Umma y Jennifer: cuando la vida vale tan poco

Con apenas cuatro días de diferencia fueron asesinadas Jennifer y Umma, en lo más profundo del conurbano. Tenían 13 y 9 años. Umma murió hoy. Mientras el buitrerío intenta apropiarse de su martirio.


Por Silvana Melo

(APe).- Hay nombres de niñas y niños con cruces esparcidos en los rincones más remotos del conurbano. Umma, Jennifer (como Morena hace cinco meses) tendrán altarcitos en ochavas de tierra mientras los lobos esperan a la vuelta de todas las esquinas. El jueves pasado Jennifer, de trece años, intentó buscar ayuda. Cuatro tipos habían entrado con armas para prepear a su padre por cincuenta mil pesos que guardaba en una caja de zapatos. Terminó con un agujero en el pecho en la salida de su casa de ladrillo hueco donde su papá vendía materiales de construcción. No hay bancos en la vida sucedida a golpes de un trabajador solo. Remando en su cemento para poder construir algo propio en medio del ventarrón que es su historia. Anónima. Jennifer murió en una casita de la Matanza profunda, donde la vida está valiendo casi nada. Porque no hay  peso que alcance, porque no hay changa que traiga cena rica y desayuno en las mañanas, porque el hospital está lejos y el lumpenaje suelto con alarde de crimen organizado está peligrosamente cerca. Con armas que se disparan al menor desafío, cargadas como están con años de desastre social y consumos que rompen el cerebro y las venas.

Jennifer dejó su cuerpito como inmolación en este tiempo increíble, desbordado, cuando la vida vale demasiado poco.

Porque apenas cuatro días después cayó Umma. Nueve años. Hija de un custodio de la Ministra de Seguridad de la Nación. Atrapada cuando sus padres huían del robo del auto, con el que iban a una consulta médica. Dicen que eran dos. Al ver que el auto no se detenía dispararon. Una bala entró por la ventanilla y se encontró desesperadamente con la nuca de Umma. Umma, que tenía nueve años. Que salió una mañana de enero en Lomas de Zamora con sus padres. Una mañana hermosa de sol que pintaba para disfrutar. Para ser Umma y tener nueve años y desplegar una alfombra roja en el mundo por donde van a pasar todas las niñas de nueve años del conurbano sur. Para jugar a la escondida con los sueños. Aunque a veces los sueños se esconden para siempre y ya no están más.

Jennifer dejó su cuerpito en la salida de una casita de ladrillo hueco en la Matanza profunda. Umma no soportó más y murió en el Hospital Churruca. Mientras el buitrerío desde arriba se apropiaba de su martirio. Y publicaba en las redes quesos gruyere, símbolos de cuerpos atravesados y desechos por las balas. En una incitación a la muerte indiscriminada, temeraria, venida de cualquier arma, selvas particulares que el poder político busca digitar para que el derrumbe institucional estornude por las redes.

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