Punto de inflexión
Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
Mucho se ha discutido sobre la neutralidad argentina durante prácticamente toda la Segunda Guerra Mundial. Las razones de dicha neutralidad son analizadas en “1943. El fin de la Argentina Liberal”, ensayo de María Sáenz Quesada publicado en 2019.
Puede resultar algo confuso que un libro que lleva por subtítulo “El fin de la Argentina liberal” dedique un capítulo a explicar las razones por las que Argentina (un estado supuestamente liberal al menos hasta el año 43) no se haya sumado a los Aliados durante la guerra. Guerra que justamente enfrentaba a los estados liberales contra el nazi-fascismo. La confusión puede surgir debido a que en Argentina los términos liberal o nacionalista se aplican a la postura que en economía exterior aplica un determinado gobierno (tal es el sentido que Sáenz Quesada le da a estos términos en su ensayo), mientras que en la Europa de mediados de siglo pasado la disyuntiva entre liberalismo y nacionalismo se centraba en la adopción de un modelo de gobierno de características republicanas o constitucionales como alternativa a los totalitarismos que se imponían en Italia o Alemania. Por consiguiente, Argentina, un país liberal en el sentido de adoptar una política de apertura económica e ingreso casi irrestricto a productos provenientes de Europa, mantenía por otro lado una estructura de poder netamente conservadora.
Puede resultar algo sorprendente por otra parte que la URSS quedara del lado de las democracias occidentales. Esto se debe a circunstancias específicas que fueron producto de la estrategia bélica de Hitler. De todos modos, en la década del 30 aún no se conocían ciertas prácticas totalitarias del estalinismo que posteriormente quedaron en evidencia. El comunismo, por otra parte, constituía (y esta opinión estaba sostenida por la gran mayoría de la intelectualidad) una avanzada en el camino hacia la democracia.
Pero más allá de estas connotaciones semánticas, lo cierto es que Argentina demoró todo lo que pudo una declaración de guerra al Eje que los Aliados venían solicitando. La declaración llegó por fin en marzo del 45, un mes antes de que Alemania se rindiera.
Las razones de la negación argentina, según Sáenz Quesada, son múltiples. En primer lugar no resulta para nada novedoso el modelo germanófilo que adoptó el Ejército Argentino cuando en las primeras décadas del siglo XX avanzó hacia una conformación más profesional. Por otro lado, si bien durante los primeros años de la guerra nuestro país transitaba por la sórdida experiencia del “fraude patriótico” que imponía la Concordancia, la corrupción en los comicios sólo era parcial y en algunos distritos. Más allá del fraude, por lo tanto, no resultaba electoralmente atinado promover una guerra contra Mussolini, teniendo en cuenta la gran cantidad de descendientes de italianos que votaban y que sentían gran simpatía por el Duce.
Pero la cuestión de fondo, tal vez, fue la supremacía de sectores nacionalistas que empezaba a imponerse en el Ejército luego del fracaso de la política de alianza con Gran Bretaña. Para muchos argentinos, Inglaterra seguía constituyendo el principal enemigo de la patria y, desde ese punto de vista, resultaba casi imposible no confraternizar con Alemania, país que había puesto en jaque a nuestro verdugo. Esa simpatía con el régimen nazi no resultaba aún tan descalificadora como resultó luego de que se conocieran las prácticas vinculas al exterminio racial llevado a cabo en los campos de concentración y otras atrocidades cometidas por Hitler.
Por último, y aunque esto pueda parecer ingenuo, Argentina mantenía aún en aquellos años cierta pretensión de disputarle a los Estados Unidos el rol de potencia americana. En tal sentido, y a diferencia de la actitud adoptada por el resto de los países latinoamericanos, Argentina se podía permitir (o se creía en condiciones de poder permitirse) desafiar a la gran potencia del norte y desatender sus demandas, aún teniendo en cuenta que esa desobediencia le costaba sanciones económicas.
Tal vez lo más interesante del análisis de Sáenz Quesada pase por colocar al año 43 como un punto de inflexión en nuestra historia. En realidad, podría pensarse que el punto de inflexión se dio antes, cuando con la crisis del año 30 el Imperio Británico comenzó a eclipsarse y Argentina se quedó sin su principal socio comercial. El período que va desde el año 30 al 43 tal vez constituya una lenta agonía o bien el tiempo necesario para que ciertos sectores se hicieran fuertes y alcanzaran la posición necesaria para disputar el poder como alternativa.
Las transformaciones que el peronismo introdujo en la economía argentina no fueron sino la profundización de ciertos cambios que desde la crisis del 30 se venían observando y que se habían dado con cierta naturalidad. La transición desde el modelo agroexportador al industrial, de ninguna manera podría considerarse el inicio de la debacle económica, como sostienen algunos aún hoy, sino la mejor oportunidad que tuvimos de desarrollarnos como un país moderno. Tal vez la debacle haya que buscarla no tanto en el surgimiento del peronismo sino en la reacción que sobrevino a ese surgimiento, una reacción que, no sin algo de nostalgia, siguió y sigue aferrada a un modelo que ya resultaba caduco hace 70 años, y que hoy en día no puede calificarse sino de absurdo o delirante.
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