1970. El estallido de la violencia

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
Cuándo fue que se inició la violencia en este país es una de las disyuntivas más recurrentes y difíciles de responder. Cuando alguien afirma que la violencia se inició a partir de tal o cual provocación, inmediatamente es contradicho por hechos anteriores. ¿Los años setenta, o los fusilamientos de José león Suárez? ¿Los bombardeos a la Plaza de Mayo o el golpe del 43? ¿La bomba de un anarquista que hizo volar por el aire a Ramón Falcón o los fusilamientos de la Patagonia? Y así podríamos seguir retrocediendo hasta el fusilamiento de Dorrego, el hipotético aunque nunca probado asesinato de Moreno, por ejemplo. Es decir, la violencia nació y creció junto al país.
Pero en este período en el que centramos este juego de recorrer año tras año, y que se inicia en el año 1967 (año que se corresponde con el nacimiento de quien escribe y que obedece a una licencia egocéntrica que habíamos tratado de justificar diciendo que, en realidad, nos parábamos en aquella conjetura filosófica que tanto le atraía a Borges y que asegura que el mundo es ilusorio y por consiguiente lo ocurrido antes de haber nacido tan solo podría ser parte de una especie de imaginación o construcción artificiosa para rellenar esa eternidad que queda atrás del día en que “vimos la luz”, para utilizar una “metáfora baldía”, ya que hemos mencionado a Borges y que constituye un lugar común de dudosa rigurosidad científica).
Decía, en este período, y en nuestro país, el año 70 fue el punto de partida de una escalada de violencia (si me permiten seguir usando lugares comunes ya gastados) que nos llevaría a varios años de terror.
Ese año empezó con mucho calor en Buenos Aires. En los cines era furor la nueva película de Luis Sandrini, “El profesor patagónico”, esta vez acompañado por Gabriela Gilli y un joven Piero que simbolizaba la confluencia de la paz y amor de los hippies con eso que más adelante se llamaría música de protesta. En la película tocaba temas como “Mi viejo”, “Juan Boliche” y “De vez en cuando viene bien dormir”.
Aquel grupo de muchachos y una muchacha que el año anterior habían empezado a conspirar contra Onganía pasaba las horas espiando los movimientos del ya retirado general Aramburu. Las contradicciones entre ellos no eran motivo para coartar el plan que tenían en mente. Ella, comunista, ellos, católicos nacionalistas.
Mientras tanto, Adolfo Pedernera, al mando de la selección nacional de fútbol, decidía jugar el partido definitorio de las eliminatorias para el mundial de México en la Bombonera. La presión y el calor del mítico estadio no alcanzó para alcanzar el triunfo y aquel año sería la primera y última vez que Argentina no participaba de un mundial. Brasil se quedó con su tercera copa mundial y coronó un ciclo en la historia del fútbol.
A nivel mundial, el capitalismo sufría una nueva crisis y el modelo keynesiano parecía agotado, en Chile, Salvador Allende se convertía en el primer presidente comunista que llegaba al poder por la vía democrática.
Después de haber estudiado a fondo los movimientos, Fernando Abal Medina y su novia Norma Arrostito, junto con Carlos Ramus y Mario Firmenich, irrumpieron en el departamento del general Aramburu vestidos de militares y lo “invitaron” gentilmente a que los acompañe. El viejo general, ideólogo e impulsor de la Revolución Libertadora se dejó conducir, dócil, confiado.
Mientras los Beatles anunciaban su separación, acá se realizaba el primer Buenos Aires Rock, tocaron Almendra, Los Gatos, Manal, Vox Dei, Moris y La Cofradía de la Flor Solar.
En junio, los chicos católicos de Barrio Norte y la chica comunista anunciaban que, luego de un juicio revolucionario, habían dado muerte al general Aramburu, haciendo justicia de ese modo al responsable de los fusilamientos de José León Suárez, con quien había interrumpido del orden democrático derrocando a Perón, con el responsable de la desaparición del cadáver de Evita.
Se presentaron como los Montoneros, una definición que desde el punto de vista histórico les venía como anillo al dedo. Las montoneras federales del interior estaban de vuelta, Chacho Peñalosa revivía, ahora con otros modales, con otra ideología, con el mismo reclamo y con la misma violencia que siempre.