El inexplicable modo de gozar de los argentinos


Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Argentina es el único país del mundo en el que los goles, en el fútbol, no se festejan. Por el contrario, se escupen, los goles autorizan las agresiones, se enrostran en la cara del rival, se acompañan de insultos y de amenazas, sirven para mostrarle al que está en la tribuna de enfrente que se es más macho. Ahí tenés, tomá, y de inmediato viene la descalificación, la definición prejuiciosa por una supuesta inclinación sexual, por el origen o el color de piel, por la nacionalidad o la religión.

Y así andamos por la vida, ganándonos fama de soberbios y de pedantes. Fuimos al mundial de Brasil, hace unos años, con una especie de himno que no pretendía alentar al equipo, no buscaba mostrar nuestras virtudes, intentaba en cambio, molestar al anfitrión, sobrarlo, humillar a su ídolo, demostrar una supuesta superioridad.

Es absolutamente razonable y hasta loable la reacción de los jugadores afrodescendientes de Francia contra los festejos del equipo argentino después de la final de la Copa América. Una vez más, a nosotros, los cancheritos, nos han dado una lección que, espero, aprendamos.

Deportes populares como el fútbol suelen despertar sentimientos que la sociedad mantiene entumecidos, y que se despabilan cuando el éxtasis de un triunfo nos desborda. Enzo Fernández no es más que el detonante de una pulsión que estaba latente, la cara visible que el azar de los jueguitos en redes sociales puso en evidencia. Detrás del hecho puntal de un video que se vuelve viral por internet se observa, agazapada, a toda una sociedad que aún no ha aprendido a dominar sus ínfulas racistas, sus concepciones patrioteras y xenófobas, su machismo de tanguero compadrón de esquina y farolito. Es un gesto de nobleza pedir disculpas, reconocer el desatino. Entiendo además que es sincero el arrepentimiento del jugador. Pero no alcanza.

No está para nada la sociedad europea exenta de responsabilidad en ese rechazo por el que viene de lejos con la piel de otro color. Por cada Dembelé hay miles de senegaleses que son expulsados del paraíso parisino, que se arrastran por las calles buscando alimento, que son apaleados por la policía por el solo hecho de existir.

Fueron pocos, tanto en Europa como en nuestro país, los que destacaron el mensaje de Mbappé cuando suplicaba no votar por la extrema derecha en las elecciones francesas. Por el contrario, aquí se alaba la neutralidad política de nuestros ídolos, muchos de los cuales, lamentablemente, no estuvieron a la altura de las lecciones del maestro Sabella.

Ahora, más que nunca, ¡vamos argentinos! La verdadera grandeza se muestra de otro modo, la verdadera grandeza es la que se sostiene en la humildad y en la consideración por el otro, no nos dejemos llevar por bravucones que chorrean mediocridad por los poros.

Nunca quisimos aceptar nuestro destino latinoamericano, tampoco comulgamos con inmigrantes que cruzan las fronteras empujados por el hambre. Entendamos que ya no pertenecemos a aquel paraíso del que escaparon nuestros abuelos.

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