El mecanismo perfecto de la novela
Escribe: Carlos Verucchi.
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Muy pocos ingenieros se han dedicado a la literatura. En su mayoría, los escritores actuales son licenciados en letras. También hay muchos psicólogos que escriben, abogados, licenciados en sociología, historiadores. Claro que están además los escritores a secas, esos que respondieron solo a la vocación más fuerte que sintieron. Suelen ser los mejores, al menos si pensamos en Borges, Arlt, Cortázar o Alejandra Pizarnik.
Sin embargo es muy raro hallar ingenieros que escriban. Robert Musil puede ser la excepción. El austríaco era ingeniero mecánico y llegó a diseñar una válvula automática que abría por acción de la fuerza centrífuga ―además de publicar “El hombre sin atributos”, claro está. Wikipedia dice que Primo Levi era ingeniero químico, aunque si tomamos en cuenta las definiciones actuales, más bien fue un licenciado en química, si quieren con orientación hacia aplicaciones industriales. Dostoievski era ingeniero militar, habría que ver a qué le llamaban ingeniero militar en 1837. Un amigo mío diría que no me olvide del autor de “El hombre mediocre”, pero eso sería hacer trampas.
Carlos Busqued era un gran escritor y un buen ingeniero mecánico, y lamentablemente nos dejó hace unos días. Llegó a dar clases en la Universidad Tecnológica Nacional hasta que se inclinó definitivamente por el periodismo y las letras. Escribió una única novela, y no necesitó más para hacerse un lugar en el mundo de las letras argentinas.
“Bajo este sol tremendo” fue publicada en 2009 por la editorial española Anagrama. Había sido finalista del Premio Herralde en 2008, luego fue traducida al inglés, italiano, francés y alemán. Más tarde, en 2017, fue llevada al cine por Adrián Caetano bajo el título de “El otro hermano”.
La novela de Busqued es de esas que no le conceden respiro al lector. De esas que pretenden noquearlo en el primer round. Con un estilo directo, simple en apariencia, frontal, que no se detiene en juicios morales ni aspira a la pulcritud estilística, el autor nos arrastra en una aventura que para la segunda página del libro ya resulta imposible de dejar. Como un sonámbulo, el lector es empujado por un plano inclinado que sin tregua ni consideración lo arrojará sobre un ambiente de sordidez, violencia, drogas y negocios turbios.
Cetarti se traslada a Lapachito, pequeña ciudad del Chaco, para encontrarse con los cadáveres de su madre y de su hermano —asesinados por la pareja de su madre, quien luego se pegaría un tiro con la misma escopeta.
Allí entabla relación con Duarte, un oscuro personaje que le propone falsificar unos papeles para cobrar un seguro de vida por sus familiares muertos. Cetarti, más por desidia que por interés genuino, se deja conducir dócilmente por confusos vericuetos legales con la esperanza de hacerse de unos pesos, fantaseando con la idea de encerrase por un buen tiempo en su casa a fumar marihuana y mirar documentales de peces exóticos en televisión. Tal vez uno de los méritos más destacados de la novela sea el modo en que el autor va convirtiendo lentamente a Cetarti, de ser minúsculo y repulsivo a paradigma del aventurero romántico.
Una circunstancia fortuita cambiará para siempre el destino de ese puñado de personajes que deambulan por una llanura azotada por ese sol tremendo que nunca da tregua. Como buen ingeniero mecánico, el autor hace resbalar sutilmente el pestillo que dispara un mecanismo bien aceitado. Las piezas se acomodan con facilidad y elegancia para darle a la novela el cierre perfecto.
Ahora ya no podremos seguir esperando una segunda novela de Busqued. Subía tranquilamente las escaleras, en su casa del barrio de San Cristóbal, en la ciudad de Buenos Aires, cuando su corazón decidió bajarse del caballo, soltarle la mano como quien dice. Tenía cincuenta años y había nacido en el Chaco.
Como ocurre con demasiada frecuencia, necesitó morirse para que un amplio sector del ambiente literario nacional reconociera su talento, inundara las redes con lamentos tardíos y estériles. Tan estériles como este que comparto con ustedes.
Cuando supe de su muerte sentí la tentación de recorrer nuevamente las páginas de “Bajo este sol tremendo”. Cierta nostalgia me empujó a escribir esta reseña. Más que un homenaje póstumo, la repetida lectura de Busqued se convirtió en una reconfortante práctica del hedonismo.
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