La Jornada Mundial del Enfermo cumple 30 años
La Jornada Mundial del Enfermo, se celebra el 11 de febrero. Fue instituida el 13 de mayo de 1992 por el papa San Juan Pablo II. Este año se cumplen 30 años.
Este viernes 11 de febrero se celebra la Jornada Mundial del Enfermo, establecida hace 30 años por San Juan Pablo II. Un aniversario importante que invita a tomar conciencia de un bien precioso: nuestros hermanos enfermos y simboliza la voluntad de ponerse al servicio del otro, del prójimo, para ayudarlo y acompañarlo en su padecimiento.
“He decidido instituir la Jornada mundial del enfermo, que se celebrará el 11 de febrero de cada año, memoria litúrgica de la Virgen de Lourdes. La celebración anual de la Jornada mundial del enfermo tiene, por tanto, como objetivo manifiesto sensibilizar al pueblo de Dios y, por consiguiente, a las varias instituciones sanitarias católicas y a la misma sociedad civil, ante la necesidad de asegurar la mejor asistencia posible a los enfermos”, escribía el 13 de mayo de 1992 el papa San Juan Pablo II al cardenal ´Fiorenzo Angelini, presidente del Consejo Pontificio para la pastoral de los Agentes Sanitarios con ocasión de la Institución de la Jornada Mundial del Enfermo.
Ante el gran misterio del dolor y la enfermedad
El 11 de febrero de 1993 se celebró la primera jornada que, como destacaba el papa Wojtyla en su primer mensaje para esta Jornada se trata de “una ocasión especial para crecer en una actitud de escucha, reflexión y compromiso activo ante el gran misterio del dolor y la enfermedad”.
Y añadía el papa polaco: “La Jornada, además, pretende implicar a todos los hombres de buena voluntad, pues las preguntas de fondo que se plantean ante la realidad del sufrimiento y la llamada a aportar alivio, tanto desde el punto de vista físico como espiritual, a quien está enfermo, no afectan solamente a los creyentes sino que interpelan a toda la humanidad, marcada con los límites de la condición mortal”.
San Juan Pablo II alentaba a “implorar la ayuda del cielo” y “poner por obra iniciativas nuevas y urgentes de ayuda con respecto a los que sufren y no pueden esperar”.
“¿Cómo retirar la mirada de los rostros implorantes de tantos seres humanos, sobre todo niños, reducidos a espectros de sí mismos por las peripecias de todo tipo en las que, a pesar suyo, se ven envueltos a causa del egoísmo y la violencia? Y ¿cómo olvidar a los que en los centros de hospitalización y de asistencia -hospitales, clínicas, leproserías, centros de inválidos, casas para ancianos- o en sus propios domicilios, conocen el calvario de padecimientos a menudo ignorados, no siempre aliviados adecuadamente y a veces incluso agravados por la carencia de una ayuda adecuada?”, interpelaba el pontífice en aquel primer Mensaje.
Y subrayaba que “la enfermedad, que en la experiencia diaria se percibe como una frustración de la fuerza vital natural, se convierte para los creyentes en una invitación a «leer» la nueva y difícil situación, en la perspectiva propia de la fe. Fuera de ella, por otra parte, ¿cómo se puede descubrir, en el momento de la prueba, el aporte constructivo del dolor?, ¿cómo dar significado y valor a la angustia, a la inquietud, a los males físicos y psíquicos que acompañan a nuestra condición mortal?, y ¿qué justificación se puede encontrar para el declive de la vejez y para la meta final de la muerte que, a pesar de los progresos científicos y tecnológicos siguen subsistiendo inexorablemente?”
“Sí, solamente en Cristo, Verbo encarnado, redentor del hombre y vencedor de la muerte, es posible encontrar la respuesta satisfactoria para esas preguntas fundamentales”, escribía Karol Wojtyla.
San Juan Pablo II precisaba que “la celebración de la Jornada mundial del enfermo -tanto en su preparación, como en su desarrollo y en sus objetivos- no pretende reducirse a una mera manifestación externa centrada en torno a ciertas iniciativas, aun cuando éstas sean encomiables, sino que desea alcanzar las conciencias para hacerlos conscientes de la valiosa contribución que presta el servicio humano y cristiano hacia quienes sufren, para una mayor comprensión entre los hombres y, en consecuencia, para la edificación de la verdadera paz”.
Y exhortaba a “las autoridades civiles, a los científicos y a todos cuantos viven en contacto directo con los enfermos. ¡Que su servicio no se haga jamás burocrático y lejano! Deseo que sea especialmente claro para todos que la gestión capital pública impone el grave deber de evitar el despilfarro y su uso indebido, a fin de que los recursos disponibles, administrados con sabiduría y equidad, sirvan para asegurar a cuantos lo necesitan la prevención y la asistencia en caso de enfermedad”.
“Y a ustedes queridos enfermos –escribía el papa Juan Pablo II- de todos los rincones del mundo, protagonistas de esta Jornada mundial, deseo que esta celebración les traiga el anuncio de la presencia viva y consoladora del Señor. Sus sufrimientos, acogidos y sostenidos por una fe inquebrantable, unidos a los de Cristo, adquieren un valor extraordinario para la vida de la Iglesia y para el bien de la humanidad”.
“En la memoria de Santa María, Virgen de Lourdes, cuyo santuario a los pies de los Pirineos se ha transformado como en un templo del sufrimiento humano, nos acercamos -como ella hizo en el Calvario donde se alzaba la cruz de su Hijo- a las cruces del dolor y de la soledad de tantos hermanos y hermanas, para llevarles consuelo, para compartir sus sufrimientos y presentarlos al Señor de la vida, en comunión espiritual con toda la Iglesia”.
«Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso»
“Estamos agradecidos al Señor por el camino realizado en las Iglesias locales del mundo durante estos años. Se avanzó bastante, pero todavía queda mucho camino por recorrer para garantizar a todas las personas enfermas, principalmente en los lugares y en las situaciones de mayor pobreza y exclusión, la atención sanitaria que necesitan, así como la compañía pastoral para que puedan vivir el tiempo de la enfermedad unidos a Cristo crucificado y resucitado”, dijo el papa Francisco tras la audiencia general del miércoles 8 de febrero con motivo de la celebración de la XXX Jornada Mundial del Enfermo y para la que propuso como tema: «Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso».
En su Mensaje para esta trigésima Jornada, el pontífice pidió a los trabajadores de la salud que se pongan «al lado de los que sufren en un camino de caridad».
Reflexionando sobre el tema elegido, el Papa nos invita a dirigir nuestra mirada hacia Dios «rico en misericordia», «fuerza y ternura juntas». «Por eso podemos decir que la misericordia de Dios tiene en sí misma tanto la dimensión de la paternidad como la de la maternidad porque nos cuida con la fuerza de un padre y con la ternura de una madre, siempre deseoso de darnos nueva vida en el Espíritu Santo”.
Mirando la misión de Jesús que curó a tantos enfermos, el Santo Padre recuerda el aislamiento que siente una persona cuando «experimenta la fragilidad y el sufrimiento en su propia carne debido a la enfermedad», viviendo con el corazón abrumado por la angustia y el miedo.
El pensamiento del Papa se dirige a los numerosos enfermos que en tiempos de pandemia «vivieron la última parte de su existencia en la soledad de una unidad de cuidados intensivos, ciertamente atendida por generosos trabajadores de la salud, pero lejos de los seres queridos más cercanos y las personas más importantes de su vida terrenal».
“El paciente es siempre más importante que su enfermedad, subrayó Francisco, por eso cualquier abordaje terapéutico no puede separarse de la escucha del paciente, su historia, sus ansiedades, sus miedos”. Si no se puede curar, se puede consolar.
El Santo Padre insiste en la riqueza de la pastoral de los enfermos: «No podemos dejar de ofrecerles la cercanía de Dios, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y maduración en la fe», subrayó Francisco. Todos estamos llamados a la cercanía, “¡cuántos enfermos y cuántos ancianos viven en casa y esperan una visita!”. Francisco nos invita, por tanto, a rezar «por todos los agentes sanitarios para que, ricos en misericordia, ofrezcan a los pacientes, junto con los cuidados adecuados, su cercanía fraterna».
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