¡Y dale con Pernía!
Escribe Carlos Verucchi.
Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
A finales de los años setenta se había puesto de moda un humorista que hacía imitaciones en programas de televisión. Caminando muchas veces por la cornisa de la censura que había impuesto la dictadura militar, Mario Sapag ―de él se trata―, copiaba los gestos y los modos de hablar de personajes como Jorge Luis Borges, José Sacristán o el “Flaco” Menotti (director técnico del seleccionado argentino que se preparaba para el difícil y para nada loable intento de tapar a fuerza de goles el horror represivo que se vivía en el país).
Sapag ponía en boca de Menotti una muletilla que, de acuerdo con la picardía del humorista, era la respuesta del técnico ante las incesantes preguntas de los periodistas en relación a su negativa de convocar a la selección nacional a quien, para todos, era el mejor marcador de punta derecho del país (el “Tano” Pernía, jugador y emblema de Boca). “Y dale con Pernía, y dale con Pernía… Pernía es triste”, decía Menotti en la versión de Sapag. Es que Menotti prefería al tal vez no tan firme como marcador pero más “dúctil” con la pelota Mario Olguín, jugador de San Lorenzo, para imponer un estilo de juego que aspiraba al buen trato de la pelota, al pase corto, o para decirlo en términos más actuales: al “tiki-tiki”.
Pero es esta una columna literaria y no deportiva, y en las pocas ocasiones en las que nos hemos animado con la pelota las críticas fueron despiadadas. Si apelamos al “y dale con Pernía”, es sólo para identificar, con una frase de aquellos años, la inacabable insistencia de toda una generación de escritores argentinos por narrar aquellos oscuros años de la guerra sucia. A más de treinta y cinco años de recuperada la democracia, no dejan de publicarse novelas que, directa o indirectamente, cuentan la dictadura.
Hay dos explicaciones posibles para esta repetición incesante: nadie ha podido aún “contar” la dictadura, o bien el impacto que tuvieron aquellos años en la sociedad argentina ha sido más hondo y perdurable que lo que imaginamos. No necesariamente una respuesta invalida a la otra.
Por estos días se cumplen cuarenta años de la publicación de “Respiración artificial”, de Ricardo Piglia, para muchos la mejor novela sobre la dictadura publicada en pleno gobierno de facto. La mejor, tal vez, y también la primera de una serie que, como decíamos, aún no termina de extinguirse. Sin las libertades de las que gozan los escritores actuales, en “Respiración Artificial”, Piglia tuvo que recurrir a la elipsis, al decir pero sin decir del todo, a dejar entrever o a sugerir metafóricamente lo que de otro modo la censura hubiera frenado.
Muy distinto es el caso de Jorge Consiglio, escritor nacido en 1962 y por lo tanto perteneciente a esa generación que, tal como afirma Charly García, “creció con Videla”. De la interminable lista de novelas sobre la dictadura rescatamos hoy una suya: “Hospital Posadas”. En “Hospital Posadas” Consiglio trata de narrarnos su visión de aquellos años a través de la historia de Cardozo, un personaje que de acuerdo a lo declarado por el autor en diversas entrevistas, está tomado de la realidad y confiere al relato ese status extra de verosimilitud que ofrece el famoso “basada en hechos reales”.
El personaje que narra la historia conoció a Cardozo y lo recuerda muchos años después a raíz de un hecho anecdótico. En un continuo, y muy bien trabajado, ir y venir en el tiempo, el narrador nos lleva no solo a los años de la dictadura ―años en los que Cardozo se mueve con soltura e impunidad gracias a su condición de “servicio”―, sino también a los primeros años de la democracia, años en los que Cardozo, al igual que mucha de la famosa “mano de obra desocupada” que dejó la represión, consigue mantenerse vinculado a los servicios de inteligencia y, si bien no con tanta libertad como en los años de plomo, moverse con habilidad en el terreno de la trampa, la extorsión y la utilización en beneficio propio del entrenamiento y la “expertise” que obtuvo con su intangible vinculación al Proceso.
La famosa y tan manoseada “ironía del destino” hará que Cardozo, que había formado parte de los “grupos de tarea” que tomaron el Hospital Posadas en el 76 para convertirlo en un lugar clandestino de detención y tortura, vuelva, mucho tiempo después, al lugar que había conocido estando en la cumbre de su “carrera”, aunque ahora en circunstancias completamente distintas.
La dictadura, los años de plomo, la guerra sucia o como quieran llamarle a toda aquella locura colectiva sigue motivando muy buena literatura. Seguramente lo seguirá haciendo por mucho tiempo. Tal vez se necesiten muchos años para poder contar tanto terror. Terror que no cabe en una, ni en diez, ni en mil novelas. Y que es necesario supurar, aunque para ello tengamos que remitirnos a la tristeza que el Flaco Menotti supo esquivar en el armado de su equipo, esa que le habría dado el “Tano Pernía”, esa que al menos dentro de la cancha la dictadura supo ocultar.
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