Micromenipeas | ¿Lo digo o no lo digo?

Como cada semana el escritor Guillermo Del Zotto recrea un antiguo género satírico en versión microficción. Hoy: el camino sonoro de la palabra.


Primero hay que nacer del aire. Luego conocer vibraciones y sustancias pegajosas que ponen en duda la estructura, el volumen. Eso es recién tomar impulso. Después hay que salir y es ahí donde se conocen los conductos. Al principio parecen autopistas al éxito. Después te das cuenta de que la traición  rodea toda esa concesión corrupta. Si hubieras sabido que ese canal donde te parece que vas suave, como en un sueño, tiene una conexión secreta con Eustaquio… Por entonces vas apenas por la mitad de la salida. Antes de volver a ser aire, tenés que compartir secreciones que se usan para cosas asquerosas. Y ni hablar del trabajo glandular, musculoso, ruidoso si se quiere. Que golpea por todos lados. Además, es como si te miraran para decir “che, pasa rápido, no ves que acá estamos trabajando”. Una vez que estás afuera de nuevo en el aire y ya para marcharte, es cuando comienza la verdadera odisea. Te ponen como una especie de cucarda y te dicen: “saltá, andá, tenés que penetrar en ese magnífico mecanismo de precisión”. En ese momento abismal es donde deberías renunciar. Caer en el vacío. Pero no: algo ya te ha captado. Entras por aire entonces a ese pabellón que al principio parece un hall de recepción de la puta madre. Es todo cartón pintado. Porque enseguida: otra vez los canales. Esta vez uno finito, como una estafa de folleto. Puro frente. Y ahí, otra vez a vibrar. Esta vez con un campanazo terrible que te avisa que vas por la mitad de ese famoso “mecanismo de precisión”. Entonces pasás a la verdadera sala de torturas. Hueso sobre hueso, yunque, martillo y estribo. Choque rechinante que debe ser lo más parecido al purgatorio. Te dejan macerado y volvés a ser vibración. Ahí te abren una ventana oval y te ponen de nuevo como si fueras huésped en un hotel de lujo. Por suerte llegan refrescos también. Un líquido que te mete de nuevo en canales más lisérgicos. Y viajás como en un verdadero sueño. Una vez que entrás al lugar donde pensaste que ibas a ser interpretado, te das cuenta de que sos pura electricidad. Un impulso pequeño mezclándose con toda las autopistas que te puedas imaginar. Ahí sí que te llevan puesto. Si suponés que yo entras ahí y pasás a ser significante, no hay garantías de que todo termine como en la leyenda. Se dicen cosas terribles. Por ejemplo que buscando órganos abajo no es que caés en el que bombea, sino que muchas veces te alojan en uno más grande, más abajo y que patea. Es como que se cumple esa creencia antigua de que el mundo es sostenido por tortugas. Es mucho trabajo para un viaje sin garantías.

Entonces, para qué lo vas a decir…

La menipea es un género seriocómico, derivado de los diálogos socráticos y con inicios en la obra de Antisfeno aunque  debe su nombre a uno de sus exponentes: Menipo de Gadara.

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