Joaquín y Ana
El 26 de julio es una fecha especial; se celebra el Día de los Abuelos en Argentina y otros países del mundo. Esta celebración tiene motivos religiosos ya que, la Iglesia Católica conmemora a San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María y, por lo tanto, abuelos de Jesús. Ambos santos, llamados «patronos de los abuelos», fueron los encargados de educar en el camino de la fe a María.
Al mismo tiempo, en relación a estos santos, el domingo 28 de julio de 2024 se celebrará la IV Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores. El tema elegido por el Santo Padre, “En la vejez no me abandones” del Salmo 71,9, pretende subrayar cómo la soledad es, lamentablemente, la amarga compañera en la vida de tantos mayores que, a menudo, son víctimas de la cultura del descarte. Así reflexiona entre otros conceptos: “Queridos hermanos y hermanas: Dios nunca abandona a sus hijos. Ni siquiera cuando la edad avanza y las fuerzas flaquean, cuando aparecen las canas y el estatus social decae, cuando la vida se vuelve menos productiva y corre el peligro de parecernos inútil. Él no se fija en las apariencias (cf. 1 S 16,7) y no desdeña elegir a aquellos que para muchos resultan irrelevantes. No descarta ninguna piedra, al contrario, las más “viejas” son la base segura sobre las que se pueden apoyar las piedras “nuevas” para construir todas juntas el edificio espiritual (cf. 1 P 2,5).
Son muchas las ocasiones en que el papa Francisco presenta la importancia de los abuelos en la sociedad y sobre todo en la familia. “Los ancianos saben ver más allá y tienen muchas cosas que enseñarnos», Nos hace bien crecer juntos, al decir esto, pienso en los ancianos y en los abuelos, «que han realizado ya un largo trecho en el camino de la vida y, al volver la vista atrás, ven tantas cosas hermosas que han conseguido, pero también derrotas, errores, incluso algunas cosas que —como se suele decir— “si volviera atrás no repetiría”, también nuestra vida es así, hermanos y hermanas: venimos a este mundo en la pequeñez, nos convertimos en adultos, después en ancianos; al principio somos una pequeña semilla, después nos nutrimos de esperanzas. Realizamos proyectos y sueños, el más hermoso de los cuales es llegar a ser como un árbol, que no vive para sí mismo, sino para dar sombra a quienes desea y ofrecer un espacio a lo que quieren construir allí un nido. (…) Pienso en los abuelos, hermosos como estos árboles frondosos, bajo los cuales los hijos y los nietos realizan sus propios “nidos”, aprenden el clima de familia y experimentan la ternura de un abrazo. Se trata de crecer juntos. En este intercambio fecundo aprendemos la belleza de la vida, construimos una sociedad fraterna, y en la Iglesia permitimos el encuentro y el diálogo entre la tradición y las novedades del Espíritu”. Por favor, mezclémonos, crezcamos juntos». «Gracias a una caricia suya hemos vuelto a levantarnos, hemos reanudado el camino, nos henos sentido amados, sanados por dentro. Ellos se han sacrificado por nosotros y nosotros no podemos sacarlos de la agenda de nuestras prioridades».
(*) Angélica Diez, Misionera de la Inmaculada Padre Kolbe, Olavarría.