Panorama político bonaerense: Una crisis con final anunciado y mucho fuego amigo

La entretela de una semana al rojo vivo para Axel Kicillof. Razonas y balance de la crisis por la toma de Guernica. Las «facturas» políticas internas. El presupuesto ya esta listo. La apertura educativa para el Conurbano.


Por Andrés Lavaselli

El desalojo compulsivo de la toma en Guernica, un final anunciado, le estalló a Axel Kicillof en el peor momento posible: al cabo de una semana donde el oficialismo –el nacional pero también el provincial- apareció a la defensiva en todos los frentes políticos relevantes, con la grieta interna expuesta como nunca antes. Los errores propios y las maniobras ajenas dejaron con poco margen de maniobra al Gobernador, pero resolvió una crisis que pudo haber sido mucho más grave.

No es una novedad la intensidad política de Argentina, pero aun contando con ese dato, sorprende la progresión de los últimos siete días. La semana arrancó con la carta de Cristina Fernández llamando a un acuerdo que se explica solo desde la debilidad política del gobierno. Casi sin respiro, se intensificó la parodia de reforma agraria de Juan Grabois en Entre Ríos y la masificación de noticias distorsionadas sobre subsidios a tomadores y countries evasores.

Ese es el marco político de la decisión de Kicillof de avanzar con el desalojo, que tomó con la venia explícita de CFK, según afirman en su entorno y de Alberto Fernández, que además hizo público su respaldo. A eso hay que sumar el hecho de que expiraba el plazo que había dado el juez Martín Rizzo para intentar una solución negociada, que el ministro Andrés Larroque solo pudo alcanzar parcialmente, para unas 738 de las 1.100 familias involucradas.

En ese contexto de razones políticas y situaciones fácticas, el gobernador priorizó algunos objetivos. 1) Buscó desalentar una idea peligrosa para el oficialismo, que iba ganando terreno: la de no respetar la propiedad privada. Ocurría justo cuando el Gobierno intenta generar confianza por la crisis del dólar y en las puertas de una negociación clave con el FMI. 2) También quiso desalentar la idea de un poder anti institucionalista, que no acata fallos judiciales.

Hay una tercera razón. Es más puntual y, a la vez, más determinante: el miércoles, en su tráiler ubicado a unas diez cuadras de la toma, Andrés Larroque terminó de confirmar que un acuerdo total, que despejara el predio sin desalojo, era imposible. Como se informó aquí hace más de un mes, era un final que él mismo había comunicado a Kicillof que se daría, porque había sectores políticos –y delincuenciales- que trabajaron para impedirlo.

El operativo que comandó Sergio Berni tiene varias facetas. 1) Implica un uso de la fuerza en un contexto de carencias sociales alejado del contrato electoral que llevó a Kicillof al gobierno. 2) Fue relativamente incruento, juicio que el gobierno funda en que no hubo heridos graves ni impactos de bala de goma comprobados. 3) La acción represiva más fuierte se dio después del desalojo en sí, cuando grupos organizados enfrentaron a los uniformados en las inmediaciones del predio.

Paradoja y algo más

La respuesta política que se desató a partir de ahí se deja describir a partir de una paradoja básica: Kicillof recibió más “fuego amigo” que críticas externas. En el gobierno no se preocupan por dirigentes consideran marginales al esquema de poder actual, como Luís D´Elía o Gabriel Mariotto. Pero están enojados con oficialistas como la diputada nacional por la provincia Claudia Bernaza, las porteñas Gabriela Cerruti y Ofelia Fernández o el funcionario Daniel Menéndez.

Cerca de Kicillof les atribuyen cierta crítica ligera, descontextalizada, dicen, creyó percibir justo en boca de dirigentes con los que contaba para momentos complejos. Tampoco le cayó nada bien la actitud de un lote de intendentes peronistas del Conurbano del que apenas exceptuó a Martín Insaurralde. En el gobierno recordaron una reunión con nueve de ellos en la gobernación, el 3 de septiembre: “todos pidieron desalojar la toma; ninguno apoyó cuando eso se hizo”, cuentan.  

Blanca Cantero, la intendenta en cuyo distrito, Presidente Perón, se ubica Guernica, también está en el ojo de la tormenta interna del día después. Parte de la toma, dicen, fue fogoneada por un sector del oficialismo de ese distrito, al que ella no contuvo. Cuando todo estuvo terminado, cometió una torpeza, o tal vez una picardía: mandó las topadoras para que arrasen las casillas frente a las cámaras de TV. Ese es el mensaje político que quiso dar.

Ahora, Kicillof buscará acelerar el almanaque político, para tratar de dejar atrás es crisis. El lunes recibirá a su ministro de Economía, Pablo López: le llevará el proyecto de Presupuesto 2021 para una revisión final. Después, en la semana, se reunirán con los líderes parlamentarios del FdT para afinar la estrategia de negociación con la oposición. En paralelo, comenzó a definir un retorno de los alumnos del Conurbano a la presencialidad escolar. Al modo porteño, será en espacios abiertos y para un reencuentro socio afectivo entre compañeros de los últimos años de primaria y secundaria. (DIB) AL

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