Un café con el Ruso Ribolzi


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Esto fue hace mucho tiempo. Y es probable que algunos huecos de la memoria hayan sido rellenados con verdades producto de la imaginación o con mentiras fruto de lo que hubiéramos querido que fuese. ¡Es tan esquivo el recuerdo y tan inverosímil el pasado!

En Argentinos Juniors asomaba un pibe nuevo, un tal Diego Maradona. Algunos le veían futuro. En la previa del cruce contra Boca, su arquero, el “loco” Gatti, tildó a la joven promesa de Argentinos de “gordito”. Dicen que cuando se enteró, Maradona prometió hacerle al menos cuatro goles. El partido terminó cinco a tres favorable a Argentinos con cuatro goles de su joven estrella.

En un reportaje reciente, el árbitro de aquel partido, Juan Carlos Loustau, confesó un hecho curioso del encuentro: cada vez que Maradona tomaba endemoniadamente la pelota en la mitad de la cancha y ciego de venganza enfilaba hacia el arco del “loco” Gatti, el Ruso Ribolzi, volante de creación de Boca, les gritaba a sus propios compañeros casi suplicante: ¡no le peguen, no le peguen!

Buen tipo el Ruso.

La anécdota me hizo acordar de otra más personal. Eran los primeros años de la década del ochenta. Tal vez el ochenta y dos… ochenta y tres. Mi tío, que era dirigente del club Ferro de Olavarría, entró como una tromba en mi casa y le consultó a mi vieja si yo lo podía acompañar a Buenos Aires. Con la autorización ya concedida me confió el motivo del viaje, teníamos que juntarnos a charlar con el Ruso Ribolzi, le hicimos una oferta para venir a jugar, me dijo, nos espera mañana.

A pesar de mis trece o catorce años noté enseguida que las expectativas de mi tío eran por lo menos desmedidas, por no decir disparatadas. El Ruso venía de ganar una copa Libertadores con Boca y la famosa Intercontinental contra el Borussia, ¿cómo imaginarlo jugando en un club del interior?

A la mañana siguiente salimos en auto hacia la Capital, el presidente de la comisión de fútbol conducía, mi tío y otro dirigente más acompañaban, yo hacía las veces de testigo del que presumiblemente iba a ser el momento más importante en la vida del club.

Llegamos y el Ruso nos esperaba, puntual, en la mesa de un café de acuerdo a lo convenido. El presidente de la comisión de fútbol comenzó a desplegar sus argumentos, habló de la idea de conformar un gran equipo que pudiera no sólo ganar el torneo local sino posteriormente llegar al regional y hacer una buena campaña. El Ruso escuchaba con atención, cada tanto incluso interrumpía para consultar algún detalle. La exposición se prolongó por al menos unos cuarenta minutos, una hora. Al Ruso le ofrecían todos los privilegios, podría venir a Olavarría los viernes, si quería, y los domingos a la tarde quedaría libre para volver a su casa si así lo deseaba. Al final de la presentación del proyecto se habló de dinero. No recuerdo los valores. Por otra parte, teniendo en cuenta mi edad, aquellos números no significaban absolutamente nada.

El Ruso asentía y seguía los detalles del proyecto con una gran concentración. Al final agradeció, dijo sentirse honrado de que lo hubieran elegido a él, reconoció el esfuerzo de haber viajado tantos kilómetros, después pidió tiempo para analizarlo, un par de días, dijo. El viernes antes del mediodía me comprometo a llamarlos por teléfono y darles una respuesta.

Nos despedimos con gran cordialidad. Si mal no recuerdo, el Ruso insistió en pagar los cafés y la cocacola que yo había tomado. Estuve a punto de pedirle un autógrafo pero no me animé, para mí era como estar al lado de un prócer, tal vez lo fuera realmente al menos para los hinchas de Boca. Me quedé viéndolo irse, caminando con la misma pachorra con la que jugaba y movía los hilos de aquel famoso equipo del Toto Lorenzo.

Uno de los dirigentes de Ferro, al salir de la reunión, quiso llamar a Olavarría. Tengo un periodista conocido en el diario, decía, esto se tiene que saber, este tipo esta embalado, muchachos. Entre mi tío y el otro lo frenaron, qué cuesta esperar dos días para confirmarlo, argumentaban.

El regreso en auto fue una especie de marcha triunfal, la discusión se trabó en torno a la instancia del torneo regional a la que podría llegar Ferro con semejante equipo. No quiero exagerar pero alguno aventuró la participación en el Torneo Nacional siguiendo el camino que muy poco tiempo atrás había recorrido el recordado equipo de Loma Negra.

El viernes a la mañana, tal como había prometido, el Ruso Ribolzi llamó a la sede del club. Volvió a agradecer respetuosamente y se disculpó por no poder aceptar la propuesta, me hubiera gustado mucho, dicen que dijo. Pero a mi edad ya no estoy seguro de poder responder al cien por cien, ustedes merecen otra cosa.

La frustración ganó de pronto a toda la comisión directiva, la ilusión había durado muy poco. El Ruso, a modo de atenuante, mencionó a dos o tres jugadores que él recomendaba y por los que ofrecía ciertas garantías de calidad futbolística.

A veces me pregunto si la decadencia del fútbol actual no habrá comenzado cuando los dirigentes perdieron la candidez y la ingenuidad que tenían mi tío y sus amigos.

También se perdió la profesionalidad y el respeto, el sentimiento por la camiseta, la esencia del potrero. Aquella mañana, Ribolzi nos estaba dando una lección de humildad, no lo supimos ver. Recién ahora me doy cuenta.

Como dijo Loustau, un tipazo el Ruso.

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