Ladran, Sancho

Libros / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)

Iniciando este apartado temático dedicado a los clásicos de la literatura, nos centraremos hoy en el libro que, para los que nos tocó en suerte el castellano como idioma materno, ha resultado tal vez el más decisivo e influyente de todos. Nos referimos a “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, tal como fue titulado en su primera edición, o simplemente al Quijote, como se lo conoce hoy en día.

Para que un libro pueda traspasar la barrera del tiempo a lo largo de cuatro siglos debe, indefectiblemente, ofrecer un abanico muy amplio de lecturas y una serie de virtudes prácticamente ilimitada.

Tal vez baste con decir que algunos lectores han aprendido el idioma castellano sólo para leer a Cervantes en su lengua original. Dicen que uno de ellos fue Karl Marx, que como buen revolucionario se vio en la obligación de sumergirse en una novela cuyo nombre se volvió con el tiempo sinónimo de utopía, de anhelo inalcanzable, de virtuoso berretín por correr detrás de un ideal.

Borges, como sabemos, construye una de sus ficciones más recordadas dándole vida a un supuesto autor francés, Pierre Menard, que en el siglo XX escribe algunos capítulos del Quijote. Lo particular del relato es que esa reconstrucción, palabra por palabra, no resulta copia o plagio, es por el contrario una construcción original, aunque repetida, y de acuerdo al propio texto: “a pesar de los obstáculos, el fragmentario Quijote de Menard es más sutil e infinitamente más rico que el de Cervantes”. ¿Qué puede hacer que entre dos textos idénticos uno sea mejor que el otro? La fecha, el momento, el contexto y el ambiente donde fueron escritos uno y otro, los siglos pasados entre ambas fechas.

Pero de todas las lecturas que pueden hacerse del Quijote, y de todas las enseñanzas que se desprenden de él, nos centraremos en el juego de influencias cruzadas entre los dos personajes principales. En el inicio de la novela, el Quijote se presenta como un soñador que persigue imposibles, como un excéntrico personaje que, afectado por la lectura de libros de caballería, se mueve en una realidad ilusoria, fantástica, disparatada. Sancho, por su parte, simboliza lo racional y mundano, se destaca por su persistente desconfianza, descree de las fantasías del Quijote, se mueve impulsado por la codicia y el instinto de supervivencia, es sumamente pragmático y utilitario en sus acciones. Con el correr de los capítulos, de tanto andar día y noche juntos y después de tantas y largas conversaciones, cada personaje incide sobre el otro, lo va modificando, lo va tiñendo lenta e imperceptiblemente de sus propias características.

Al final de la novela se alcanza, sorpresiva y maravillosamente, un desenlace en el que estos dos entrañables personajes han mutado de sus posturas iniciales y han asimilado los rasgos del otro. El Quijote se vuelve racional y se desentiende de sus arrebatos pueriles, Sancho, en cambio, le ha tomado el gusto a las andanzas y aventuras y pretende continuar en ese andar sin rumbo, en ese derrotero que a pesar de las dificultades le resulta grato. El ser más vulgar que pudiera concebirse se ha convertido, por influencia de su compañero de andanzas, en un idealista.

Quedémonos con esta enseñanza y procuremos rodearnos de gente virtuosa y dejémonos influir por ella. Seamos permeables a sus enseñanzas, ya sean éstas consientes o no, porque así saldremos de cualquier relación siendo mejores que antes.

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