Empanadas

Escribe: Arq. Jorge Hugo Figueroa.


Por: Arq. Jorge Hugo Figueroa.

Tiempo de lectura estimado:   2:43 minutos

Las vigas de acero se elevan en la construcción como alargadas arañas que trepan por delgados hilos. El ruido de las máquinas ahoga las voces de los hombres que trabajan allí.

Cubiertos de tierra; palean la arena, charlan esforzadamente a la par que realizan su trabajo. Los ladrillos pasan por varios formando la pila en un lugar más elevado.

Los cuerpos sudorosos derraman gotas; propio de cualquier objeto que experimenta el cambio de temperatura al ser sacado de la heladera. Las fetas de jamón parecen recién bañadas.

 Soledad prepara empanadas para su esposo.  Lo que pasa es que hoy es sábado y sinceramente cree que se lo merece. Cuando vuelva del trabajo recibirá una sorpresa.

Los pies firmes sobre el andamio de las alturas sostienen el cuerpo rígido por los músculos en tensión que sueldan barras de acero. Carlos, como todos, ha perdido el vértigo. A veces algo falla. De pronto se balancea y cae. Como un ave que muere en el vuelo, se precipita en espiral velozmente hacia el suelo. Sólo se oye un grito… ¡Juan!, el martillo entre los pelos y los huesos de su cabeza en una salpicada de sangre. Su mirada se pierde en, quien sabe que pensamiento. ¿En que pensará el ser en el último momento de su vida? “Empanadas, seguro que Soledad las debía estar haciendo”.

Sus palabras y su café se derraman sin remedio en la arena. Una ambulancia lo carga y lo lleva hacia el hospital; sus ruedas giran, y gira el rodilla sobre la masa que, cada vez se extiende más y más sobre la mesada blanca en harina. Las manos firmes de Soledad lo impulsan y lo  comprimen. Ya falta poco.

El filo se hunde trazando rectas, moviéndose con cuidado. Las empanadas deben ser iguales. Una y otra vez los cortes se amplían y las costuras se tensan, la sangre se derrama, pero, aún vive. Su corazón pronto se detendrá y él lo sabe, sabe que muere.

El tiempo transcurre y Juan no vuelve. Soledad vigila el reloj y las empanadas en el horno, que casi están listas. El aroma es exquisito y la casa rebalsa de él.

Carlos se va de la obra. Sus ojos se ensartan en el suelo y sus manos cuelgan a los costados de su cuerpo.

Alguien golpea a su puerta; ya pasaron seis horas desde que las empanadas están hechas. Tras éstas se suelen esconder noticias tristes, las que nadie quiere. Soledad la abre temblorosa y su vista cambia la expresión del rostro agotado que la observa.

Juan, ¿Qué te pasó? Ya empezaba a preocuparme.

Las empanadas esperan volver al calor. El espera volver a la vida. Un hombre se aleja de la luz y cierra por fin la puerta que no ve.

Arq. Jorge Hugo Figueroa.


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