1978. Tiren papelitos, muchachos
Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
A ese domingo de junio no me lo olvido más. Recuerdo dónde estaba sentado cuando empezó el partido. Me acuerdo que, por aquel tiempo, reinaba una gran indignación entre la gente porque los europeos verían el mundial en colores y nosotros, acá, nos teníamos que conformar con esa imagen desabrida y artificiosamente azulada de los televisores blanco y negro.

Nunca lo vi a mi viejo sentarse a ver un partido de fútbol, ese domingo iba y venía relojeando el resultado. Cuando Holanda nos empató, mi viejo se puso contento y empezó a despotricar contra los militares, se terminó la farsa, decía, imaginaba que si Argentina perdía el mundial iba a ser más fácil sacarnos de encima a la dictadura. Ma qué farsa ni farsa, decía yo, ¿no ves cómo está jugando Kempes? Me miró y se fue, tuvo clemencia.
Cuando el cabezazo de Nanninga pegó en el palo, se me paró el corazón por unos segundos. Tal como me pasó en todas las finales posteriores que jugó Argentina, hubo un momento en el que no me decidía entre mirar o no mirar. Aunque siempre elegí mirar, claro, sufrir como un jugador más, apoyar el pie izquierdo sobre el derecho, estrujarme los dedos de la mano, apelar a la infinita serie de cábalas que debía atender. Hoy puedo decir con orgullo y con extrema ingenuidad, que algo, por poco que fuera, tuve que ver con los tres mundiales ganados. Nadie me saca de la cabeza que, si yo me hubiera equivocado en alguna postura, en el lugar donde debía sentarme, en el valor al que debía regular el volumen del televisor, el resultado habría sido otro.
Después supe que los goles que hizo Argentina en el tiempo suplementario se gritaron en todo el país, incluso en la ESMA, donde miles de secuestrados por la dictadura, aún sabiendo el destino funesto que les esperaba, pudieron escuchar el griterío que les llegaba desde la cancha de River.
El mundial de fútbol les dio algo de respiro a los militares, no mucho, en diciembre de ese mismo año casi nos vamos a la guerra con Chile, había que mantener vivo el sentimiento patriótico. Nos salvó, al igual que el Pato Fillol en la final, el Papa Juan Pablo II, también sobre la hora.
Aunque parezca un despropósito, ese año 78 Boca ganó su primera copa Intercontinental, la del año 77, contradicciones del fútbol.
Serú Girán sacó aquel año su primer disco, Spinetta, Del Guercio, Molinari y Rodolfo García elucubraban el regreso de Almendra y Pappo ya iba por su Pappo’s Blues volumen 7.
Cortázar publicó ese año “Alguien que anda por ahí”, pero de inmediato fue prohibida su circulación por la dictadura.
Recuerdo de ese tiempo una discusión con nuestra maestra de quinto grado. Estaba indignada porque habían elegido a un gauchito como mascota del mundial, para ella era símbolo de atraso y de un pasado remoto. A nosotros nos parecía simpático. Ahora, a la distancia, pienso en aquella mascota como una prueba más de la resignificación del gaucho que hicieron los unitarios a partir de Lugones. La mascota oficial terminaba siendo una mojada de oreja al peronismo y a los grupos armados. Tanto los montoneros (expresión del más genuino federalismo y de la izquierda peronista) como la dictadura militar, que aplicaba políticas neoliberales, tomaban como símbolo al gaucho. Alguien había entendido mal la historia o bien quería torcerla para el lado que le resultaba más funcional a sus propósitos.
Hablando de Montoneros, ese año iniciaba la famosa contraofensiva, un discurso grabado de Firmenich se metía por el audio de los televisores cada vez que jugaba Argentina. Sin embargo, lo más revolucionario que dejó aquel mundial fue la súplica de Caloi, a través de su personaje Clemente, para que se tiren papelitos en los partidos, contrariando la orden oficial que consistía en mostrar una ciudad limpia y prolija. Tal vez esa pequeña travesura haya sido un indicio de que el miedo iba pasando.
Un periodista holandés, aprovechando que su equipo no jugaba ese día, paseaba por las calles de Buenos Aires. La sorpresa de encontrar una ciudad europea en el medio del desierto lo empujó hacia Plaza de Mayo. Unas mujeres con pañuelo blanco en la cabeza caminaban en ronda, le llamó la atención. Les hizo una nota breve y registró audios de aquellas mujeres que usaban una definición poco escuchada: desaparecidos. A partir de diferentes casualidades, la cinta logró salir del país en la valija de un piloto de avión (eran las únicas que por razones diplomáticas no se revisaban). Poco después, el mundo empezaría a entender aquellos reclamos, la campaña contra la dictadura iniciada desde Europa sería un golpe duro para los militares.