Derribando mitos: Argentina, un país rico


Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Siguiendo con este fútil intento de derribar mitos, o al menos ponerlos en duda para no dejarnos llevar por conceptos preestablecidos y lugares comunes, intentaremos hoy contradecir una de las aseveraciones más escuchadas en nuestro país. ¿Cuántas veces hemos oído decir que cómo un país rico como el nuestro puede andar saltando permanentemente de crisis en crisis?

¿Qué sería ser un país rico? En Argentina se ha instalado la idea de que nuestro país es rico en tanto tiene una importante capacidad para producir alimentos, tiene recursos naturales en abundancia y una población altamente capacitada.

Los economistas, sin embargo, utilizan otros indicadores, como por ejemplo el PBI per cápita, para decidir el nivel de riqueza de una nación y la calidad de vida de sus habitantes. En este sentido, Argentina, hace tiempo ha perdido la ventaja comparativa que ostentaba al menos dentro del contexto de países latinoamericanos y se mantiene alejada, en términos de PBI, de los países considerados del primer mundo.

Nuestra supuesta capacidad para producir alimentos ha ido en franca decadencia. Actualmente nos vemos en la obligación de compartir la ganancia que ofrecen las extensas llanuras fértiles con las empresas multinacionales que fabrican los fertilizantes, la maquinaria para la siembra y la cosecha y las que desarrollan mediante procedimientos de ingeniería genética las semillas que se siembran. De este modo, empresas del primer mundo se quedan con buena parte de la ganancia de cada hectárea a través de procedimientos indirectos. Con una buena cosecha nos salvamos, se decía antes, ahora yo pondría en dudas esa afirmación. Tal como hemos afirmado en reiteradas oportunidades en esta columna, y a riesgo de ser redundantes, traemos a colación la famosa predicción de Alberdi (aprovechando, además, que está de moda), quien hace más de ciento cincuenta años había entendido que la Pampa, lejos de ser nuestro maná, terminaría por inhibir (en virtud de su ganancia inmediata y fácil) prácticas económicas más sofisticadas y ventajosas a largo plazo como por ejemplo la actividad industrial.

Si bien recientemente se han hecho intentos más que significativos por romper esta lógica, como, por ejemplo, el impulso de desarrollos estratégicos como la industria satelital, la producción de reactores nucleares, entre otras, las permanentes oscilaciones en la política económica adoptadas por los gobiernos que se van sucediendo, interrumpen estas iniciativas y las obstaculizan, impiden que terminen de consolidarse.

En relación a los recursos naturales que ofrece nuestro territorio, sucede algo similar. Nos mantenemos presos de una eterna disyuntiva: explotar esos recursos por medio del estado o bien ofrecerlos (a veces en condiciones extremadamente generosas) a multinacionales que hipotéticamente poseen más recursos para su explotación pero que lógicamente se quedan con grandes ganancias.

Finalmente, en lo que se refiere al grado de especialización de los argentinos, podríamos afirmar, si nos permiten la metáfora, que algunos países vecinos, potenciales competidores, han logrado torcerle el brazo a nuestra famosa Reforma Universitaria.

Durante muchas décadas, la universidad argentina, sostenida por los pilares de la Reforma, garantizaba una ventaja competitiva al menos en el marco de los países latinoamericanos. Hoy por hoy, el porcentaje de habitantes con título universitario o terciario de nuestro país resulta significativamente menor al de Chile y se mantiene próximo al de países como Brasil o México (datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE, 2021). La formación universitaria en áreas decisivas para el desarrollo está en nuestro país muy por debajo de lo deseado. En Argentina hay un ingeniero cada 8.600 habitantes, mientras que, en Brasil, competidor inmediato, hay un ingeniero cada 4.000 habitantes. Mucho más lejos estamos por supuesto de países como Alemania donde la cantidad de ingenieros es de uno cada 2.000 habitantes (datos del Centro Argentino de Ingenieros).

Lamento decirlo, no somos un país rico. Para serlo tendríamos que apostar a la educación y al desarrollo científico, promover con políticas impulsadas desde el estado el desarrollo tecnológico en áreas en las que poseemos ventajas comparativas, incrementar la exportación de productos con alto valor agregado.

Nos vemos la próxima.

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