Un volantazo más


Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Y así vamos, a los tumbos, dando volantazos. Pisamos la banquina y queriendo acomodar el rumbo nos pasamos al carril de contramano. Como un borracho que no logra orientar su dirección en línea recta. Somos un sistema de segundo orden en perfecto equilibrio (perdón por la metáfora robada a las ciencias exactas). Alguien me dijo una vez: en la Argentina hay dos fuerzas, ninguna puede imponerse definitivamente sobre la otra, entonces juegan a estorbarse, se impone una transitoriamente y la otra empieza a hacer retranca hasta que logra desestabilizar, y así se van sucediendo los gobiernos, las políticas económicas, así se mantiene ese vaivén irrompible. Ese equilibrio estable es fruto, como hemos sostenido desde esta columna tantas veces, del hecho de que la guerra civil no tuvo un ganador. Mitre se vio obligado a transar con Urquiza cuando todavía no terminada de volver de Pavón.

Pareciera que los dos modelos alternativos en puja no tienen como objetivo construir un país distinto sino dejar todo destruido para hacérsela más difícil al que venga después, sería como poner tachuelas en la banquina opuesta, la del lado de contramano, si nos remitimos a la comparación del principio.

El problema es que a la hora de votar nadie atiende a circunstancias como éstas. La inmensa mayoría de los argentinos decide su voto en función de otras variables por ahí no tan significativas. Es la primera vez en mi vida que escucho que alguien que votó al candidato ganador, tiene miedo de haber metido la pata al día siguiente de haberlo votado. En otros países, cualquiera de esos al que mucha gente querría parecerse o incluso querría irse a vivir, esto no sucede. Es que, en las democracias bien aceitadas, la prensa cumple un rol social que consiste en informar a los ciudadanos, es decir actúa exactamente a la inversa de lo que ocurre acá. De ese modo, los ciudadanos tienen más elementos de juicio para decidir. No quiero decir con esto que los medios de otros países no tengan una visión sesgada o no quieran incidir en la decisión de los votantes, digo que están más distribuidos, más repartidos, los medios tienen posturas enfrentadas, pero todas las posturas son representadas. En la Argentina, los medios hegemónicos no sólo lo son porque tienen un dominio casi absoluto del mercado sino porque, además, coinciden en los intereses que defienden.

Como se dijo muchas veces, los que deciden una elección son los que van por la famosa avenida del medio. Avenida que, si bien existe en otros países, no es tan ancha como aquí. ¿Qué sería la avenida del medio? Sería un sector de la población que vota sin un sostén ideológico, sin ser orgánico a ningún partido político, sin analizar a fondo las consecuencias de su voto y sin estar lo suficientemente informado. Es decir, el que toma la avenida del medio tanto vota a Cristina Kirchner en una elección como a Bullrich en otra, tanto puede votar un día a Milei como podría votar al Partido Obrero en cualquier otra ocasión, o vota a Macri porque anduvo bien como presidente de Boca. Digamos que se manejan con cierto exceso de pragmatismo por decirlo en términos moderados.

Hay un concepto que he escuchado en infinidad de oportunidades recientemente y es posible que tenga incidencia a la hora de elegir un candidato: ¿cómo puede ser que en un país con la riqueza que tiene el nuestro no podamos vivir mejor? Quiero decir, todos estamos convencidos de que podríamos elevar significativamente nuestro estándar de vida. Es natural que pensemos de ese modo porque así nos educó nuestra maestra de tercer grado. Lamentablemente tengo que contradecirla. Ya no somos un país rico, de ninguna manera lo somos. La riqueza de los países se mide en términos de producción, en términos de PBI per cápita, y, de acuerdo con ese indicador, ya ni siquiera tenemos la supremacía que históricamente tuvimos en Latinoamérica. La riqueza de los países ya no radica en tener amplias zonas cultivables, la riqueza de los países se mide en virtud de la capacidad industrial, en función de la capacidad de producir conocimiento. Ergo, somos un país pobre. Y la única manera de dejar de serlo es desarrollándonos científica e industrialmente. Milei eligió como uno de los caballitos de batalla de su campaña el ataque a los científicos del CONICET: no podíamos empezar peor.

Lamentablemente se confirmó la profecía de Juan Bautista Alberdi: La Pampa, ese maravilloso regalo de la naturaleza, esa bendición que dios nos dio, nos terminaría sumergiendo en el atraso en tanto nos ofreció ganancia fácil y sin riesgo, inmediata y sin esfuerzo y, como consecuencia, inhibió otras actividades económicas que a largo plazo hubieran sido más rentables.

Es viernes cuando escribo estas líneas y de aquí al domingo, cuando se publiquen, pueden haber pasado cosas que me hagan cambiar las ideas. Así de voraz es la dinámica de cualquier habitante de este bendito país. Mientras tanto Milei sigue repitiendo, como un alumno aplicado, la lección que aprendió en la UADE y leyó en el manualcito de Friedman.

Algunos hicieron el ejercicio de buscar en los archivos el plan económico de Martínez de Hoz cuando Videla lo puso al frente del ministerio de economía. Idéntico, palabra más, palabra menos. La pregunta que todos nos hacemos es, si Martínez de Hoz no pudo imponer su plan a fuerza de garrotazos, con el Congreso cerrado y con la actividad sindical prohibida, ¿podrá hacerlo Milei en condiciones totalmente opuestas? Claro que la sociedad actual no es la misma que la de los años setenta, cuando resistir era una actitud de buen gusto.

Otra conclusión interesante que se desprende de los resultados del domingo pasado es la nula capacidad de la dirigencia radical para conducir a sus bases. Antes de las elecciones se escucharon voces de supuestos “referentes históricos” del radicalismo afirmando que un radical no podía bajo ningún punto de vista votar por un candidato como Milei. La respuesta de las bases fue contundente, todos votaron por Milei, los números son muy claros en eso. Ni siquiera se inclinaron por el voto en blanco, que llamativamente fue mucho menor al esperado. ¿A quiénes responden entonces los afiliados al radicalismo? Creo que está claro. De cualquier manera, esas declaraciones cuestionando a Milei no fueron muy atinadas, ¿por qué sería tan aberrante votar a Milei si hasta la semana pasada me pedías que votara a Bullrich?

Del otro lado, en cambio, la obediencia fue absoluta, incondicional, porque… hay que ser obediente para votar a Massa calladito la boca.

En nuestra ciudad, el resultado fue realmente contundente. ¿Qué lectura puede hacerse a partir de estos números? La ciudad del trabajo, una sociedad compuesta por mayoría de trabajadores de la industria, ya sea directa o indirectamente, con un parque industrial que creció abruptamente durante las dos primeras décadas del siglo. Sin embargo, una ciudad que no vota como el sector más industrial del país. Una ciudad que vota como si todos fuéramos terratenientes. Es raro.

“No hay ciudad más careta que Olavarría”, me dijo un amigo que se niega a dejar atrás su etapa de bohemio. Algo de razón tal vez tenga.

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