Contraataque suicida


Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Ante el terror impuesto por la dictadura militar inmediatamente después del golpe del 76, las distintas organizaciones guerrilleras que operaban en nuestro país se desmembraron casi por completo. La organización Montoneros estableció su base operativa en la ciudad de México y desde ahí sus líderes intentaron auxiliar y supervisar la salida del país y posterior exilio de los cuadros políticos y militares.

Dejaron pasar un par de años para que la situación se aquietara y emprendieron el famoso plan conocido como Contraofensiva. Durante el mundial del 78 enviaron a Buenos Aires a uno de sus militantes con dos objetivos: interferir las transmisiones de la televisión durante los partidos de Argentina y sondear el estado de ánimo de la población. En buena parte de la ciudad de Buenos Aires y del conurbano, durante el partido de Argentina con Francia, por ejemplo, el audio de la televisión fue interferido y en lugar del relato habitual se escuchó un discurso de Mario Firmenich, jefe de Montoneros, en el que exhortaba al pueblo a que continúe la lucha contra el gobierno de facto.

Regresado a México, el enviado de Firmenich se mostró escéptico en relación a la predisposición para la lucha que había observado en la población. Fue claro y explícito, enviar guerrilleros a la Argentina sería suicida.

La cúpula de la organización, integrada además de Firmenich por Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja, en base a informes de otros enviados y dando muestras de una audacia temeraria, decidió poner en marcha el plan.

Cientos de guerrilleros entrarían al país por distintos puntos y se ocuparían de reclutar a militantes dispersos, establecer alianzas con sindicatos y políticos y organizar pequeñas células de combate.

Mientras se iniciaba la operación, el ejército descubrió, por azar, una importante cantidad de armas escondidas en muebles que habían sido dejados en custodia en un depósito del Gran Buenos Aires. La estrategia para ingresar armas al país había quedado al descubierto, en unos pocos días, los servicios de inteligencia interceptaron prácticamente todas las partidas, era fácil, había que detectar envíos de muebles desde el exterior, puestos en depósitos con pago por adelantado del alquiler por seis meses.

Aquí viene la gran disyuntiva que se plantea el periodista Marcelo Larraquy en “Fuimos soldados”, ensayo publicado originalmente en 2006 y reeditado recientemente por editorial Sudamericana: ¿Sabía la cúpula de la organización que los envíos de armas habían sido descubiertos? La pregunta no es trivial, ya que si en efecto eran consientes de esta circunstancia y de todos modos continuaron con el plan original de la contraofensiva, habrían enviado irresponsablemente a sus mejores cuadros militares directamente a una muerte segura.

En realidad, irresponsablemente sería en el mejor de los casos, las investigaciones de Larraquy dejan entrever la posibilidad de que más que un acto de irresponsabilidad se haya tratado de una entrega pactada con el Proceso Militar con el fin de aniquilar lo que quedaba de la organización.

Sólo una, de todas las guerrilleras y todos los guerrilleros que ingresaron al país durante la denominada contraofensiva, salvó su vida. Una vez liberada, ya en democracia, formó pareja con un agente de inteligencia del batallón de inteligencia 611 del Ejército, originando sospechas respecto a las razones por las cuales fue liberada y sobre su participación en la detección de montoneros que ingresaban al país por la frontera norte.

Si bien el ensayo de Larraquy no ofrece una respuesta definitiva a estos interrogantes, aporta nuevos datos y puntos de vista respecto a una de las etapas más violentas y trágicas de nuestra historia.

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