Cerca de la revolución

Escribe Carlos Verucchi.


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Laura Alcoba nació en Cuba en 1968. Sus padres, militantes de la resistencia peronista, habían viajado a la isla para recibir entrenamiento militar. Es que Onganía amagaba con quedarse en el poder indefinidamente y los sectores más ansiosos por repatriar a Perón ―para que instaurara la patria socialista― se preparaban para la guerrilla. Claro que en el documento de Laura Alcoba no figura La Habana como lugar de nacimiento sino La Plata, donde se instalaron sus padres luego de su capacitación militar en Cuba.

Algunos años después los padres de Laura confluyeron, como tantos grupos de la izquierda peronista, en la organización Montoneros. La conducción de la organización les había asignado la tarea de imprimir y repartir en La Plata el periódico “Evita Montonera”. Después de la ruptura con el líder, la organización pasó a la clandestinidad, fue por esos años cuando Laura comenzó a tener eso que llaman uso de razón, y que no es otra cosa que la capacidad que aprendemos a desarrollar de niños para registrar y recordar cosas, circunstancias.

Por esos años la Triple A comenzaba su arremetida, López Rega era amo y señor en el gobierno de Isabel y Laura, con su familia, tuvo que irse a vivir a las afueras de La Plata, a una casa en la que funcionaba un criadero de conejos a modo de coartada y en la que en un sótano, perfectamente disimulado por paredes dobles y pasadizos secretos, se imprimía esa hojita semanal con la que la organización pretendía encender la mecha que los aproximara a la revolución.

Laura se habituó a esa dinámica, la cambiaban de colegio con frecuencia o directamente pasaba largos períodos sin ir a clases, no conocía su verdadero apellido ni podía contar dónde quedaba su casa, convivía con extraños y presenciaba reuniones clandestinas en las que se decidían las estrategias a seguir para reclutar nuevos guerrilleros, para dominar tal o cual barrio: “Mi padre y mi madre esconden ahí arriba periódicos y armas, pero yo no debo decir nada. La gente no sabe que a nosotros, sólo a nosotros, nos han forzado a entrar en guerra. No lo entenderían. No por el momento, al menos”.

Poco antes del golpe, circunstancia que terminó salvándole la vida, el padre de Laura cayó detenido. Su madre, también perseguida por las fuerzas de seguridad, se sintió acorralada. Laura visitaba cada tanto a su padre en la cárcel acompañada por sus abuelos. En el año 77 la madre de Laura logró salir clandestinamente del país, se instaló en Francia. Laura tenía 10 años cuando pudo al fin viajar a París y reencontrarse con su madre.

En París estudió letras, inició una carrera literaria. Escribió las novelas La casa de los conejos (publicada originalmente en francés y traducida al español por Leopoldo Brizuela, Edhasa, 2008), Jardín blanco (Edhasa, 2010), Los pasajeros del Anna C. (Edhasa, 2012) y El azul de las abejas (2015), las cuatro fueron publicadas originalmente en francés por Gallimard, al igual que La danza de la araña, novela por la que recibió el Premio Marcel Pagnol 2017.

En La casa de los conejos, la autora recrea aquellos años de clandestinidad prematura, años en los que a pesar de las circunstancias tan particulares que le tocaron vivir, conservaban un resquicio por el que la inocencia pudo aflorar, y las travesuras y sueños fueron las de cualquier chico o chica, aunque la fantasía de tener ese vestido sensual que lucía la vecina, o los zapatos de moda, contradijeran el espíritu de ese hombre nuevo por el que sus padres estaban dispuestos a morir.

“La casa de los conejos” puede leerse como una novela de suspenso o de espionaje. También refleja, de algún modo, una parte importante de nuestra historia reciente enfocada desde la niñez. Pero por sobre todas las cosas, la novela de Laura Alcoba es una muestra contundente de las grandes contradicciones que debieron afrontar aquellos jóvenes idealistas de los años setenta cuando aspiraron a construir un mundo mejor.

Los textos de Laura Alcoba son valiosos no sólo por su calidad literaria, lo son, sobre todo, por dejar un testimonio, en primera persona ―aunque esa primera persona corresponda a una personita de siete años― de aquellos convulsionados años en los que la revolución quedaba a la vuelta de la esquina.

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