Pobreza 1974 – 2020: historia de una infamia

Silvana Melo escribe para la Agencia Pelota de Trapo.


Por Silvana Melo

Fotos: La Obrera Colectivo Fotográfico

(APe).- Aunque no mueve ningún amperímetro en el debate que eligen las dirigencias políticas, judiciales, empresariales y mediáticas de la Argentina, la pobreza de 18 millones y medio de argentinos y la historia de ese índice infame desde la dictadura a estos días es una foto del fracaso sistémico. El derrumbe que dejó el gobierno anterior y la pandemia que arrasó los harapos de la economía hundieron en la pobreza a poco menos de la mitad de los argentinos y a 6 de cada 10 niños. Y determinó que la clase media, por primera vez en décadas, cayó por debajo de un tercio de la población. Hace apenas 46 años, un segundo en la historia del mundo, se registraron apenas un 8% de pobreza y las tasas de desempleo y desigualdad más bajas de la historia. El país fue otro y no hace tanto. Y la destrucción tiene responsables con rostro, nombres e impunidad.

El 40,9 % del INDEC implica 18 millones y medio de argentinos pobres. Y 4.800.000 indigentes. La indigencia, seamos claros, es hambre. Es no llegar a una alimentación suficiente para la vida. Casi 5 millones de personas.

La indigencia –el hambre, la falta de techo, de servicios básicos- se duplicó en dos años: durante el primer semestre de 2018 llegaba al 4,9%. El temporal macrista y la pandemia plantaron este 10,5% que no es apenas un número frío en un gráfico de barras. Es un montón de gente. Es la Bombonera llena en 92 partidos. Es el Monumental repleto 71 veces. Es la población de Santa Fe y Salta juntas. Todos arrumbados en los márgenes de un sistema que los multiplica y los descarta.

Un informe de Alfredo Saiz publicado en La Nación dibuja la caída de la clase media por debajo del tercio de la población, por primera vez en décadas. Un sector que ha sido emblema en un país que quiso y pudo ser más justo y más para todos hasta apenas 40 años. Los números (de Moiguer Compañía de Estrategia) desnudan que, desde el segundo semestre del año pasado y la pandemia, la clase baja aumentó exponencialmente su participación hasta el 64% de los argentinos, cuando en 2019 alcanzaba al 50. La única que se mantuvo más o menos en su lugar, ajena a todo colapso, es la clase alta.

Dentro de esta brutal gráfica social, hay 6.200.000 niños de hasta 14 años que viven en hogares pobres. Y 8.300.000 si se suma a los adolescentes. Chicos y chicas con el futuro cortito y acotado a qué tormenta se desate mañana. A qué país estén dispuestos a construirles los protagonistas de las grietas coyunturales, los actores de reparto que pasan por el escenario todo el tiempo disputándose hilachas de poder, matándose por tres jueces, un per saltum y el protocolo de las sesiones virtuales porque hay una pandemia y se mueren 400 personas por día. La pobreza y la responsabilidad de las vidas en desgracia de la mitad de los argentinos les resbala a gran parte de ellos y les ha resbalado durante más de 40 años.

Los nuevos números de pobreza vomitan sobre los escritorios y las pantallas y los diarios que los leen como les conviene a cada uno, entre 4 y 5 millones de nuevos pobres y casi 2 millones de indigentes más. El mayor crecimiento del hundimiento social se da en los que tienen entre 15 y 29 años, sector donde aumentó 7,1 puntos la pobreza. Son chicas y chicos nacidos en las crisis de los 90 y de los 2000, crecidos en medio del neoliberalismo y de las consecuencias de la política topadora de Menem, De la Rúa y Duhalde. Sí, Duhalde, el ex presidente sin votos que sale a hablar de golpe de estado y entregó el país con un 62% de pobreza en 2003.

Hubo otro país

En 1974, apenas 46 años atrás, hubo otro país. En ese año de convulsión política y donde cada paso implicaba fervor, la actividad industrial y la participación de los asalariados en la economía fueron los más altos de su historia (el célebre y lejano “fifty – fifty”) y las tasas de desempleo y desigualdad fueron las más bajas de esta crónica de desencanto.

Ese año el desempleo alcanzó su mínimo histórico: un 2,7%. Y un 10 % de informalidad. El empleo en negro nunca bajó de entre el 35 y el 40 % en las últimas décadas. Y el desempleo tuvo sus cifras estrella durante el menemismo y en 2001: casi un 18 % y el 21,5% en el momento de la huida de De la Rúa. Es interesante recordar que un día después de la reelección de 1995, al calor de la muerte de Carlitos Jr., cayó sobre los ánimos de los votantes que volvieron a entronizar a Menem, el número feroz de la desocupación. Es un sello de lacre en la memoria personal.

La última tasa de desempleo supera el 13 %, producto de la sociedad macrismo – pandemia, que rompió con el dígito que se sostuvo durante diez años y que fue inédito desde aquel año soñado del ’74. Cuando se registró el mayor nivel de igualdad de la historia: un coeficiente de Gini de 0,35, de acuerdo con la Cepal. El coeficiente Gini mide la igualdad de un país y la ubica entre el 0 y el 1. El cero es el ideal y el 1, el de mayor desigualdad.

El 0,35 de 1974 se disparó durante la dictadura hasta el 0,40. El desastre del final alfonsinista lo dejó en el 0,46. El menemismo lo aumentó hasta el 0,50. El combo De la Rúa – Duhalde exhibe el récord más triste: 0,55 en 2002.
Desde 2003 la desigualdad exhibió un descenso que en 2015 mostró el índice más bajo aunque sin llegar a 1974.

Pobrezas

El pico de 66 % en el que la hiperdevaluación duhaldista sumió al país se redujo apenas al 62% cuando el ex bañero de Lomas le entregó el país a Néstor Kirchner.

Esta es una de las muestras más cabales de que las disminuciones de las pobrezas se han dado, invariablemente, después de grandes crisis. En las que se vuelve a niveles que parecen bajos por comparación, pero que humanamente son inaceptables. Kirchner, con una política fuerte de recomposición y transferencia de ingresos, bajó la pobreza a casi el 37%, según el Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (Cedlas) de la Universidad de La Plata.

Sin embargo, en 2007, con el regreso de la inflación se concedieron herramientas a un personaje turbio como Guillermo Moreno para que interviniera el INDEC y dejaran de existir las estadísticas confiables en el país. En 2013 directamente se dejaron de publicar los números de pobreza.

Estudios alternativos (Cedlas) lograron reconstruir que CFK bajó el índice del 37 al 28%, aunque en su segundo mandato volvió a subir al 30. Cristina Fernández entregó a Macri un país con el 29,5% de pobreza y Alberto Fernández lo recibió con un 35,5%.

Aquel 8% de 1974, que debió ser el faro de las dirigencias de la democracia, no se tradujo en otra cosa que en paños fríos a los fuegos de las crisis. En medio de las demonizaciones de unos a otros, en medio de poderes judiciales y mediáticos que se vuelven más voceros del poder concentrado que de la inmensa mayoría de los desplazados. No hay país que sobreviva a las discusiones banales en medio de una tragedia.

No hay más igualdad que esa presunta igualdad ante la ley que también es ficcional. No hay esfuerzo personal que catapulte de la pobreza a los pibes de entre 15 y 29 años que han sido condenados a los confines de esta tierra, si no hay un contexto político que los incluya y les conceda las mismas oportunidades que a la clase media acomodada que sobrevive o a la clase alta que nunca se inmuta.

Deudas y fracasos

Las dirigencias democráticas toleraron sin ruborizarse el nuevo orden social y económico injusto y criminal que asestó la dictadura. Y no dejaron la vida –ni siquiera una hilacha de piel- en devolverle la dignidad y los sueños a gran parte de la población. Esas dirigencias transaron con un modelo hiper extractivista que expulsó a los campesinos de sus tierras y los amontonó en los conurbanos de las grandes ciudades, que volvió páramo la fertilidad y redobló la pobreza y la vida saqueada de dignidad esperando las migajas urbanas.

Es una deuda y un fracaso compartido pero que merece una diferenciación justa: los gobiernos neoliberales (Menem, De la Rúa, Macri) traen en sus genes una injusta distribución de la riqueza y la enarbolan como materia fundante. El peronismo pos Perón, sin embargo, goza de un prestigio de nacional y popular que no supo mejorar la vida de la gente, salvo en honrosos períodos excepcionales.
Más aun, aportó parte de su estructura política a la destrucción del sistema productivo y del empleo, como claramente sucedió en los diez años menemistas.

Sólo queda como esperanza, como terrón de azúcar a perseguir, como utopía que no se aleje cuando se da un paso hacia ella, que alguna vez este país fue otro. Que hubo un 1974 con números excepcionales para las mayorías populares, para las niñas y los niños, para la gente de a pie. Habrá que robarse un ladrillo de aquel tiempo para volver a construir. En medio de tanta vileza.

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