Derribando mitos: papeles arrojados a la calle

Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Estimados lectores de esta persistente y obstinada columna dominguera, nos permitimos iniciar hoy una nueva sub sección que titularemos “derribando mitos”, aunque también podríamos llamarla, si me permiten, y dejándonos llevar por un atrevimiento temerario, “avivando giles”, o “desasnando al otario”, incluso, “enderezando atolondrados”.


Comenzaremos hoy con el mito del papelito de caramelo arrojado en la vía pública. Muchas veces usted, estimado lector o estimada lectora, habrá oído la famosa anécdota del ciudadano argentino que caminaba por las calles de Ámsterdam (póngale si prefiere Zúrich o Londres, ya que para el caso es lo mismo) y después de llevarse una menthoplus de cereza a la boca, deja caer, como al descuido, el envoltorio del caramelo en la vereda. Para su desgracia, detrás de él camina un ciudadano nativo que, sorprendido por lo que acaba de observar y, no pudiendo concebir que se trata de una acción consciente y premeditada, supone que se trata de la caída por error de un papel que conlleva cierta importancia. En un gesto de civilidad realmente conmovedor, el nativo se acerca al turista argentino, recoge el papel olvidado en la acera no sin algo de esfuerzo debido a los caprichos de la brisa, y se lo ofrece al descuidado argento diciéndole (nunca me quedó claro en qué idioma se comunica, pero pongamos que fuera en un inglés neutro) algo así como: señor, se le ha caído esto.


Entonces el argentino, que acostumbrado a caminar por las calles de la Matanza sabe que si alguien se le acerca no puede ser por otra razón que para robarle, primero se asusta, después se sorprende y finalmente comprende lo que acaba de suceder y, sonrojándose, guarda el papelito en el bolsillo para volver a tirarlo a la vuelta de la esquina.


Pero claro, cuando vuelve a su país y se desvive por desasnar a sus compatriotas respecto a cómo funciona el primer mundo, y luego de contar, con el tonito de superioridad que se permite por haber cruzado el charco, que en Europa los conductores de vehículos dejan pasar a los peatones, que hasta los gerentes de las grandes empresas van a trabajar en bicicleta y otros prodigios de la modernidad, narra el episodio del papelito con la misma cara de fascinación que tendría si hubiera visto a Moisés cruzar el mar Rojo.


Nuestro personaje de hoy, a partir de aquel viaje, se cree que el destino le ha encomendado una función vital para salvar al mundo de la contaminación ambiental y se aplica con denuedo a la prédica de transmitir su anecdotario a cuanto pobre infeliz se le cruce por el camino, haya o no, tirado un papel o un atado de cigarrillos vacío a la calle.


Lo que nuestro personaje y a esta altura ya querido amigo no entiende, es que los suizos, o los habitantes de muchas ciudades del primer mundo ya han resuelto sus problemas básicos, no tienen las preocupaciones que tenemos diariamente los habitantes de estas latitudes, han olvidado, hace ya mucho tiempo, lo que significa vivir en la incertidumbre del día a día y pueden, por lo tanto, demostrar sus cualidades de excelentes ciudadanos contribuyendo a la limpieza de las calles de sus ciudades.


El argentino, en cambio, como tantos otros habitantes de países latinoamericanos y otras regiones atrasadas, debería estar preocupado no tanto por el papelito que ensucia la vereda y afea la estética de los barrios, sino por los niños y niñas que también están literalmente tirados y tiradas en la calle. Es más, si en ese contexto alguien se preocupara por mantener las calles limpias más que por evitar niveles de desigualdad tan obscenos como los que se ven, sería, más que un buen ciudadano, un desaprensivo y un cínico, un apático y un tremendo…


Así que, estimado lector, si bien no estamos reivindicando desde acá a los que ensucian las calles intencionalmente ni pretendemos hacer apología del tirar papeles de caramelo a la calle, relájese y no se haga malasangre si ve que alguien deja caer el envoltorio de un guaymallén disimuladamente al costado del cordón de la avenida. Más útil sería que hiciera algo por los desahuciados, por los excluidos del sistema, por los arrojados a la vía pública con hambre y frío. No sé, algo, al menos votar con consideración por el otro.


Nos vemos la próxima.

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