Políticas de largo aliento

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Nos guste o no, somos el país que proyectaron Roca y Pellegrini en 1880. Una vez que la flecha se despega de la cuerda del arco es muy difícil torcer su destino. Lo de la generación del 80 se parece mucho a la síntesis de la que hablaba Hegel. La tesis y la antítesis (léase unitarios y federales, o litoral e interior o librecambistas y proteccionistas) encuentran por fin una tregua cuando Roca y Pellegrini dejan, por las buenas o por las malas, a todos más o menos conformes, o al menos sin mucho margen para el pataleo.

La Argentina moderna es moderadamente federal pero sin ofender a los porteños, es proteccionista sin interferir con el ingreso fluido de algunos productos que vienen desde Europa, la prepotencia de Buenos Aires está un cachito por debajo de lo que los provincianos son capaces de soportar.

Dos ejemplos del intento de Roca por potenciar el interior del país son la industria vitivinícola en Mendoza y la explotación de azúcar en Tucumán. Dos iniciativas diseñadas e impulsadas desde el gobierno nacional con el fin de acentuar ese carácter federal que querían darle a la nueva nación. Dos ejemplos de planificación estratégica o de (como dirían ahora) fomento a las economías regionales. Mendoza y Tucumán cambiaron para siempre a partir de esos dos casos testigos de integración nacional. Cambiaron tanto en su economía como en la densidad de población y sobre todo en la estratificación de sus sociedades. Es una pena que iniciativas como éstas no se hayan multiplicado.

Esa federalización que intentó la generación del 80 no hubiera sido posible sin la financiación de los ferrocarriles, la red ferroviaria que se proyectó en aquellos años fue duramente criticada. Algunos hablaban de los “trenes a la luna” para dejar en evidencia el absurdo que significaba invertir tanto dinero en trenes que no irían, en principio, a ninguna parte, o en el mejor de los casos a regiones con muy baja densidad de población. El tiempo demostró que ese aparente despilfarro fue decisivo para el crecimiento del país.

Nuestros vecinos chilenos también han sabido explotar los beneficios de políticas de largo aliento. Durante la década del 90, el estado nacional decidió potenciar la capacidad exportadora de vinos que tenía Chile. Se promovió la ampliación de las zonas de cultivo, se ofrecieron recursos para la industrialización del sector y se iniciaron campañas en los principales países de Europa con el fin de promocionar el vino chileno. Hoy, esgrimen los chilenos con orgullo, en todo buen restaurante de cualquier ciudad importante de Europa hay al menos un vino chileno en la carta. Chile produce más del doble de litros de vino que los que produce Argentina y se ha convertido en el cuarto productor mundial detrás de Italia, Francia y España (evidentemente el vino es un legado del imperio Romano).

Para los amantes del vino aclaremos que Chile presenta una ventaja respecto a la Argentina que lo hace más competitivo: en Chile se desarrolló (por cuestiones climáticas) el cultivo de la cepa que da origen al Cabernet Sauvignon, el vino más consumido del mundo. El Malbec, por su parte, nuestro gran orgullo mendocino, no deja de ser un vino marginal (en el sentido de no ser muy codiciado en Europa o Estados Unidos).

Pero volviendo al experimento chileno, lo curioso de este proyecto de más de 30 años es que fue impulsado independientemente del partido político que ocupara el gobierno. La publicidad de los vinos chilenos en Europa no se veía interrumpida porque los socialistas ganaran las elecciones desplazando a los demócratas cristianos, tampoco se vio interrumpida cuando gobernó la derecha. Esta condición resulta difícil de digerir para los argentinos. De este lado de la cordillera nos hemos acostumbrado a que todo nuevo gobierno desarticula las iniciativas del anterior y promueve otras, supuestamente novedosas y mejores, pero que tienen que arrancar desde cero.

Ejemplo de esto son las iniciativas más recientes de desarrollo de la industria satelital y nuclear, desestimadas por el gobierno de Cambiemos a partir de 2015 por el sólo hecho de haber sido un logro del gobierno anterior (y esto va más allá de preferencias políticas ya que seguramente podrían encontrarse ejemplos en sentido inverso).

Tal vez Roca y Pellegrini (mal que nos pese) hayan sido verdaderos estadistas. Estadistas en cierto sentido, obviamente, ya que en otro orden promovieron la barbarie contra los habitantes originarios de nuestra Pampa, inauguraron esa deleznable práctica política que hoy se conoce vulgarmente como “rosca” y nos privaron durante décadas de los beneficios de la democracia.

Cada vez son más las voces que se levantan pidiendo justamente un proyecto de crecimiento, uno, hasta me animaría a decir: uno cualquiera, pero que pueda trascender gobiernos y se mantenga incuestionablemente en el mediano y largo plazo. No habrá futuro mientras tengamos que estar relojeando el precio de la soja y rezando para que llueva, mientras cajoneemos los proyectos de la gestión anterior porque hay que ocultar sus logros, sus “pobres triunfos pasajeros”, como dice el tango. Sin planificación no habrá futuro ni siquiera recibiendo el comodín en todas las manos (Vaca Muerta, reservas de litio).

Acordemos cuatro o cinco metas inmaculadas de todo tinte partidario, de manera tal que nadie se pueda apropiar del mote de “padre de la criatura”. Después olvidémonos por un tiempo, nuestros nietos cosecharán los beneficios. Si, al fin y al cabo, ni Roca ni Pellegrini alcanzaron a probar ese Malbec del Valle de Uco que tanto nos gusta.

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