Acostarse con asesinos

Escribe: Carlos Verucchi.


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Esta semana se cumplen cien años de un hecho histórico muy particular, rescatado del olvido por el trabajo de investigación y la pluma de Osvaldo Bayer. Inmediatamente después de la masacre liderada por el teniente coronel Varela sobre los obreros de las estancias patagónicas ―avanzada que terminó con 1500 fusilados―, los soldados de aquel batallón del Ejército Argentino buscaron atenuar los efectos de aquella agotadora misión ―a tantos kilómetros de Buenos Aires― disfrutando de una noche de prostíbulo.

Grande fue la sorpresa y la frustración que sintieron los soldados cuando comprendieron que las cinco trabajadoras sexuales del prostíbulo La Catalana, regenteado por Paulina Rovira, decidieron no acostarse con el grupo de militares fusiladores. Al grito de “¡nunca nos acostaremos con asesinos!”, Consuelo García, Ángela Fortunato, Amalia Rodríguez, María Juliache y Maud Foster, además de Paulina, se resistieron a escobazos.

Recuerdo que hace unos años Osvaldo Bayer estuvo en Olavarría invitado por la Facultad de Ciencias Sociales de la UNICEN. A la noche de ese mismo día ofreció una charla en el Centro Vasco. En un momento dado, uno de los asistentes a la charla le pidió que contara la historia de las putas de San Julián. Bayer, turbado por la modestia, respondió que había contado ya muchas veces aquel episodio. Sin embargo, el impertinente inquisidor explicó que de todas maneras valía la pena volver a escuchar aquella historia. Y tuvo razón, porque al cabo de unos minutos todo el auditorio mostraba signos de conmoción ante el heroísmo de aquellas mujeres, mujeres que en definitiva estaban siéndoles files a sus clientes habituales, esos obreros que después de trabajar durante la semana catorce horas por día se permitían los domingos un breve y tímido desahogo en el alcohol barato y en ese amor prostibulario, clandestino y mentiroso.

Lógicamente, las cinco mujeres fueron brutalmente reprimidas en su osadía. De todos modos, nada les hizo cambiar su parecer. Su firme determinación se mantuvo como estéril consuelo ante uno de los más sangrientos episodios de violencia contra trabajadores en nuestro país.

En estos días se cumple un siglo de aquella gesta rebelde. Las trabajadoras sexuales y la Comisión Putas de San Julián, integrada por organizaciones colectivas patagónicas feministas y artísticas y diversos espacios de activismo LGBTIQ+ y de memoria por las huelgas patagónicas, les rinden homenaje a través de diferentes actos recordatorios y artísticos.

En tiempos en los que las mujeres encarnan la resistencia contra el sistema, señalan el camino, promueven la lucha por reivindicaciones demoradas durante años, no cabe menos que recordar aquel suceso tan lejano, en el tiempo y en la geografía.

Tal como hemos sostenido en otras oportunidades desde esta columna, pareciera que el único género literario destinado a perdurar es el de la épica. No habría literatura sin épica. La literatura surge como respuesta a la necesidad de que sucesos como el que acabamos de recordar subsistan en la memoria de los pueblos, trasciendan, recorran la historia a través de sucesivas generaciones, para que el olvido no nos traicione, no nos robe esa cuota de dignidad que cada tanto nos justifica y nos redime.

A veces esa épica surge del lugar menos pensado.

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