La muerte del fútbol

Escribe: Carlos Verucchi.


Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

En las muy esporádicas oportunidades en que desde esta columna hemos opinado de fútbol, surgieron como respuesta comentarios del tipo: “qué país generoso, acá cualquiera habla de cualquier cosa”. Vaya verdad. Dan ganas de preguntar ¿lo decís en serio? Y si… en este país todos hablamos de cualquier cosa como si supiéramos, es más, esa es justamente una de las condiciones más importantes que nos definen como argentinos.

Imagínense que un señor que se hace llamar Dypi o Dipy, cuyo antecedente intelectual más sobresaliente consiste en haber escrito poemas como: “Ay, qué lindo es ser soltero/Cómo me gusta vivir todo el día al pedo/No trabajo y no estudio porque no quiero/Ay, qué lindo es ser soltero”, opinó esta semana respecto a la relación que existe entre la producción científica de los investigadores del CONICET y el valor de sus honorarios mensuales. Cómo no habríamos de opinar nosotros, desde acá, de fútbol. Disciplina, por otra parte, de la cual todo argentino es especialista desde su nacimiento.

Pero hoy no hablaremos de fútbol sino de la muerte del fútbol. Si Nietzsche anunció muy suelto de cuerpo, hace ya mucho tiempo, la muerte de Dios, nada menos, no existe razón para que nosotros no podamos predecir el fin de algo tan superficial e innecesario como el fútbol.

Durante los últimos tiempos el fútbol ha alcanzado una paridad muy marcada. Es raro que se manifieste una superioridad ostensible de un equipo sobre otro, ni siquiera cuando existen, a priori, diferencias significativas en las “individualidades” con las que cuenta un equipo y otro. Por buenos que resulten los delanteros de un equipo, el rival dispone de una batería de recursos defensivos para neutralizarlos. Recursos que se van renovando y puliendo constantemente y que inhiben prácticamente toda iniciativa ofensiva. El famoso “achicar espacios” a que apuestan muchos técnicos que se saben en inferioridad de condiciones para jugar “de igual a igual” (otro eufemismo muy recurrente) resulta casi infalible. Los partidos, de este modo, se definen por detalles insignificantes. Muchas veces esos detalles no son otra cosa que errores del árbitro, única alternativa que la batería de recursos defensivos no ha aprendido hasta el momento a neutralizar.

Si tal jugador “tocó” o no a un rival dentro del área, si el pie izquierdo del delantero estaba un milímetro más adelante que la nariz del defensor, o si el defensor al cual la pelota le rozó la mano tenía intención de evitar un gol o justo movió la mano porque iba a rascarse la pierna, resultan acciones decisivas para definir el resultado de un partido.

Una ingenua y positivista intención de suplantar tecnológicamente las limitaciones de los humanos, ha terminado por dejar más en evidencia el problema. Tal es el despropósito que árbitros profesionales, con la posibilidad de ver una jugada mil veces, desde diez posiciones distintas, en cámara lenta, rápida o a la velocidad que quieran, no logran ponerse de acuerdo sobre cuestiones que deberían ser tan fáciles de resolver como si fue o no penal, o si tal jugador merece o no dejar el campo de juego por haber golpeado a un adversario.

Esto no es nuevo, siempre el fútbol estuvo a merced de estos condicionantes. Sin embargo, antiguamente, cuando los partidos terminaban 6 a 2 o 4 a 0, un penal no cobrado o una posición adelantada dudosa no tenían trascendencia en el resultado. Ahora, cuando los partidos importantes difícilmente se definen en los 90 minutos reglamentarios, un detalle menor hace que el resultado se vea afectado irrevocablemente.

La táctica se ha vuelto más importante que los jugadores. En la reciente copa América pudo verse cómo, equipos con jugadores de segunda división le “robaban” un empate a equipos con los mejores jugadores del mundo. Las estrategias defensivas terminaron imponiéndose sobre el arte del juego, sobre esa famosa “dinámica de lo impensado” con la que Dante Panzeri definía el fútbol en la década del 60. De aquella dinámica de lo impensado sólo quedó la dinámica, y en una dosis exasperada, mientras que de lo impensado no quedó nada. Por el contrario, todo está sometido ahora a un libreto predefinido.

Hoy en día, la posibilidad de que realmente se cumpla aquel deseo inocente de “que gane el mejor”, con el que los relatores iniciaban su transmisión radial hace décadas, es muy baja. Ya no hay posibilidad de que gane el mejor, el que gana es el más ejercitado, el más ensayado en sus movimientos, el menos espontáneo, aquel que logra mantener por mayor tiempo esa famosa “concentración” (que no es otra cosa que la habilidad para actuar como autómata), el que tiene resto físico para correr durante más tiempo, el que deja de lado su impronta y sabe acomodarse al mecanismo del equipo.

Ahora claro, si juegan dos equipos que tienen la misma estrategia defensiva, la misma capacidad de concentración en sus jugadores, la misma predisposición en ellos para correr hasta caer desfallecidos, va a ganar aquel que lo tenga a Messi en sus filas. Siempre y cuando no haya una intromisión del VAR anulando o modificando algunos de los avatares de esa dinámica de lo recontra pensado.

Hemos llegado a un punto en el que no queda otra posibilidad que modificar las reglas de juego. Para que el fútbol vuelva a ser desigual, para que el habilidoso o aquel que sabe pegarle a la pelota puedan sacar una ventaja en el resultado, proporcional a sus ventajas técnicas, se deben replantear las reglas. Las reglas no pueden privilegiar las estrategias defensivas sino por el contrario, dificultarle las cosas a ese jugador ultra disciplinado que no sabe dar un pase o al que forma parte de un equipo sólo porque es capaz de correr el doble que la media. Caso contrario el fútbol tiende a dejar de ser un espectáculo. Va camino a convertirse en un deporte que competirá con el ajedrez. El básquet hubiera muerto hace muchos años si no hubieran introducido la regla de los tres puntos.

Y cuando hablamos de cambios en el reglamento nos referimos a cambios sustanciales, y no a detalles como impedir que el arquero pueda tocar la pelota con la mano si el defensor da un pase hacia atrás.

¿Sacar un jugador por equipo? ¿Agrandar unos centímetros el arco? (¿Cuántas pelotas que hoy pegan en el palo serían goles con un arco 10 centímetros más grande?) ¿Agrandar el área penal? No creo, sería darle más protagonismo al VAR. Lo que sí es seguro es que algo tendrá que cambiar. Por hoy planteamos el problema, dejemos la solución para otro día. O para que la encuentren aquellos que realmente saben.

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