Opinión | ¿Se imagina qué país tendríamos si no fuera por…?
El título nos lo sugirió Maradona. El Diego da para todo.

Por Carlos Paladino
El señor Daniel Arroyo, titular del Ministerio de Desarrollo Social del actual gobierno, en una entrevista que un medio le hace, planteó el estado de situación del país. Los números de la crisis sustentan sus respuestas: «Tenemos 11 millones de personas en asistencia alimentaria». Es una cifra millonaria resultado de la crisis con pandemia. «Pasamos de 8 millones a 11 millones de asistencia a comedores. Va a pasar mucho tiempo para que vuelvan a ser 8 millones».
El señor Arroyo es un funcionario serio y responsable y de tal manera lo contó. Debemos interpretar que; ¿ocho millones sería una cifra normal? En nuestra argentina se le da de comer a ocho millones de personas diariamente. Es una vergüenza que no guarda relación con la cantidad de habitantes que somos, ni con la potencialidad productiva que debiéramos exhibir, ni con la cuantía desmesurada de impuestos que se aportan al Estado.
Esa cifra no se hizo de un día para el otro, ni el gobierno arrancó asistiendo a ocho millones de un saque; entonces,…¿desde cuándo venimos agregando argentinos a la miseria? La política contesta que la culpa es del lastre dejado por el gobierno anterior. La indolencia, la desidia, la incuria ha marcado a fuego a la democracia, un millón más un millón menos de pobres, da lo mismo. Con igual seriedad el ministro acotó que la mejora vendrá de la mano «del nivel de apertura económica que haya» La salida que afecta a la nueva y vieja escasez concentrada, tiene la esperanza puesta en el poco trabajo que sostenga en el futuro a la economía nacional.
Coinciden los diversos exponentes de la política actual en el diagnóstico del problema. La cuestión la reducen en dos frases que suenan por doquier. ¡Hay que generar trabajo! y, ¿Hay que volver a la cultura del trabajo!.. Se supone que dar un consejo es un compromiso y está asentado en comprobaciones o experiencias previas con un nivel de datos fidedignas y, por eso, es que no pueden ser lanzadas al aire con tanta ligereza. Ahora, si lo que se pretende es brindarle a la tribuna un mensaje ostentoso y hueco, de contenido; entonces, no hace falta más.
En manos de quien está la responsabilidad de fundarlo, es la pregunta que nos hacemos para el primer interrogante. Crear fuente de trabajo, sobre todo, nuevos emprendimientos, bajo las condiciones de crisis extremas que padecemos, es más una ilusión que un aliciente en el campo de las posibilidades. Esa fuerza emprendedora, hoy, está impedida de acrecer riesgos. Con buena voluntad no basta. La creación de trabajo – que con tanto énfasis recalca el gobierno – recae sobre la «testa» de los cuentapropistas y/o empresarios privados, ya que, colaborar en esos menesteres no atañe a su incumbencia; suficiente trabajo le espera poder colmar las expectativas del Cuerpo Colegiado Prebendario. Si no los satisface habrá más pobrismo en la Argentina. Funcionarios infelices…¡NUNCA!. Un ingeniero puede ser taxista, un abogado puede ser agente inmobiliario, un docente puede ser empleado de comercio; un arquitecto puede vender seguros; pero, un político no sabe ser otra cosa que político.
Si no es de primera clase, será asesor o un acomodado en algún ministerio, pero siempre dentro del grupo estamental gobernante; si es democrático mejor, si no, le dará igual. Antes se les llamaba zánganos; por eso de las colmenas, ¿vio?. Además, si a la cantidad de habitantes que somos (con niños y jóvenes), les restamos la cifra inhumana de personas vulnerables; los guarismos de un estado ocioso e improductivo, si les descontamos los jubilados y pensionados que ya no pueden alimentarse, si observamos a los elegidos partidarios apoltronarse en sus sillas a perpetuidad; a los subsidiados por tiempo indefinido; y vaya uno a saber cuántos nos quedan en el tintero; a la sazón, ¿Quiénes quedan para crear trabajo?
Determinados informes hablan que en los últimos diez años, el empleo registrado y el trabajo realizado por cuenta propia que aportan al sistema de seguridad social, son una minoría. «De cada 100 personas que declaran estar laboralmente activas (es decir, trabajan o buscan trabajo), 43 están en una condición de empleo pleno». El régimen jubilatorio recibe los aportes de aquellos en relación de dependencia y de los autónomos. Por lo tanto, es una incógnita saber quien asumirá la diferencia, en tiempos de crisis laboral.
Para ser un fabricante de trabajo: Hay que ser dueño de una capacidad de creación y espera, de resignación, de templanza, muy diferente a la de aquel que aguarda el fin de mes para ser recompensado. En cambio, el fin de mes de un cuentapropista, sea cualquiera la actividad económica en que esté encuadrado, suele transformarse en un trauma. La inventiva humana no aflora en la inteligencia de los funcionarios.
La otra frase matadora es ¡Hay que volver a la cultura del trabajo! Genial, novedosa y la construimos «en un periquete». Señores: saben ustedes cuánto hace que se perdió la cultura del trabajo. Existió, claro que sí; a pesar de que muchos no la conocieron. No repitan por boca de gansos. La restauración de la democracia vino acompañada de reivindicaciones fabulosas, no obstante, se le coló la carga improductiva del nuevo sistema burocrático. Aparecieron en la esfera laboral listas de agentes que encontraron en esta alternativa su primer empleo. Muchos aún perduran. Otro tanto espera jubilarse en el ejercicio de esa función. Para los que no la conocieron; tómense un espacio para saber de la cultura del trabajo charlando con los gerontes en los asilos. con los inmigrantes, con los obreros expuestos a mil desgracias, con los empleados sin horario fijo, con los patrones que crearon riqueza y hoy cobran la jubilación mínima, una generación que sudó de sol a sol, que se encorvó labrando una semilla en el almácigo del fondo de su casa, o en una quinta, levantándose «con la fresca» para que rindiera mejor. En «las casas» esperaban una mujer y los hijos que vivían del esfuerzo de ese trabajador. La norma de vida era trabajar. La cultura del trabajo, no es otra cosa que la dignidad del trabajo ganado con honestidad. No importa cual. Aunque no es necesario remontarse a tiempos idos: simplemente hablen un rato con sus padres y abuelos y les van a contar. De paso le agradecen.
La cultura del trabajo, pasa por trabajar. No se engaña a la gente argumentando que «somos todos iguales», pero, la desigualdad de ellos es el resultado del bienestar de los otros, solamente estos y nadie más tienen la culpa. Los legisladores, los penaliza por su pecado y les encaja un impuesto a la riqueza (que se suma a tracalada que ya pagan); un gravamen a la supuesta desigualdad que apenas si alcanza para ayudar al gasto superfluo que ustedes mismos originan. Esta ha sido la premisa discursiva preelectoral, nunca los desesperados escuchan un consejo sobre el esfuerzo del trabajo. Necesitan fundar un ejército de pordioseros, para quedar como Reyes Magos, regalándoles un colchón, una chapa o algún paliativo de emergencia; eso sí, previa foto en los medios de comunicación. Hasta la próxima elección seguirán desnudos inculpando a los demás. Por desgracia, el engaño como recurso electoral fácil, les viene dando buenos resultados a los engañadores, a los embusteros seriales que nunca se acaban. ¡Hasta cuando los que más necesitan de la mejor política estarán convencidos de esta patraña!
¿Se imaginan qué país tendríamos si no fuera por esta dirigencia?
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