No es la auditoría, estúpido
Opinión / Carlos Verucchi / En Línea Noticias (Twitter: @carlos_verucchi)
Un pertinaz lector semanal me ha pedido, amablemente, que por una vez me aparte de mi pretendida condición de crítico literario y escriba unas líneas sobre un tema que, a pesar de tocarme muy de cerca, me obliga a romper con el estilo tradicional de estas columnas domingueras. Estilo que, no tanto por dominado como por repetido, resulta sumiso a este puño y letra.
Aceptaré el desafío y por hoy seré un docente universitario, investigador en el área de la ingeniería eléctrica de la UNICEN y de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires.
Debo reconocer que el dominio de cierta retórica afín a los medios de comunicación actuales que evidencia este gobierno es demoledor. Incluso esa característica ya se observaba antes de que fueran gobierno. En eso nos sacan una ventaja considerable a quienes nos hemos educado en el empleo de criterios de argumentación más convencionales o tradicionales. Ellos, los que dominan a voluntad el arte de la comunicación breve, poseen cierta predilección por la simplicidad y la extrapolación de detalles menores hacia la generalidad, artilugio a partir del cual pretenden explicar fenómenos complejos basándose en ejemplos anecdóticos o casos particulares. Son realmente maestros en el arte del sofismo. Claro que, de ese modo, sus afirmaciones sólo consiguen penetrar en cerebros acostumbrados a la vorágine permanente y a la comodidad amable que ofrecen afirmaciones ya elaboradas y, por lo tanto, fáciles de digerir.
El argumento ¿por qué no se dejan auditar si no tienen nada que esconder?, utilizado con el fin de desacreditar la postura de quienes defendemos la universidad pública, parece una síntesis perfecta de cómo deben ser las afirmaciones en el terreno de los medios de comunicación actuales para ser efectivas: breves, precisas, fáciles de entender hasta para quienes no han desarrollado mayormente la capacidad de interpretación y, por sobre todas las cosas, difíciles de refutar al menos en apariencia.
El grado de penetración que ha tenido este razonamiento no deja de sorprender. Ayer, en la verdulería del barrio, un conocido de toda la vida me increpó acusándome de defender posturas autoritarias y contrarias al bienestar común. Si están limpios dejen que les revisen las cuentas, me dijo levantando la voz y mientras revolvía un cajón de tomates.
En primer lugar, debemos dejar en claro que el argumento de “no se dejan auditar”, es completamente falaz. Ninguna universidad nacional ni ninguna de sus facultades y mucho menos los organismos de promoción de la ciencia y la tecnología pueden disponer libremente de los escasísimos recursos que el Estado Nacional les proporciona, sino que, por el contrario, deben dar cuenta permanentemente no sólo de cómo los utilizan sino también de los resultados que obtienen de su uso (por ejemplo, cantidad de papers publicados en revistas científicas, transferencias, etc.).
En segundo lugar, es más que evidente que la intención del gobierno no es auditar nada sino hacer un simulacro de auditoría con el fin de valerse de cualquier argumento anecdótico para desacreditar a las instituciones universitarias en su conjunto. Cuando al ¿por qué no se dejan auditar?, le quieren dar más énfasis mostrando casos concretos como el de los kilos de yerba que compró el decano de no sé qué facultad, automáticamente queda al desnudo el nivel, la poca seriedad y el propósito retorcido que tendría una nueva e hipotética auditoría. En tal caso, el argumento original se desvanece, pierde eficacia, se vuelve infantil, ya por algo habíamos adelantado que su contundencia era sólo superficial y aparente.
¿Cómo puede ser que un rector, que se supone que es alguien con una capacidad intelectual superior (SIC), no entienda que los contribuyentes tenemos derecho a conocer el destino que se les da a nuestros impuestos?, siguió mi amigo un poco más relajado por haber encontrado ya los tomates adecuados para su ensalada. El verdulero y una señora que acababa de entrar agitaban sus cabezas en señal de asentimiento. Claro, los mantenemos con la nuestra, aseguraba el verdulero mientras pesaba los tomates. Ya se les va a terminar el curro, desafiaba la señora visiblemente ofuscada.
Pensándolo mejor, y sin dejar de valorar su eficacia a la hora de convencer voluntades, el enunciado del ¿por qué no se dejan auditar? sólo puede prosperar cuando se lo siembra en el terreno de la ignorancia o en el terreno del cinismo. Quiero creer en la inocencia o ingenuidad de mi amigo y también en la del verdulero, lo que no puedo ni quiero es siquiera dudar sobre el cinismo de periodistas y políticos que habiendo pasado por la universidad y conociendo en detalle la realidad del sistema científico argentino repiten falacias como estas, perversas y malintencionadas.
Miente, miente, que algo quedará, decía alguien. Cuando el rival es superior, embarremos la cancha, confundamos a eso que llaman opinión pública.
Pero me pidieron que hablara en primera persona y creo que ya dije que aceptaba el reto. Hace unos días, un joven investigador que trabaja en nuestro grupo obtuvo el premio al mejor artículo en uno de los congresos más importantes del mundo en el campo de la ingeniería eléctrica, más recientemente, otros investigadores de la facultad de ingeniería fueron premiados en el área de tecnología del hormigón. Ejemplos como éstos podría dar miles. Pero lo que la “opinión pública” no conoce, son las condiciones adversas a partir de las cuales se desarrollan esos trabajos de investigación. A diferencia de otros países (estoy hablando de competidores inmediatos como Chile o Brasil, ya que no es necesario que nos comparemos con países del primer mundo) nuestros investigadores se ocupan de construir sus prototipos, llevar la contabilidad y rendición de los gastos, muchas veces ponen dinero de su bolsillo para sacar adelante un experimento, viajan a los congresos con “vacas” que hacemos entre todos o que recaudamos de servicios que prestamos a la industria, y así podría seguir, aunque lo importante es que a pesar de todo eso se destacan a nivel mundial.
Usted me dirá, pero ¿no hay ningún chanta dentro de la universidad? Sí, claro, seguramente los habrá como los hay en todos lados, como hay en las grandes empresas privadas y en cualquier universidad del mundo, como los hay en el periodismo, en el deporte, en el arte y en el gobierno nacional.
Hace unos días un alumno argumentaba que en el CONICET había un investigador que se ocupaba de estudiar las letras de las canciones de Arjona. Pretendía, a partir de ese dato (incomprobable, por otra parte) invalidar las actividades científicas de todo el CONICET en su conjunto. No se precisa ser muy sagaz para comprender que si alguien menciona ese dato, y no menciona los avances que investigadores del CONICET han hecho en el campo de la medicina o la física, de la ingeniería o de las ciencias sociales, está evidentemente queriendo forzar una argumentación o está tergiversando la realidad con el fin de mostrar sólo el costado que resulta funcional a sus intereses ideológicos. Aún, así, no me cabe la menor duda de que se puede obtener conocimiento valioso estudiando la letra de canciones de Arjona o del músico que fuera.
No se deje engañar, estimado lector, por falsos argumentos. No caiga en la facilidad de una lógica que ya por su carácter rudimentario debería despertar sospechas. El propósito del gobierno (y esto ya fue más que evidente hace unos meses), es avanzar con todo contra la educación universitaria gratuita, descuartizar al sistema científico y tecnológico, rifar los productos en materia de tecnología aeroespacial, ingeniería genética, energía nuclear (entre muchos otros) alcanzados después de décadas de trabajo conjunto. Ante la reacción manifestada, tanto en el plano nacional como internacional, frente semejante despropósito, el gobierno, aplicando su algoritmo de “recalcular”, busca a través de mecanismos alternativos continuar con su plan original.
Pero no solo es el berretín de que cierren los números o la necesidad imperiosa de transferir riquezas hacia los sectores más poderosos de la sociedad lo que los motiva. Hay una arista utilitaria y otra ideológica en juego. La utilitaria es fácil de explicar, para el modelo de país que proponen no se requieren ni científicos ni investigadores ni tecnólogos. Por consiguiente, ¿para qué gastar en algo innecesario?
En el plano ideológico, está más que claro que los universitarios molestamos porque no nos sometemos a su lógica de mercado, porque no somos funcionales a su economía de quiosco en la que basta con que al final del día cierre el Excel del debe y el haber, redondito hasta en los centavos. Molestamos porque tenemos la maldita costumbre de dudar de todo, de descreer de verdades absolutas, de desestimar afirmaciones incuestionables en apariencia y totalmente huecas en su interior.
Molestamos porque no nos subimos a las urgencias gananciales del liberalismo, porque nuestros tiempos no son los de la rentabilidad mercantilista, molestamos porque enseñamos a pensar (aunque para los que nunca aprendieron a pensar en realidad estemos adoctrinando).
Molestamos porque hacemos posible que el hijo del albañil sea ingeniero y el hijo del ferroviario sea su médico de cabecera. Molestamos porque hemos hecho de la Argentina un país distinto, un país mejor, un país que todos los países de Latinoamérica intentaron copiar sin éxito. Molestamos porque contribuimos a inflar esa franja todavía amplia de clase media que nos distingue.
Consternado, compré dos kilos de mandarinas en oferta y me fui sin saludar. Pensé en reclamar el ticket que mi amigo el verdulero siempre olvida darme, de la indignación no lo hice.
Tendría que haberlo hecho.
El domingo que viene vuelve el otro, el que escribe reseñas literarias.