Libros | La pampa tiene el ombú

Escribe Carlos Verucchi


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Cómo nos preocupa y nos atrae esta llanura interminable en la que nos ha tocado nacer. La pampa no ha cesado nunca en su porfiada vocación de inspiradora literaria. Por más antipático que resulte, tal vez no sea del todo erróneo ese eslogan famoso de “todos somos el campo” con el que un grupo de terratenientes intenta hacer lobby para mantener ciertos privilegios que, por arcaicos, ven, a esta altura, casi como naturales. Es que la pampa ha sido siempre el teatro de operaciones donde se dirimió nuestro derrotero de desencuentros.

José Hernández y Sarmiento, situados simétricamente a cada lado de la grieta (grieta que en aquellos tiempos ya existía y que no es otra que la que nos separa en el presente), escribieron sus folletines sentando posturas respecto al desierto y sus habitantes. Esperanzado el primero en construir la patria de la única manera posible, integrando al gaucho y desarrollando la economía alrededor suyo, convirtiéndolo en la mano de obra necesaria para la explotación de esa llanura interminable que, en principio e ingenuamente, consideró suficientemente extensa como para cobijar a todos los argentinos. El otro, el “gran maestro”, más pragmático y ansioso por trasladar la cultura europea a estas tierras, desestimó y condenó la desidia del mestizaje autóctono como fuerza productiva, pretendió construir una nación a sus espaldas, marginándolo diplomáticamente para no acudir de una al degüello liso y llano.

Borges afirmaba que la gran desgracia de la Argentina radica en haber equivocado la elección de su libro de cabecera. Nada podía salir bien, desde su punto de vista, en una patria que tomó al Martín Fierro como su Ilíada. Si nuestro libro de cabecera hubiera sido Facundo, otro gallo hubiera cantado. Una vez más Borges muestra la gran suspicacia que lo caracteriza y la eficacia literaria de cambiar causa por consecuencia.

Alberdi aportó una nueva perspectiva al dilema de qué hacer con la pampa. Observó que la más extensa y fértil llanura del mundo terminaría siendo, en lugar de una vía fácil para el crecimiento, su gran obstáculo. Disponer de una fuente de recursos tan al alcance de la mano, tan fáciles de obtener, terminaría por desalentar otros caminos hacia el progreso, como por ejemplo el desarrollo industrial. Imposible ser más visionario. Si supiera que ciento ochenta años después no hemos podido aún salir de la trampa que predijo, volvería seguramente decepcionado a su tumba.

Martínez Estrada, unos de los mejores ensayistas argentinos, le escribió a la pampa como también lo hicieron Juan José Saer y tantos otros. Y Gabriela Cabezón Cámara, recientemente, en la premiada y alabada por la crítica “Las aventuras de la China Iron”. Aunque en este caso, y a diferencia de los intentos anteriores, se busca mostrar la pampa y su historia a través del grotesco, a veces del humor, y desde una perspectiva de género que hubiera escandalizado a todos hasta hace unos pocos años atrás.

La China Iron es abandonada por Fierro, después de tener dos hijos con él, y se interna en ese desierto inconmensurable, accesible sólo a partir de la red de caminos que a fuerza de la insistencia por transitarlos habían trazado los indios. En el camino encuentra a una inglesa que cruza la pampa con su carruaje en busca de la estancia de su marido. En el límite con las tolderías se topan con un José Hernández que tozudamente intenta llevar la civilización a ese agujero donde Sarmiento sólo veía barbarie. Todo, como dijimos, narrado desde una perspectiva de género en la que las relaciones amorosas se desarrollan independientemente del género de los personajes en un ambiente de libertad y ausencia de cualquier tipo de prejuicio.

Pero más allá del grotesco y de las crudas escenas de sexo que le dan un sesgo distintivo al relato, hay hipérboles que sumergen al lector en inquietudes del tipo qué hubiera pasado con nuestra Argentina si en vez de…, o cómo hubiera sido nuestra historia en el caso de…

Ahí radica el mérito de la novela. En su intención de revisar la historia argentina desde una óptica novedosa, inesperada, arriesgada y sutil, tal como exigimos, siempre, de la buena literatura.

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