Los embrujados
Un breve cuento de mi autoría.
No sé porque nunca se nos ocurrió caminar hasta el último árbol del bosque. ¿Por qué nunca arrancamos la hiedra que se encaramaba desde su base, pasando antes por encima de las rocas grises y musgosas? ¿Por qué nunca recolectamos violetas silvestres, allí, junto al arroyuelo oscuro?
No sé porqué, cuando se fue el abuelo, y jamás volvió, no salimos a buscarlo y cuando, años más tarde, desaparecieron los niños y el perro… tampoco nos movimos. Quiero decir, no es que no nos importaran, sino que, en realidad sólo nos sentábamos a esperarlos.
Durante varios días mirábamos por la ventana que daba al sendero, que a su vez pasaba bajo los sauces.
Pasaron los años y aunque no desaparecieron más personas, si lo hicieron varios perros, algunas vacas y un caballo.
Así fue que una noche, empezamos a fantasear sobre hadas, brujas y duendes. De a poco fuimos armando una historia misteriosa de la que habíamos sido testigos.
Cuando los más jóvenes comenzaron a viajar fueron llevando sus sueños (prolongación de los nuestros) y a sus hijos, es decir, nuestros nietos, muy lejos de nuestro campo; pero también se llevaron la anécdota.
Tal vez nos sirvió a todos para darnos una respuesta a tantas dudas que crecieron con el tiempo y que necesitaban una solución que satisfaciera todos, especialmente a los chicos.
Ahora, con todas las cuestiones que he tenido que soportar, con todos los parientes que fueron co-creadores muertos, me viene con todos éstos escándalos, y todas éstas acusaciones, pero a mí ya no me importa nada.
Concluía así una entrevista con Don Manuel y una historia verdadera que se había convertido en mito.
Algunos meses después apareció muerto en el fondo de un pozo enorme rodeado por las osamentas de los embrujados, allá, al final del camino que nadie se atrevía a recorrer.
Arq. Jorge Hugo Figueroa.
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