Un jardín bajo el sol, antes de morir
Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Se nos fue la semana pasada uno de los pioneros de ese movimiento irrepetible que fue el rock en español, el rock porteño o nacional. Javier Martínez había nacido en Buenos Aires en 1946 y en 1969 se unió con Claudio Gabis y Alejandro Medina para fundar el mítico trío Manal.
Así grabaron un primer disco con el sello Mandioca y dejaron temas que se escuchan hasta hoy, como Avellaneda blues, Jugo de tomate frío, Una casa con diez Pinos, No pibe.
Martínez, unos de los pocos músicos que se destacó como baterista y al mismo tiempo fue compositor y vocalista de la banda, inmortalizó letras ácidas y despectivas contra la sociedad de consumo y la moral burguesa. Fue apologista de la vida espiritual y la bohemia, del desdén por los bienes materiales y el status concedido a partir de la ostentación de objetos caros: “No hay que tener un auto, ni relojes de medio millón, no pibe, para que alguien te pueda amar”. Y en la misma dirección, con la consigna del hipismo bien en alto: “Si querés triunfar con las mujeres, tener muchas que lloren por vos, tendrás que ser muy poco inteligente, tener dinero y una buena voz”, recitaba en Jugo de tomate frío.
Nada puede describir mejor el ambiente industrial de la Avellaneda de los años sesenta y setenta como la letra maravillosa de Avellaneda Blues:
“Vía muerta
Calle con asfalto siempre destrozado
Tren de carga
El humo y el hollín están por todos lados
Hoy
Llovió
Y todavía está nublado
Sur y aceite
Barriles en el barro, galpón abandonado
Charco sucio
El agua va pudriendo un zapato olvidado
Un camión
Interrumpe
El triste descampado
Luz que muere
La fábrica parece un duende de hormigón
Y la grúa
Su lágrima de carga inclina sobre el Dock
Un amigo
Duerme
Cerca de un barco español
Amanece
La avenida desierta, pronto se agitará
Y los obreros
Fumando impacientes, a su trabajo van
Sur
Un trozo de este siglo
Barrio industrial”
Se fue Javier Martínez aunque su influencia se había ido hacía mucho tiempo, su espíritu rebelde había perdido influencia entre los jóvenes, sus letras, desactualizadas, ya no estimulan el impulso de ir contra la corriente, de denigrar modas tilingas y superficiales, de condenar el consumo y el esnobismo, la individualidad exacerbada, esa tendencia tan actual que empuja hacia el hedonismo.
Quedarán sus letras para siempre, algún día volverán a entrar en resonancia con las nuevas generaciones, de nuevo encenderán pasiones, cuando decidamos cambiar obsoletos artilugios tecnológicos por el gusto por una tarde con amigos, en un jardín, bajo el sol, antes de morir.
Los comentarios están cerrados.