“Para la gente que me da asco”
Escribe Carlos Verucchi para En Línea Noticias.

Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
Germán me dice: Luca se muere y no podemos hacer nada, dice Pettinato en “Sumo”, ensayo publicado originalmente en 2009 y disponible ahora en formato e-book. Son infinitas las versiones que se escuchan sobre el famoso grupo de rock de los años 80 y fundamentalmente sobre su líder, Luca Prodan. Por eso Pettinato se anticipa a posibles contradicciones y desde el vamos lo deja bien en claro, pueden decir lo que quieran, pero yo estuve ahí, yo estaba en la sala de ensayo cuando Luca componía.
Germán Daffunchio siempre fue el más preocupado por la adicción y el estado de salud de Prodan, fue quien comprendió antes que nadie la debacle definitiva en la que el mentor de Sumo había decidido dejarse caer. Cuenta Pettinato que en uno de los viajes a Córdoba, Daffuncio encontró debajo de la cama de Prodan una botella de ginebra. A la noche, Luca, casi automáticamente y con una cadencia precisa, alargaba la mano para buscar la botella y tomar un trago. A la mañana siguiente Germán Daffuncio le gritó en la cara que era un borracho y que se estaba destruyendo, Luca respondió con un golpe en la cabeza que terminó con el guitarrista del grupo en el hospital.
El ensayo de Pettinato recorre innumerables anécdotas de este tipo. Ensayo que, lejos de intentar desacralizar el mito que se construyó en torno al grupo, apela a la magnificación de una mística que empieza bien de abajo, más que en el under, en el anonimato mismo, en la firme decisión de tocar por tocar, de tocar, incluso, sin saber tocar.
Entrar a una sala de grabación sin tener la menor idea de los temas que iban a incluir en un disco, tocar en cumpleaños de quince, asistir al programa de los sábados de Juan Alberto Badía y tomarle el pelo al conductor, ir borrachos al programa de Susana. Sumo se construyó así, de la nada, sin que nadie quisiera que pasara, más aún, con la firme convicción de todos sus músicos de que lo mejor era fracasar en un escenario en el que los que triunfaban eran Virus o La torre, Soda Stereo. Pero el éxito llegó y los convirtió en una de las experiencias más significativas en la construcción del rock no sólo en nuestro país sino del rock en español en general.
Luca cantaba mal, desafinaba. Dejaba que sus músicos hicieran una base y él grababa sobre ella, en un inglés argentinizado y con acento italiano, una letra improvisada en el momento. Cuando apareció con la letrea de “Mañana en el abasto” sus compañeros se querían matar. Creían que Luca había enloquecido. No encontraban la manera de decirle que eso no se podía grabar. Pettinato dudó, le dio una chance. Le llevó la letra al flaco Spinetta. El flaco quedó deslumbrado, este tipo ve lo que nosotros ya no podemos ver, dijo. La descripción del barrio en el que funcionaba todavía el mercado de abasto parecía simple, superficial, hasta infantil si se quiere. La canción se convirtió con el tiempo en una de las más admiradas del rock nacional. Tiene la mirada del extranjero, del que ve por primera vez y sin preconceptos, del que percibe como deslumbrante lo que para cualquier otro no pasa de vulgar.
Las “confesiones” de Pettinato, saxofonista de la banda, hurgan también en la grieta que se originó cuando Luca decidió incorporar un segundo guitarrista, Ricardo Mollo, relegando al incuestionable Germán Daffuncio a un lugar secundario. Grieta que derivó en la separación posterior del grupo luego de la muerte de su líder.
Alberto “Superman” Troglio, baterista de la banda, refleja el drama conjetural que asaltó a los Sumo, y en especial a Luca Prodan, en aquellos años 80 en los que la Argentina despertaba de la más atroz de las dictaduras. Vive, según Pettinato (o al menos vivía cuando publicó su libro) en una especie de galponcito que tiene Mollo en su casa quinta y que de buena onda le presta. Ya no toca. Se negó a ser un profesional de la música. Podría haberse colgado del éxito de Divididos o de Las Pelotas (las dos ramificaciones del antiguo grupo). Siguió, de algún modo, y tal vez de manera menos vertiginosa, el derrotero que eligió Prodan.
Luca nos dejó un regalo a los argentinos, tal vez como agradecimiento a esa gente despierta que toma ginebra en el bar de la esquina, ese regalo es la letra de Crua Chan, un himno que utilizaban los escoceses para ir a la guerra con Inglaterra. “I smell the blood of an englishman”, dice. Una canción para exacerbar las ínfulas nacionalistas y gritar hasta desgañitarnos.
Aunque nadie menos nacionalista que él, que en otra canción nos pide: “No vayas a la escuela porque San Martín te espera”. Claro, y junto a San Martín también espera el patriotismo con sus canallas refugiados en él. Hay que estar muy “volado” para denigrar a San Martín en Argentina. Pero tiene razón, a todos alguna vez nos acobardó San Martín, no tanto por él sino por lo que construyeron alrededor de él los que vinieron después, ¿cómo no detestar al San Martín que nos vendió Mitre?
¿Hasta dónde un rebelde puede permitirse envejecer? ¿Hasta dónde un rockero puede aburguesarse? Cada uno tendrá su respuesta. Luca Prodan fue educado en un colegio aristocrático de Escocia, uno de los mejores colegios de Europa, allí tal vez asimiló su condición de caballero, su inquebrantable vocación por perder en todo lo que estuviera en juego, de fracasar adhiriendo a causas perdidas. ¿Qué cuota de cinismo es lícito asimilar para convivir con la gente que nos da asco? Prodan fue extremista, optó por nada de cinismo y esa actitud empezó a alejarlo de todo. Nadie sabe cuál es la respuesta correcta, claro, seguramente ni siquiera haya una respuesta correcta, pero desde aquí nos atrevemos a postular que la que propuso Luca Prodan es, como mínimo, igual de legítima que cualquier otra.
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