires, los derechos de toda su obra y, tal vez lo más tentador y valioso: manuscritos, primeras ediciones, premios, posiblemente correspondencia, en fin, papeluchos con los que cualquier estudioso de su obra podría hacerse un verdadero festín.

No es el primer escritor en causar revuelos de esta naturaleza luego de su muerte. Su gran amigo, Bioy Casares, atravesó situaciones semejantes. Bioy había heredado una verdadera fortuna en estancias y grandes extensiones de tierra en la Provincia de Buenos Aires. Tal como él mismo afirmó alguna vez, su completa ignorancia en materia de administración de negocias agrícolas y ganaderos hizo que la fortuna se fuera perdiendo de a poco, más bien, y al decir de sus sobrinos nietos, el escritor la fue dilapidando sistemáticamente durante años. Pero para gran sorpresa de esos descendientes que esperaron pacientemente el desenlace final de su tío con el fin de salvar o recuperar lo poco que quedaba de aquella vieja fortuna, apareció un hijo extramatrimonial del escritor. En uno de sus viajes a Francia, Adolfo Bioy Casares habría tenido un romance, luego de su muerte, un hijo fruto de aquel romance reclamaría la herencia.

Pero como si esto fuera poco, tanto los nietos como su hijo se vieron sorprendidos al conocerse el testamente del escritor, quien dejaba a la enfermera que lo había cuidado durante los últimos años de su vida un porcentaje importante de todos sus bienes.

Y así podríamos seguir con la herencia de Antonio Di Benedetto, por ejemplo, quien dejó una hija como única heredera de sus derechos de autor, hija que supuestamente estaba radicada en Estados Unidos pero que durante muchos años no aparecía por ninguna parte, lo que impedía que la obra del autor mendocino pudiera reeditarse.

Nada que nos ocupe a los argentinos resulta fácil, nada fluye, tendemos invariablemente hacia la complejidad, nos atrae misteriosamente el conflicto, la confusión, amamos la discordia, salimos campeones del mundo en fútbol y dos días después estamos insultándonos para ver si la selección de Bilardo fue mejor o peor que la de Scaloni. Somos así, qué le vamos a hacer. Pero lo de María Kodama era fácil, cuidame mis papeles, le debe haber dicho Borges, dejalos en buenas manos. No pudo, posiblemente caigan en manos de oportunistas o de mercachifles. ¿Para qué te traje, me querés decir?

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